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miércoles, 25 de enero de 2023

LUIS DE GÓNGORA Y EL CULTERANISMO BARROCO


 

Luis de Góngora y Argote nació en julio de 1561 en la calle de Las Pavas de Córdoba la sultana. Era hijo de un juez, Francisco de Argote, que cayó en desgracia tras ser procesado por el Santo Oficio, y de doña Leonor de Góngora, dama noble de la que adoptó el apellido. Estudió en Salamanca y muy joven ya comenzó a cobrar fama de poeta. Tomó las órdenes menores, y por intercesión de su tío materno, Francisco de Góngora, racionero de la catedral cordobesa, obtuvo el cargo de canónigo beneficiado en ella. Pronto se reveló en el joven Góngora su naturaleza díscola, pues parece que recibió amonestaciones del obispo Pacheco que le afeó su escaso apego a la religión, su demasiada afición a diversiones profanas como la tauromaquia o los juegos de naipes, y sobre todo su dedicación a componer sonetos, romances y coplas satíricas que musicalizaron amigos suyos como Diego Gómez o Claudio de la Sablonara.


El obispo Pacheco, que seguramente habría querido corregir al joven Góngora con castigos más severos, acaso atendiendo a la influencia de su tío, se contentó con alejarle de Córdoba, encomendándole comisiones en Jaén, Granada, Salamanca, Madrid, León, Cuenca, Toledo o Navarra. Durante su estancia en la corte vallisoletana se enemistó con Quevedo a causa de la querella nunca bien aclarada acerca de unos versos supuestamente plagiados. Ese, y no otro, parece ser el origen de la guerra literaria que ambos mantuvieron a lo largo de sus vidas, donde debió primar lo personal sobre la polémica del culteranismo.

Hacia 1610 comenzó Góngora a cobrar fama publicando sus primeras obras poéticas como la Oda a la toma de Larache, el Polifemo o las Metamorfosis de Ovidio, todas impresas por vez primera en Córdoba. Pero lo que le granjeó una legión de seguidores y otra no menor de detractores, fue la publicación de sus Soledades, denostadas por clasicistas como su archienemigo Quevedo, Lope o los Argensola, que tildaron la obra de ripios afectados, pretenciosos y oscuros. A la vez, el nuevo estilo gongorino o culterano creó escuela y ganó adeptos tan ilustres como Polo de Medina, Paravicino, Bocángel, Trillo y Figueroa, Soto de Rojas, Villalobos, Ribera, Villamediana o sor Juana Inés de la Cruz en tierras americanas.



Todo indica que los defensores ejercieron a la postre mayor influencia que los adversarios, pues recibió Góngora numerosas adhesiones y distinciones como la de ser nombrado capellán real por Felipe III en 1617, cargo que ejerció en la corte ya entonces madrileña hasta 1626. De aquella etapa de prestigio literario y social data el retrato que le hizo Diego Velázquez por el que reconocemos su fisonomía y su gesto adusto y severo. En 1627 perdió la memoria probablemente a causa de un ictus, y marchó a su Córdoba natal, donde falleció al poco tiempo víctima de lo que entonces se llamaba una apoplejía, es decir, otro accidente vascular que le afectó el cerebro. Murió en la miseria más absoluta en la que le dejó una legión de parientes que como verdaderos buitres acudieron en sus últimos años a depredar todo a lo que pudieron echar mano.


La obra poética de Luis de Góngora ha sido analizada por diferentes críticos, desde contemporáneos suyos como Juan de Jáuregui o Villamediana, hasta modernos como Luzán, Menéndez y Pelayo o Dámaso Alonso. Modernamente tiende a abandonarse el viejo adjetivo de culterano que le aplicaron sus enemigos debido al parecido fonético a luterano, por la expresión conceptismo barroco, una definición acaso más amplia hasta el punto de agrupar no sólo a los seguidores declarados de Góngora, sino a muchos otros autores del Siglo de Oro, incluidos algunos destacados adversarios como nuestros hermanos Argensola. Biblioteca Bigotini se complace en ofreceros la versión digital de las Soledades gongorinas, obra cumbre de la poesía de su autor y quintaesencia de nuestro barroco literario. Clic en el enlace: 

https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=Soledades.pdf

Era del año la estación florida

en que el mentido robador de Europa,

tonante Júpiter, apuró la copa

y ascendió presuroso el monte Ida.

Falso principio de la Soledad primera.


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