El
virus varicela-zoster, también conocido
por sus siglas en inglés HHV-3
o virus del herpes humano tipo 3, es el causante de dos enfermedades
diferentes: la varicela, infección vírica
que generalmente (aunque no siempre) afecta a los niños, y el herpes zoster, que suele presentarse en
adultos. Su único reservorio conocido hasta la fecha es el ser humano, por lo
que con toda probabilidad esta especie vírica ha evolucionado paralelamente a
la nuestra, a partir de algún antepasado de la extensa familia de los herpesvirus,
muchos de cuyos géneros y especies afectan a los grandes simios. El HHV-3
presenta una morfología singular. Su membrana tiene la forma de un perfecto
icosaedro. Su doble cadena de ADN queda encapsulada en el interior de un
tegumento proteico, protegido a su vez por una capa de lípidos repletos de
glicoproteínas, que se proyectan al exterior a modo de ganchos de abordaje, y
permiten al virión anclarse firmemente a los tejidos del sistema nervioso de su
hospedador.
El
virus ingresa generalmente por vía respiratoria, y tiene uno de los índices de
contagio más altos que se conocen. Por eso cuando en las escuelas o las
guarderías se declara el primer caso, es habitual que la inmensa mayoría de los
otros niños resulten afectados. Los portadores son potenciales fuentes de
contagio desde unos pocos días antes de iniciarse los síntomas, así que en esta
fase resulta imposible identificar el riesgo. Se producen unas lesiones
puntiformes muy pruriginosas que comienzan en el tronco y van extendiéndose
hacia el rostro, las extremidades, y el resto de la piel y las mucosas. Las
lesiones evolucionan desde manchas rojas, pasando por vesículas llenas de
líquido, hasta costras duras. Es común la coincidencia de los tres tipos de
lesiones, lo que permite identificar y diagnosticar la varicela.
Cuando
todas las lesiones han evolucionado a costras el paciente deja de ser
contagioso. Además del intenso prurito, la varicela cursa con fiebre y síntomas
respiratorios. Aunque generalmente es de curso leve, pueden existir casos de
pronóstico sombrío, particularmente cuando la enfermedad afecta a pacientes
adultos, a enfermos crónicos o inmunodeprimidos. La infección confiere
inmunidad permanente a quienes la han padecido, por lo que no es posible
adquirirla por segunda vez. Cualquier caso que se reporte en este sentido, se
debe con seguridad a un diagnóstico anterior erróneo. El tratamiento debe ser
fundamentalmente sintomático, dirigiéndose a aliviar la fiebre, la tos, y sobre
todo el prurito, pues conviene recordar que el rascado de las lesiones puede
originar marcas permanentes en la
piel. En los casos más severos y bajo supervisión médica,
pueden emplearse antivirales del tipo aciclovir.
Hasta
aquí la primera fase de la
infección. Pero en el título nos hemos referido a la
estrategia de supervivencia del HHV-3. Y es que este virus ha desarrollado un
comportamiento tan asombroso como insólito. En efecto, cuando los síntomas de
la varicela han cesado, el virión permanece en forma latente en el sistema
nervioso de las personas infectadas. Fundamentalmente en el área del nervio trigémino
y el ganglio
espinal. En entre el 10 y el 20% de los casos, y por motivos aun no bien
aclarados, el virus se reactiva, produciendo la enfermedad conocida como herpes zoster o en términos vulgares culebrilla o
fuego de San Antonio. Se trata de una afección neurológica, en la
que el virus invade una rama nerviosa concreta, siguiendo su trayecto. La
región costal es la localización más habitual, aunque en ocasiones puede interesar
a la rama oftálmica, provocando un herpes zoster
oftálmico, un cuadro lacerante, en el que el paciente corre el
riesgo de perder el ojo afectado. Una complicación severa es la neuralgia postherpética, especialmente
dolorosa. También pueden aparecer dermatomas, mielitis, parálisis motoras, o
incluso producirse hepatitis graves en pacientes inmunodeprimidos
o debilitados.
A
diferencia de la varicela, el herpes
zoster no es contagioso en principio. La única posibilidad de transmisión
de persona a persona es el contacto directo o inoculación de las secreciones
procedentes de las lesiones cutáneas. El tratamiento será fundamentalmente
paliativo. Analgésicos para el dolor, incluso opiáceos en los casos más
severos. Los antivirales se prescribirán a criterio facultativo, sobre todo
para prevenir o mitigar la neuralgia postherpética y el resto de las
complicaciones.
Los
HHV-3, como el resto de los virus, son parásitos
obligados, porque poseen uno solo de los ácidos nucleicos, ADN o ARN (en
este caso, ADN). Por lo tanto, necesitan invadir una célula para poder
reproducirse, tomando de su hospedador las cadenas de nucleótidos de que
carecen. En el 99,9% de los casos, los virus parasitan a las bacterias, que
junto a ellos son con enorme diferencia, los seres vivos más abundantes de
nuestro planeta. Pero algunos han dado un salto evolutivo, y se han
especializado en parasitar organismos más complejos, como pueden ser hongos,
plantas o animales, y por supuesto, nosotros mismos. La completa explicación
del por qué de este fenómeno, sería muy larga e incluiría detalles que aun
desconocemos. La explicación breve es la siguiente: ellos (los microorganismos)
son los verdaderos dueños de la Tierra. Nosotros (los organismos pluricelulares)
probablemente no somos más que un accidente, un camino improbable de la
evolución, que se produjo por verdadera suerte. A pesar de que eventualmente
puedan causarnos alguna molestia, vivimos y nos sustentamos gracias a ellos. Nosotros
nos extinguiremos sin remedio, mientras que ellos seguirán aquí hasta que el
Sol colapse. Porque ellos son la vida,
la original y auténtica vida en el más puro sentido biológico del término.
Mejorar
es cambiar de vez en cuando. Ser perfecto es cambiar continuamente. Winston
Churchill.