Murillo. Tres niños |
La
inmensa mayoría de las referencias históricas a la esclavitud nos
transportan casi siempre a ciertos escenarios muy determinados: la
antigüedad greco-romana, el mundo árabe y la América colonial. A
menudo se olvida que en nuestro suelo también hubo esclavos.
Concretamente en la España imperial de los siglos XVI y XVII la
esclavitud fue mucho más que un fenómeno marginal. Como señala
Antonio
Royo Bermejo, entre
los teólogos y pensadores del Siglo de Oro, por influencia de La
Política de
Aristóteles, se distinguían dos tipos de servidumbre. De una parte
la llamada servidumbre
natural, que
sujeta al ignorante y débil al imperio del fuerte o del sabio; y de
otra, la servidumbre
legal, que se
deriva de la guerra o la venta.
La
primera apenas tuvo eco en los reinos peninsulares, sin duda por
influencia del padre Bartolomé de las Casas y su decidida defensa de
los indios americanos y de los aborígenes canarios. Sin embargo, el
principio de la servidumbre legal fue tenazmente defendido en España.
Los prisioneros que se hacían a turcos y moros de Berbería, se
consideraron legalmente esclavizables, así como negros, mulatos y no
blancos en general. También los hijos de esclavos quedaban
legalmente sujetos a esclavitud y compraventa. La llamada guerra
justa fue
aceptada universalmente como causa legítima de esclavitud, por lo
que abundaron también los esclavos de raza blanca. Algunos
centenares de ellos, la mayoría importados de tierras americanas o
fruto de la guerra que se libró en el Mediterráneo contra los
turcos, fueron sometidos a trabajos forzados en las obras faraónicas
de Toledo, Madrid, El Escorial o El Pardo. Pero la gran mayoría de
los esclavos de la España de aquel tiempo se dedicaron a la
servidumbre doméstica como sirvientas, lavanderas, palafreneros o
mozos de establo.
Velázquez. Mulata |
La
causa que más frecuentemente llevaba a adquirir la condición de
esclavo era, como queda dicho, la guerra, situándose a continuación
la trata negrera (un lucrativo negocio), el nacimiento (ser hijo o
hija de esclava) o la comisión de algún delito. Los niños de corta
edad solían ser vendidos en el mismo lote que su madre. Entre los
delitos documentados como causa de pérdida de libertad destacan
ayudar a los moros,
convertirse en moros o en judíos,
el hurto, la mendicidad, el adulterio o el ejercicio de la
prostitución. En el reino de Granada, una vez conquistado y
apaciguado, abundaron las expediciones y cabalgadas para apoderarse
de moros que permanecían emboscados y ocultos.
Aunque
la Corona de Castilla fue ajena a la trata de negros, el mercado
nacional se nutrió de los esclavos que traían los portugueses. Los
principales puntos de trata se situaron en Lisboa y en Sevilla, y los
destinos más comunes incluían a la misma Sevilla, junto a
Salamanca, Madrid y Barcelona, ciudades que contaban con mayor número
de personas adineradas que podían permitirse la compra de esclavos.
Concretamente en Barcelona fue donde más tiempo persistió el
comercio y la tenencia de esclavos, prolongándose allí hasta época
tan reciente como finales del siglo XIX. La burguesía catalana
empleó mano de obra esclava tanto en las colonias de Cuba y Puerto
Rico, como en la misma Cataluña, hasta la vergonzosamente tardía
abolición de la esclavitud.
Velázquez. Retrato de Juan Pareja |
En
los siglos XVI y XVII tuvieron esclavos no solo los nobles y los
mercaderes enriquecidos, sino los militares, los clérigos, los
estudiantes o los artesanos. Es célebre el caso de Juan Pareja, un
esclavo mulato de Diego Velázquez, que aprendió a pintar en el
taller de su maestro y amo, dedicándose después a la pintura con
notable éxito. En el servicio doméstico las esclavas negras y
mulatas gozaron de mejor fama que las blancas y las moriscas, a
quienes se consideraba indómitas y escasamente fieles. Era práctica
común herrar a los esclavos, muy especialmente a los blancos,
mediante marcas hechas a fuego en lugares visibles como la barbilla,
las mejillas o la frente. Los negros habitualmente no se marcaban,
pues su propio color delataba su condición. La marca más usual
consistía en una S y un clavo. Recogen esta costumbre Cervantes y
Lope de Vega entre otros. Sebastián de Covarrubias en su Tesoro
de la lengua castellana o española,
afirma que el clavo no es sino la letra “I”, de manera que la “S”
y la “I” vendrían a significar sine
iure, es decir, sin
derecho, porque el esclavo
no es suyo, sino de su señor y assi le es prohibido cualquier acto
libre.
Quede
pues constancia de que no sólo hubo esclavos en el Brasil o en
Alabama. Lamentablemente también en nuestro suelo se produjo esta
vergonzosa práctica de la esclavitud, consagrada por las leyes
imperiales y bendecida además por la Santa Iglesia.
Escuchando
se aprende y hablando se yerra.