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viernes, 5 de marzo de 2021

LOTÓFAGOS Y ANTÓFAGOS. LAS FLORES DEL OLVIDO

 


En muchos de los modernos restaurantes estrellados parece haberse puesto de moda comer flores. Como ocurre siempre, no hay nada nuevo bajo el sol. El consumo de flores y de sus alcaloides está ya documentado desde la Antigüedad más remota. La amapola o adormidera (Papaver somniferum) figura a la cabeza de la lista de este consumo. A través de Grecia nos llega el término ópion, opio, con el significado literal de jugo en referencia al látex que exuda la adormidera. Ya se mencionan la planta y sus efectos en las tablillas sumerias del tercer milenio a.C., hace cinco mil años. Al parecer la palabra sumeria también tenía el significado de disfrutar. Encontramos representaciones de cabezas de adormidera (el bulbo que queda tras deshojarse la flor) en los cilindros babilónicos. En el palacio de Asurnasirpal II en Nimrud, Asiria, actual Irak, existía un bajorrelieve hoy en el Museo Metropolitano de Nueva York,  representando a una diosa rodeada de adormideras. El relieve se data en 879 a.C. También algunas imágenes de la cultura minoica en Creta muestran las adormideras y sus efectos.

El uso de la adormidera en medicina se remonta al Antiguo Egipto. Se menciona en muchos jeroglíficos como calmante y analgésico por vías oral, rectal y transcutánea. Dice Homero en la Odisea que el opio tebaico hace olvidar cualquier pena, y en el papiro Ebers puede leerse que se utilizaba para evitar que los bebés griten fuerte. Hesiodo adjudica a Deméter la adormidera como símbolo, y cuenta que la ciudad de Sición se llamaba en tiempos remotos Mekone (adormidera). Las mujeres sin hijos solían llevar broches, alfileres y fíbulas con la forma de sus frutos, por atribuirse a la planta poderes de fecundidad. Los enamorados estrujaban pétalos secos de amapola para adivinar por sus chasquidos el futuro de su relación (¿?). En los templos de Esculapio se recibía a los enfermos con una infusión de adormidera que les sumía en lo que los romanos llamarían después la incubatio, especie de cura de sueño. Hipócrates recomienda el opós mekonos (jugo de adormidera) para el tratamiento de la histeria femenina. Teofrasto se ocupó extensamente de la planta en sus tratados, y Heráclides de Tarento, el médico de Filipo I de Macedonia, la utilizaba para calmar cualquier dolor.


En cuanto a la flor propiamente dicha, la amapola, su consumo fue probablemente más limitado. En la Odisea, Homero cuenta cómo la nave de Ulises, empujada por el viento del norte, llega hasta la remota isla de los lotófagos, que muchos estudiosos sitúan junto a la costa de Libia. Allí un puñado de sus hombres son invitados a consumir las flores, cayendo en una especie de letargo o ensoñación en la que olvidan su patria y su viaje. Ulises se ve obligado a arrancarlos de allí por la fuerza y a mantenerlos bien sujetos en la nave hasta que remiten los efectos de la droga. No está claro de qué planta puede tratarse. El término griego lvtoz puede referirse a varias especies vegetales. Por diferentes autores se han propuesto diversas, desde el loto azul hasta el llamado trigo de Zeus, pasando por el almez, la Cordia mixa, los nenúfares o el azufaifo, entre otras. Ninguna de ellas es capaz de producir el efecto del olvido que se describe en la narración. Un historiador como Heródoto (tan fiable o tan poco como se prefiera) habla en su libro cuarto de los lotófagos y de la planta, y dice que su fruto es del tamaño de los granos del lentisco, pero en lo dulce del gusto es parecido al dátil de la palma: de él sacan su vino los lotófagos.

En el siglo II Galeno confeccionaba su Antídoto Magno con un 40% de jugo de adormidera. Marco Aurelio se desayunaba con una porción de opio del tamaño de un haba grande, disuelta en vino templado. Lo mismo hicieron otros emperadores como Nerva, Trajano, Adriano, Septimio Severo y Caracalla. Se utilizó en época imperial como terapia agónica (cuidados paliativos, diríamos hoy día) y como eutanásico. El suicidio se consideró entonces una prueba de grandeza moral. Explica Plinio el Viejo en su Historia Natural (18.2.9) que de los bienes que la naturaleza concedió al hombre, ninguno hay mejor que una muerte a tiempo, y lo óptimo es que cada cual pueda dársela a sí mismo.

Dioscórides describe el opio como lo que quita el dolor, mitiga la tos, refrena los flujos estomacales y se aplica a quienes dormir no pueden. En el Imperio Romano, el opio, como la harina o la sal, fue un producto de precio controlado. Su demanda excedía a la oferta, por eso no era infrecuente que se adulterara para obtener mayor beneficio.



Formó parte también de la farmacopea árabe. De la corte cordobesa de Abderramán se exportó primero a los reinos cristianos peninsulares y más tarde al resto de Europa. Las principales plantaciones de adormidera del periodo medieval y los siglos posteriores se situaban en Persia y Turquía. El Islam diseminó el opio desde Gibraltar hasta Malasia. En Occidente el láudano, un preparado a base de opio y alcohol cuya paternidad se atribuye a Paracelso, se empleó ampliamente como analgésico hasta el siglo XIX. Más tarde se sintetizó la morfina, con un poder analgésico mucho mayor y también mucho más adictiva. En el XIX se extendió en China el consumo de opio. Los fumaderos de la sustancia abundaron en todo el país hasta convertirse en una plaga nacional no erradicada hasta la llegada del régimen comunista. Potencias como USA, Francia, el Reino Unido o la misma China pugnaron por dominar el mercado del opio, generándose auténticas guerras por este motivo. La heroína, el más moderno de los derivados del opio, ha causado verdaderos estragos en las sociedades contemporáneas. Otro de sus alcaloides, la papaverina, es un compuesto que difiere del grupo de los mórficos, ya que no es narcótica ni adictiva. Se emplea como relajante del músculo liso, vasodilatador y en menor medida, antipsicótico.

Los hippies de los sesenta se adornaban con toda clase de flores. Probablemente también las probaron, pero les gustaron más el cannabis, los hongos alucinógenos y la dietilamida del ácido lisérgico, más conocida como LSD. Viaje con nosotros, que decía Gurruchaga. Y Luis Eduardo Aute, poeta profético, cantaba en su emblemática Al alba: Los hijos que no tuvimos se esconden en las cloacas. Comen las últimas flores, parece que adivinaran que el día que se avecina viene con hambre atrasada.

-Tío, esto está buenísimo. ¿Qué has dicho que era?

-Pan con aceite.

-Brutal, ya me pasarás la receta.

-No tengo ni idea, lo ha hecho mi madre.

-Tío, pregúntale si puede hacerse con la thermomix.

 


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