El
profe Bigotini también fue joven. Si amigos, podrá parecer mentira, pero es
así. Del mismo modo que en un remoto pasado estuvieron unidos los continentes
de Suramérica y África, o la selección de fútbol ganaba títulos, Bigotini fue
también illo tempore un muchacho
tímido e inexperto, que se ruborizaba delante de cualquier chica guapa,
comenzaba luego a tartamudear frases incoherentes, y terminaba huyendo
despavorido hasta ocultarse bajo una alfombra persa, tras un tapiz flamenco o sobre
una montaña rusa. Afortunadamente aquel desdichado tiempo pasó. Apareció
primero una incipiente pelusilla bajo su nariz monumental, que se convirtió
después en el famoso bigote que luce hasta hoy, tan poblado, que a la vez que
te abraza, te cepilla el traje. Con el bigote llegaron la madurez y el aplomo
necesarios para convertir a nuestro profe en un atractivo galán. Cuando se
encontraba apostado detrás de su nariz, en uno de esos atardeceres gloriosos en
que el sol se ha puesto, apuesto a que no habréis visto un joven tan apuesto
como él.
En
primer lugar es necesario vencer la timidez. Si os consideráis incapaces de
dirigíos con naturalidad a una muchacha bonita, probad durante unos meses a
entablar conversación con damas de edad o mujeres cuya presencia resulte
improbable que provoque pulsiones inapropiadas o intempestivas tormentas
hormonales. Puede servir alguna anciana tía solterona, una monja hemipléjica o
una matrona con aspecto de cabo primero del tercio Alejandro Farnesio.
Una
vez vencido este primer obstáculo, recordad siempre que las féminas son
criaturas purísimas, a medio camino entre lo terreno y lo celestial. Procurad
no empañar esa pureza con palabras soeces o exabruptos fuera de lugar. Debéis
evitar cualquier referencia a asuntos delicados como por ejemplo la ropa
interior. Mencionar un corsé o una negligee
hará enrojecer a cualquier muchacha honesta. Tampoco conviene eructar, escupir,
hurgarse la nariz o rascarse la entrepierna. Son detalles que, por alguna
misteriosa razón, incomodan bastante a las mujeres.
Es
preciso tener paciencia. Cualquier avance que se practique antes de tiempo,
puede dar al traste con una prometedora relación. Los cronistas aseguran que
Lady Hamilton, dama de conducta intachable, no permitió que Nelson la tomara de
la mano hasta que no fueron formalmente presentados. Parece que en cierta
ocasión se incomodó hasta el punto de montar en su caballo y cabalgar sin
descanso desde Londres hasta Northumberland, porque el almirante, acostumbrado como
estaba al rudo lenguaje marinero, cometió la inconveniencia de pronunciar en su
presencia la palabra “pantorrilla”. Se dice también que nuestra compatriota
Por
último, queridos muchachos, quisiera destacar la importancia del aseo personal
y la corrección en el vestir. En los últimos tiempos observo alarmado que los
puños de encaje han quedado prácticamente relegados al ámbito judicial. Una
lástima. Yo os exhorto a que conservéis al menos tres elementos
imprescindibles: cuello duro, corbatín y peinado con raya en medio. Sin eso y
la correspondiente levita negra o gris marengo, podríais caer en el desaliño y
Bueno,
pues ya tenéis las claves del éxito, perillanes. Jugad bien vuestras cartas y
el triunfo está asegurado. Armaos de valor, y ¡hala, a buscar novia! No
pretendáis sin embargo, conseguir harenes. Eso sólo está al alcance de los
jeques árabes, los presidentes de la República francesa y los elefantes marinos
de Península Valdés. Para ejercer la poligamia en el mundo civilizado es
preciso poseer flotas de automóviles de lujo y abultadas cuentas corrientes,
que aunque se llamen así, no son muy corrientes que digamos.
Detrás
de cada hombre que triunfa hay una mujer que lo conoce bien. Por eso no se
explica cómo llegó a triunfar. Woody Allen.
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