
Un
día pesado de viaje, autobús, maletas, avión, esperas, colas…
Finalmente llegamos a Amsterdam
ya avanzada la tarde. El hotel está en la avenida Damrak,
la más céntrica de la ciudad, junto a la célebre plaza Dam.
Las ventanas de la habitación ofrecen la vista impagable del viejo
edificio de la Bolsa hanseática de Amsterdam, puro Renacimiento
local.
La
habitación es amplia, cómoda y cálida, entarimada para soportar el
clima fresco y húmedo de por aquí. El baño constituye todo un
ejemplo digno de esas revistas de decoración que ofrecen soluciones
para apartamentos pequeños, todo está encajado en un espacio
minúsculo. Estamos alojados en la buhardilla del viejo edificio a la
que se accede a través de una empinadísima escalera de madera.
Desde la avenida nos fijamos en un curioso detalle: entre nuestras
ventanas y el tejado asoma una sólida viga provista de enganche.
Como en muchos otros edificios antiguos de la ciudad, sirve para
hacer mudanzas de muebles y para evacuar a los enfermos cuando no
pueden ser conducidos escaleras abajo.
En
la calle llueve a mares. Cenamos en un diner
cercano. Carnes, pastas y postres. Sigue lloviendo y llegamos
empapados al hotel. Se agradece la agradable calidez y el aire alpino
de la habitación. Tampoco viene mal que funcione la calefacción.
Cosas del Norte. ¡A dormir calentitos!


Breve
paseo por Damrak avenue
(sigue haciendo fresco), y al hotel a descansar.
Los
desayunos los hacemos en el bar de abajo, un establecimiento
regentado por argentinos, que se ha especializado en dar de desayunar
a los clientes de la media docena de hoteles semejantes al nuestro
que hay en la avenida Damrak.
Todos están en edificios históricos que no cuentan con espacio
suficiente y probablemente tampoco con permisos de sanidad, bomberos,
etc., para tener cocina. Después del desayuno, paseo por los canales
y visita al museo de cera de madame
Tussaud, que está junto
a la plaza Dam.
Nos fotografiamos junto a los personajes como está mandado. A
continuación, garbeo por una galería comercial.

Por
la tarde nuevos paseos por la zona comercial. Vamos maquinando el
imprescindible tema de las compras y los regalos. Descansamos en las
acogedoras y típicas terrazas de la Rembrandt
Platz: cervecitas belgas
que son mejores que las holandesas. Vuelta al paseo y las compras, y
finalmente cena italiana de pastas en un italiano para turistas. Nos
reímos mucho, mucho. Los italianos son con diferencia los mejores
para hacer la pelota al cliente . Por otra parte, llegamos a la
conclusión de que decididamente Amsterdam es un gran ciudad,
divertida, acogedora y sorprendente, una de nuestras favoritas.

Al
salir del museo almorzamos en una terraza junto al canal. Las vistas
desde allí son espléndidas, y también es espléndido mi plato de
huevos. Aquí parece que tienen costumbre de poner tres huevos por
ración, y yo me los zampo sin rechistar. A donde fueres… Después
de la comida, callejeamos sin rumbo y tomamos unas cervezas en la
zona del cannabis. En algunos bares no es necesario fumar, basta con
respirar el humo para ser feliz.
Cena
en un típico holandés muy cerca del barrio rojo. Costillas
adobadas, pollo y pescado. Brevísimo paseo y a la cama, que mañana
toca viaje. Para ser felices en Amsterdam no necesitamos ni siquiera
el humo de los coffee shops. Tenemos bastante con respirar un
poco de libertad y con nuestra proverbial limpieza de corazón, que
algunos tendrían por simpleza.
Cuando
tengo que elegir entre dos tentaciones, siempre prefiero la que no he
probado todavía. Mae West.
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