Hace unos días os hablé de la gran
desproporción que suele existir entre el número de espermatozoides y el de
óvulos. Recordaréis que apuntamos la relación entre la abundancia espermática y
la tendencia de ciertas hembras, digamos, al devaneo… Pues bien, no sólo la
cantidad, sino también el tamaño de las células germinales, se asocia a menudo
a la promiscuidad. A
veces sucede porque los espermatozoides de mayor tamaño tienen mayor
probabilidad de fecundar los huevos, al parecer debido a que se desplazan con
mayor velocidad que sus contrincantes más pequeños. Así ocurre en el ácaro de los bulbos (una plaga agrícola) y en los gusanos nematodos (una plaga intestinal que desgraciadamente
nos es más familiar). Por regla general, en las especies con hembras promiscuas
los machos no sólo fabrican más esperma, sino que además producen
espermatozoides más grandes.
No obstante, ninguno de estos dos
atributos (tamaño y cantidad) puede crecer de forma indefinida. En todos los
casos habrá un punto en que fabricar espermatozoides más grandes implicará
fabricar menos esperma. Se trata de una cuestión de economía elemental.
Llegados a este punto, los machos (o más bien las estrategias evolutivas de
cada especie) deberán optar por una cosa o la otra. Entre la galería
de gigantescos fenómenos que han apostado fuerte por el tamaño, encontramos
animales muy diversos. El campeón (por lo que sabemos hasta la fecha) es el
macho de Drosophila bifurca,
una mosca del vinagre que mide apenas tres milímetros, cuyos espermatozoides
llegan a alcanzar ¡hasta ochenta y ocho milímetros de largo! Naturalmente
vienen enrollados en el líquido seminal, y luego se despliegan en el interior
del abdomen de las hembras. Al macho de D.
bifurca le van pisando los
talones los escarabajos de alas plumosas (una especie de ptílidos), los nadadores de
espaldas (Notonecta notonecta), los ostrácodos (unos crustáceos
diminutos como el que aparece en la ilustración inferior), las garrapatas, el
caracol terrestre australiano (Hedleyella falconeri), el sapillo pintojo
y muchas otras especies de mosca del vinagre. En concreto los espermatozoides
de ostrácodo llevan la competitividad al extremo de pelear entre ellos hasta
hacerse pedazos…
Algunos biólogos han propuesto que
estos espermatozoides gigantes podrían ser una especie de regalo nutritivo que
el macho ofrece a los huevos de la hembra, pero no parece que esto tenga
demasiado fundamento, porque la fracción que penetra en el huevo es muy
pequeña, se limita a la cabeza donde está el núcleo con su preciada carga
genética, mientras que las larguísimas colas se desprenden sin hacer el menor
provecho a nadie. Algo más plausible parece la explicación de que los
espermatozoides grandes podrían obstruir el tracto reproductor de la hembra,
convirtiéndose en una especie de “cinturón de castidad” que impediría el acceso
a espermatozoides rivales. Así parece ocurrir en el caso del escarabajo de alas
plumosas.
Sea como sea, la existencia de estos
colosales espermatozoides debe tener una explicación biológica, porque su
fabricación supone unos costes muy elevados. En el caso concreto de nuestro
protagonista, Drosophila bifurca, que tiene una vida de unos pocos
meses, los espermatozoides no están listos y maduros hasta los diecisiete días
de existencia, mientras que en otros parientes del género Drosophila con espermatozoides más pequeños,
los machos pueden comenzar a copular a las pocas horas de emerger de la pupa.
En cualquier caso, nuestro avinagrado
amigo puede sacar pecho y presumir a su gusto. Mientras que la mayoría de los
machos necesitan ejércitos de millones de espermatozoides, él se las arregla
muy bien con unos pocos, sí, pero tremendos.
Para rematar este desfile de
monstruos, digamos que no todas las excentricidades espermáticas han optado por
el gigantismo. También hay especies que se apartan de la forma de renacuajo que
tradicionalmente se asocia a los espermatozoides. Por ejemplo, los de los
koalas, los grillos y muchos roedores, han adoptado la forma de un gancho, que
les sirve literalmente para escalar el tracto reproductor femenino. Los
proturos, una especie de insectos primitivos, tienen espermatozoides en forma
de disco. Los de los cangrejos recuerdan a las girándulas de los cohetes.
Algunos caracoles terrestres fabrican espermatozoides con forma de tirabuzón.
Ciertas termitas los tienen con un centenar de colas. Los de la zarigüeya, los
milpiés, los escarabajos acuáticos y algunos caracoles marinos, han adoptado la
costumbre de nadar en parejas. Los de los nematodos reptan en vez de nadar…
Pero la auténtica bomba son los espermatóforos. Tras una larga
sesión de sexo, el pulpo gigante introduce en la hembra una especie de paquete
de más de un metro de diámetro, llamado espermatóforo,
que hace las veces de pene de un solo uso, capaz de desprenderse, y que
contiene cerca de diez mil millones de espermatozoides. Atención a la jugada:
cuando el macho ya se ha retirado dejando en el tracto reproductor de la hembra
el regalito, el espermatóforo explota (así como suena), soltando su
carga de profundidad. El estallido hace que la hembra quede flotando a la
deriva medio aturdida durante varios minutos. Al recuperase pensará: ¡diablos,
este chico si que sabe hacerla estremecer a una!
Groucho Marx:
-Pero señora, ¿cómo es posible que siendo aun tan
joven tenga ya siete hijos?
Margaret Dumont:
-Muy sencillo: amo a mi marido.
Groucho Marx:
-¡Que absurdo! ¡A mí también me gusta mucho mi
puro, pero de vez en cuando me lo saco de la boca!