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domingo, 29 de mayo de 2022

CORRUPCIÓN EN ROMA. LA AGONÍA REPUBLICANA

 


Los años crepusculares de la República de Roma estuvieron marcados por la corrupción generalizada entre la aristocracia y las clases dirigentes. A pesar de la corta duración de su dictadura, Sila tuvo tiempo de crear un formidable aparato policiaco que una vez retirado el dictador, quedó al servicio de la aristocracia. Los patricios, que se encontraron otra vez con todo el poder en sus manos, lo utilizaron para corromper, delinquir y robar a manos llenas. Todo lo dominaba el dinero. Los cargos electos se compraban porque una vez designados, podían multiplicar por cincuenta la inversión hecha por sus titulares. Hasta se crearon profesiones especializadas en estos sucios menesteres. Fueron los intérpretes, los divisores y los embargadores. Pompeyo, para conseguir la elección de su amigo Afranio, invitó a su palacio a los electores sin el menor recato, y allí contrató sus votos en una subasta a mano alzada. También se compraba a los jueces en los tribunales. Se cuenta que Léntulo Sura al ser absuelto por dos votos de diferencia, exclamó: ¡Qué mala suerte, he comprado uno de más! ¡Y al precio que me ha salido!



Quienes obtenían un cargo en alguna provincia se resarcían con los impuestos, con la rapiña y con la venta de sus habitantes como esclavos. Cuando a César le fue asignada Hispania, debía a sus acreedores más de quinientos millones de sestercios. En sólo un año lo devolvió todo y se dice que obtuvo otros mil millones para él. Cicerón ganó fama de hombre de bien, porque en su periodo de gobierno en Cilicia se hizo “solamente” con sesenta millones. Durante el resto de su vida lo pregonó como ejemplo de honradez. Lúculo regresó millonario de su campaña militar en Oriente. También de Oriente, Pompeyo trajo un botín de seis o siete mil millones que aportó generosamente al tesoro del Estado. Se quedó con quince mil para el suyo personal. Así Pompeyo se convirtió en el mítico príncipe de la juventud dorada de Roma.

Los banqueros prestaban dinero con gran prodigalidad a quienes tenían alguna posibilidad de conseguir un cargo. Como los senadores tenían formalmente prohibida la usura, la practicaban a través de testaferros. El mismo Bruto, ahijado de César y reputado de ciudadano intachable, se enriqueció con la usura asociándose a varios banqueros.


De aquellos años se tienen noticias de míticos banquetes con centenares de invitados, donde se servían toda clase de manjares exóticos. Una cena célebre e improvisada que ofreció Lúculo a la gente de Cicerón, costó doscientos mil sestercios. Se sirvieron mariscos, pajaritos de nido con espárragos, pastel de ostras, tetas de lechona, pescados, ánades, liebres, faisanes, pavos reales de Samos, perdices de Frigia, morenas de Gabes, esturiones de Rodas, quesos, dulces y vinos. Plutarco se encargó de anotar minuciosamente el menú.

Acaso todos los registros de derroche y lujo fueron batidos por Marco Licinio Craso, un aristócrata partidario de Sila que se enriqueció apropiándose de los bienes de los miles de seguidores de Mario a los que hizo asesinar. Craso organizó el primer cuerpo de bomberos de que se tiene noticia, pero su finalidad no fue precisamente altruista. Cuando se producía algún incendio, accidental o quizá intencionado, sus bomberos se presentaban rápidamente. Pero no lo sofocaban hasta que el propietario accedía a vender la propiedad a Craso por un precio irrisorio. Sólo entonces extinguían las llamas.


Abundaron por entonces las orgías y las fiestas con toda clase de excesos sexuales en las que participaban esclavas y prostitutas, pero también nobilísimas damas y matronas ejemplares liberadas ya del estado de sumisión de sus antecesoras. Eran mujeres tan cultas y refinadas como sus amantes y sus maridos. Se expresaban en un latín hermoso y poético, aderezado con citas literarias y mitológicas. Clodia, la mujer de Quinto Cecilio Metelo, fue durante unos años “la primera dama” de Roma. Era feminista, salía y recibía de noche, afirmaba el derecho de la mujer a la poliandria, y lo practicó sin tacañería, tomando amantes jóvenes a docenas para dejarles luego plantados con mucha gracia, pero sin remordimientos. Uno de ellos fue el poeta Cátulo, que desahogó sus celos en unos hermosísimos versos en los que encubre a Clodia tras el nombre de Lesbia.

Otro amante despechado fue Celio, que no se contentó con escribir versos, sino que denunció a Clodia acusándola de haber querido envenenarle. La llamaba públicamente quadrantaria, es decir, cuarto de céntimo, que era la tarifa habitual de las prostitutas baratas.


Con tales ejemplos, las muchachas romanas difícilmente se convertían en buenas madres de familia. Amparados en las leyes que permitían a los maridos el repudio, y por las que autorizaban a los padres a recobrar a sus hijas casadas, se sucedieron los divorcios entre las clases altas. Pompeyo tuvo al menos tres esposas y César cinco. Esta ciudad, dijo Catón, es una agencia de matrimonios políticos enmendados por los cuernos. En tales circunstancias los hijos representaban un estorbo. Se convirtieron en un lujo que sólo los pobres podían permitirse. Los grandes hombres preferían nombrar ahijados a diferentes jóvenes prometedores políticamente que formaran parte de su clientela.

Para hacernos una idea de hasta qué punto las costumbres y la forma de pensar de los romanos se habían degradado desde los heroicos tiempos del nacimiento de la República, baste el ejemplo del discurso que pronunció en el Foro todo un moralista como Metelo el Macedonio. Aquel grave orador, invitó a sus compatriotas a poner orden en sus vidas familiares, comenzando con esta frase: Yo también comprendo que una mujer es tan solo una molestia…

-¿Mamá, por qué te casaste con papá?

-¿Lo ves, Paco? ¡Ni los niños lo entienden!


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