
En
sus primeros trabajos, centrados en la geometría euclídea, se ocupó
del centro de gravedad de los sólidos. También se embarcó en la
construcción de una balanza de Arquímedes, y se interesó por los
péndulos, por el movimiento oscilatorio, y por la caída de los
cuerpos. A él se debe la invención del pulsómetro, y algo que hoy
nos parece tan extravagante como el cálculo de las dimensiones del
infierno que describió Dante en La Divina Comedia. Por
disparatado que pueda parecernos, dictó sobre este tema en 1588 dos
lecciones en la Academia de Florencia, con gran éxito de asistentes
y críticas entusiastas. Conoció y trató a reputados científicos
de su tiempo, como Christopher Clavius o Guidobaldo del Monte, que lo
recomendó a Fernando de Medici para encargarse de la cátedra de
matemáticas de la Universidad de Pisa. Así que Galileo regresó en
triunfo entre quienes unos pocos años antes le habían puesto en la
calle. Dictó su lección inaugural en 1589.
Poco
después, gracias a su descubrimiento del cicloide, fue capaz de
diseñar arcos de puente de una solidez hasta entonces desconocida.
También en esos años tuvo conocimiento de los trabajos de
Copérnico, y muy pronto se convirtió en decidido partidario del
sistema copernicano, frente al modelo aristotélico entonces
imperante. Galileo no debía tener muy buen carácter. Al parecer
tuvo una disputa con los hijos del duque de Medici, su protector, por
lo que prudentemente optó por trasladarse a Padua, en cuya
Universidad enseñó geometría, mecánica y astronomía. Como Padua
pertenecía a la Serenísima República de Venecia, donde no llegaba
o lo hacía con menos fuerza, el largo brazo de la Inquisición,
Galileo gozó durante ese tiempo de una amplia libertad intelectual.
Eso constituyó sin duda un gran acicate para su inquieta mente de
científico, aunque acaso pecó de cierto exceso de confianza que más
tarde iba a causarle serios disgustos.

Galileo
se creció con su Florencia y con sus éxitos. Aun en la seguridad
que antes le había brindado Padua, procuró pasar por aristotélico
en público, aunque en privado se mostrara copernicano. En la capital
toscana abandonó toda precaución y proclamó a los cuatro vientos
la validez del sistema heliocéntrico. Como es bien sabido, tuvo que
pagarlo muy caro. La Inquisición Romana lo sometió a un largo
proceso, al final del cual se vio obligado a retractarse de sus
afirmaciones. Que inmediatatamente después añadiera “por lo
bajini” aquello de eppur si muove (y sin embargo se mueve),
refiriéndose a la Tierra, es algo que acaso forma más parte de la
leyenda que de la realidad. Permaneció recluido en su propia casa
hasta su muerte acaecida en 1642, curiosamente el mismo año en que
nació Isaac Newton.
La
figura científica de Galileo ha sido revindicada por todos los
grandes sabios que le sucedieron, desde el mismo Newton hasta
Einstein, que le consideraba el padre de la ciencia moderna.
Aunque parezca mentira, la iglesia católica todavía no ha sido
capaz de pedir disculpas por su comportamiento afrentoso e injusto.
Pío XII se limitó a manifestar su pena por lo sucedido, y Benedicto
XVI, en tiempos recientísimos, aun insistía tercamente en que la
Inquisición actuó correctamente, puesto que Galileo no aportó
ninguna prueba definitiva sobre sus aseveraciones. Vergonzoso.
Dadme
una palanca lo bastante grande, y atracaré una joyería. Anónimo.
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