Serafín
y Joaquín Álvarez Quintero fueron dos sevillanos de Utrera, nacidos en 1871 y
1873, que durante el primer cuarto del pasado siglo XX se convirtieron en la
principal referencia de la escena teatral española. Prolíficos autores de
comedias, sainetes, entremeses, juguetes cómicos y libretos para zarzuela o
piezas musicales, los hermanos
Quintero, como eran conocidos popularmente en toda España,
cultivaron como nadie el llamado género chico,
al que supieron dar la relevancia y el empaque del que este género menor había
carecido hasta la irrupción de los utreranos.
El
entremés teatral, la pieza breve, tiene una larga trayectoria en las letras
españolas. Concebido como un divertimento de corta duración que precedía a las
comedias y autos sacramentales, fue en sus orígenes género cultivado por
autores tan importantes como Lope de Rueda o el mismo Miguel de Cervantes.
Pero, como diría cierto banderillero metido a político, con el tiempo fue
degenerando hasta convertirse en un artículo menor, un recurso teatral de
relleno, a menudo chusco y hasta grosero en ocasiones. En la España finisecular
de la Restauración, el género chico había tocado fondo. Dos autores (tres)
tomaron a su cargo la tarea de insuflarle nueva vida: Carlos Arniches reinventó el sainete
madrileño; los Quintero recrearon la comedia andaluza.
Juan González Alacreu. Alfareras |
José García Ramos. Cortejo español |
En
1897 saborearon su primer gran éxito popular con el estreno en Madrid de El ojito derecho. Llegaron después
títulos tan célebres y tan celebrados como Malvaloca,
El genio alegre, Las flores, El patio, Amores y amoríos, Las de Caín, La Puebla
de las mujeres, La boda de Quinita Flores, Doña Clarines, Los Galeotes,
Ventolera o Mariquilla Terremoto, entre las más de doscientas obras que
pusieron en escena. El estilo de los hermanos Quintero se ha calificado como naturalismo ingenuo. Se trata de un
costumbrismo particular, trasladado al peculiar dialecto andaluz, y sin embargo
escrito en un castellano, no solo impecable, sino incluso por momentos de una
elegancia singular. Serafín y Joaquín ocuparon con todo merecimiento sendos
sillones en la Real Academia de la Lengua
Española.
En
la España convulsa y prebélica de los años veinte y treinta, los hermanos
Quintero fueron etiquetados no sin fundamento, como autores de derechas. Efectivamente,
la Andalucía que se refleja en sus obras aparece por completo libre de miseria,
lacras sociales y conflicto de cualquier tipo. Es una visión idílica y
colorista en la que destaca la gracia, la sal andaluza. Su tímida crítica social,
si es que en puridad puede decirse que existió, quedó detenida en una especie
de ternurismo melodramático. Los Quintero no quieren inquietar al espectador
burgués (su principal clientela). Por eso insisten en su visión idealizada y
amable de una Andalucía inexistente.
Pese
a todo, en esto acaso radique la esencia de su éxito y su valor literario. En
la invención de un país, un paisaje y un paisanaje falsos pero encantadores,
fingidos pero teatralmente creíbles. En definitiva, hay en la obra de los Quintero
una arrolladora alegría de vivir, que la
redime y la eleva. Por eso críticos tan implacables como Azorín, Cernuda o
Pérez de Ayala, pese a sus objeciones de fondo, terminan por aceptar y aplaudir
el teatro de los hermanos.
Manuel García y Rodríguez. Patio andaluz |
Fallecidos
ya ambos, con el franquismo llegó en los cuarenta y los cincuenta un
reflorecimiento de sus obras y su estilo. Las piezas de los Quintero volvieron
a reponerse en los escenarios y se adaptaron al cine a mayor gloria de Cifesa,
la productora oficial, y de rutilantes estrellas como Paquita Rico, Imperio
Argentina o Estrellita Castro.
En
Biblioteca Bigotini ofrecemos hoy una versión digital de El
patio, simpática comedia estrenada con gran éxito en 1900. Se
trata de una de las piezas más representativas del teatro de los Quintero. Haced clic en la
portada y paladead el sabor de esa elegante prosa cargada de fina
ironía y humor sin aristas.
He
disfrutado mucho con esta obra de teatro. Especialmente en el descanso. Groucho
Marx.
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