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sábado, 1 de febrero de 2025

LA CAZA DE JUDÍOS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XIV

 


El clima antijudío, que había ido creciendo en el resto de Europa durante el siglo XIII, al que contribuyeron las  duras medidas contra los hebreos del Concilio de Letrán (1215), se instaló en la península con algún retraso, pero con idéntica o aún mayor crudeza. Se habían tomado medidas radicales contra la comunidad judía en Inglaterra y en Francia, concretamente en París, donde se produjo una quema masiva de ejemplares del Talmud. Navarra, más ligada a sus vecinos franceses que el resto de los reinos peninsulares, fue testigo del estallido de la violencia contra las juderías de 1328. Lideró el movimiento antijudío fray Pedro de Olligoyen, un franciscano  exaltado al frente de un violento grupo autodenominado los matadores de judíos. La inquina contra la raza hebrea se agravó con las sucesivas epidemias de peste, tragedia que se dio en achacar a las diabólicas artes de los judíos, de manera que en muchos lugares se tomaron como chivo expiatorio.


En la Corona de Aragón se produjeron asaltos a las juderías con gran profusión de sangre en Barcelona, Cervera, Lérida, Tárrega, y Gerona, siempre bajo la acusación de ser los judíos causantes o propagadores de la peste negra.

En la Corona de Castilla el cada día mayor rechazo a los judíos se contaminó además de política. Enrique de Trastámara, el príncipe bastardo aspirante al trono, alentó durante la guerra sucesoria el creciente antijudaísmo, para atraer simpatizantes a su causa. Las tropas trastamaristas  actuaron con inusitada violencia contra juderías en tierras palentinas y burgalesas, exigiéndoles grandes sumas de dinero que sirvieron para financiar la guerra civil. Una vez entronizado como Enrique II, el Trastámara intentó dar marcha atrás, pero ya era tarde. Durante su reinado las tierras castellanas y leonesas se convirtieron en un infierno para los seguidores de la ley mosaica, tal como lo recogió en aquel tiempo el cronista hebreo Menahem ben Zerak. Tanto muchos procuradores de villas y ciudades castellanas, como las mismas Cortes, patrocinaron durísimos ataques contra los judíos. El canciller Pedro López de Ayala escribió en su Rimado de Palacio:

Allí vienen los judíos, que están aparejados

para beber la sangre de los pobres cuytados.


Pero los mayores  y más feroces ataques a las juderías se produjeron ya en la última década del siglo XIV. Fallecidos el rey castellano Juan I y el obispo de Sevilla, don Pedro Gómez Barroso, que prudentemente contuvieron la furia antijudía en Andalucía, Ferrán Martínez, un arcediano de Écija, exaltado incendiario de juderías, se puso al frente del movimiento popular antihebreo, propagándose la violencia primero al valle del Guadalquivir, y después a muchos otros lugares de la meseta castellana y de la Corona de Aragón. A propósito del caso, seguimos la crónica del citado Pedro López de Ayala: Perdiéronse por este levantamiento en este tiempo las aljamas de los judíos de Sevilla e Córdoba e Burgos e Toledo e Logroño e otras muchas del regno; e en Aragón las de Barcelona e Valencia e otras muchas; e los que escaparon quedaron muy pobres. El número de víctimas judías de los desórdenes de 1391 se ha estimado en unas cuatro mil, y es muy posible que los cálculos hayan quedado cortos.


Consecuencia directa de aquellos estallidos de violencia fue la conversión masiva de miles de judíos que aceptaron el bautismo no por convicción, sino sencillamente para salvar sus vidas. En los años siguientes, muchos predicadores en Castilla y el valenciano Vicente Ferrer en Aragón, se esforzaron por atraer a la fe cristiana a muchos judíos. La mayor parte de las conversiones no fueron sinceras, lo que causó la pervivencia de un creciente criptojudaísmo en los reinos peninsulares. Los nuevos cristianos y sus descendientes continuaron practicando su vieja religión en la intimidad de sus hogares, aunque de puertas afuera simularan ser cristianos y hasta algunos profesaran como religiosos. Con el tiempo, volvería a encenderse la mecha que estalló en nuevos conflictos y en interminables violencias que iban a prolongarse hasta la definitiva expulsión de los judíos durante el reinado de los Reyes Católicos.

Capítulo aparte merecen los conversos sinceros. Algunos de ellos lo fueron tanto y con tal intensidad, que se acabarían convirtiendo en los más feroces inquisidores y celosos perseguidores de judíos y de moros. No hay peor cuña que la de la misma madera.

-Querida, acabo de romper un plato en la cocina.

-Ahora mismo voy con la escoba.

-Mujer, no es tan urgente, puedes venir andando.


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