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miércoles, 12 de marzo de 2025

EL SIGLO XV CASTELLANO. LUCES Y SOMBRAS

 


Castilla pasó durante el siglo XV por diferentes visicitudes. En el plano económico y comercial se produjo una recuperación notable con el auge de la ganadería y el consiguiente crecimiento de la industria lanera. En la agricultura se inició una especialización de los cultivos, produciéndose nuevas roturaciones. Creció el agro respondiendo a las crecientes necesidades de la población urbana, pues las principales ciudades castellanas experimentaron también un apreciable crecimiento. Durante esa centuria, la extracción de hierro en Vizcaya llegó a alcanzar los 40.000 quintales anuales, una cifra asombrosa si consideramos los precarios medios que se empleaban en la época. Los telares conquenses elaboraban entre tres mil y cuatro mil paños al año, y aunque en menor medida, la producción textil de otros centros en otras poblaciones, también aumentó de forma considerable. El comercio experimentó por su parte, un crecimiento exponencial, con la feria de Medina del Campo como referencia principal de las transacciones.

Desde el puerto de Santander partían lana y productos textiles hacia Inglaterra y hacia Flandes. La Crónica de don Álvaro de Luna hacia mediados del siglo XV, dice en referencia a las ferias de Medina del Campo que acudían a ellas grandes tropeles de gentes de diversas naciones así de Castilla como de otros regnos. Las ferias llegaron a durar unos cien días. Burgos se convirtió también en un gran centro de contratación de lanas, que luego se exportaban desde el puerto de Bilbao a Flandes, la costa atlántica francesa, Inglaterra y los países hanseáticos. Otro tanto puede decirse del hierro vizcaíno, y en menor medida de aceite, pieles, vino, alumbre, cueros e incluso azúcar, que comenzaba a llegar desde las Canarias recientemente conquistadas. Al calor del auge económico y mercantil, creció la población castellana, que en tiempos de Enrique IV llegó a superar los cuatro millones y medio de habitantes, cifra muy considerable comparada con la demografía del resto de territorios peninsulares.


En lo político reinó la incertidumbre en la Castilla del XV. Juan II accedió al trono siendo todavía un niño, actuando como regentes su madre, Catalina de Lancaster, y su tío, el infante don Fernando, también llamado Fernando de Antequera por haber conquistado aquella plaza para la Corona de Castilla. El de Antequera, un Trastámara, hijo de Leonor de Aragón y sobrino de Martín el Humano, accedió al trono aragonés tras el Compromiso de Caspe como Fernando I de Aragón. Al marchar dejó a sus hijos muy bien instalados en Castilla, eran los llamados infantes de Aragón: Juan, duque de Peñafiel, Enrique, maestre de la orden de Santiago, y Sancho, maestre de la de Alcántara. Se produjo un enfrentamiento entre los infantes de Aragón y el joven monarca castellano, Juan II, o más bien, su valido don Álvaro de Luna, curiosamente también procedente de una noble familia aragonesa, la de los Luna, que había dado a la Historia hasta un papa, el controvertido y excomulgado Papa Luna. En la Crónica del halconero de Juan II Pedro Carrillo de Huete, se dice de don Álvaro de Luna que no se conoce hombre que tan gran poderío toviese, ni tanto amado fuese de su Rey como él hera.


En 1423 don Álvaro de Luna fue nombrado condestable de Castilla. Venció a los infantes de Aragón en la batalla de Olmedo. Venció también a los nazaríes granadinos en la Higueruela en 1431. A pesar de sus triunfos, no se sabe muy bien cómo ni por qué, el de Luna cayó en desgracia. Sufrió un destierro temporal en 1439, y finalmente, en 1453, fue detenido en Burgos y ajusticiado en Valladolid, acusado sin demasiado fundamento de haber instigado un crimen. Algunos apuntaron como causa real de su caída en desgracia el enfrentamiento que habría mantenido con el rey por los favores de cierta dama. Un año más tarde de la ejecución del condestable, en 1454, murió Juan II, sucediéndole su hijo Enrique IV, al que la Historia conoce como Enrique el Impotente. Gregorio Marañón lo definió como displásico eunocoide, uno de los más controvertidos monarcas de Castilla.

Al parecer, era de carácter débil, retraído y abúlico. Tampoco parece que se rodeara de consejeros y cortesanos demasiado hábiles. Se enemistó con la nobleza y con los exportadores de lanas. No obstante, a punto estuvo Castilla durante su reinado de abrirse al comercio en el Mediterráneo, pues los catalanes, descontentos con su rey aragonés, le ofrecieron el Principado de Cataluña. Las hábiles maniobras de Aragón y del rey francés Luis XI, frustraron el ofrecimiento, pero sobre todo, perdió Castilla esa oportunidad por la indecisión y la apatía de su monarca.

En 1465 se celebró extramuros de Ávila una grotesca ceremonia conocida como la farsa de Ávila en la que se representó a Enrique por un muñeco al que se despojó del trono entre las risas y burlas de los asistentes, entre otros Juan Pacheco, que había sido un hombre importante en la corte castellana, y Alfonso Carrillo, el arzobispo de Toledo.

Habiendo muerto el infante Alfonso, único hermano varón del rey Enrique, el Impotente designó sucesora al trono en principio a su hermana Isabel. No obstante, el matrimonio de Isabel con Fernando, el heredero aragonés, que se realizó a espaldas del rey castellano, hizo que Enrique cambiara de idea, designando nueva sucesora a su hija Juana, habida de su segunda esposa, Juana de Portugal. Las malas lenguas atribuían la paternidad de la joven al cortesano Beltrán de la Cueva, por lo que el populacho dio en apodarla Juana la Beltraneja. Enrique IV falleció en 1474, y a su muerte estalló una cruenta guerra de sucesión entre las dos candidatas al trono y sus diferentes partidarios. Los acontecimientos que se produjeron en las últimas décadas del siglo XV resultarían a la postre decisivos para la Historia peninsular y para la del resto del mundo.

El error es un arma que siempre acaba disparándose contra el que la empuña.




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