miércoles, 28 de septiembre de 2022

ANTONIO Y CLEOPATRA: AMBICIÓN Y LUJURIA

 


Nadie pareció entender en Roma que César designara como sucesor al joven Octaviano, su ahijado, un adolescente aun imberbe y enfermizo más preocupado por evitar las corrientes de aire que por la política. Lo lógico habría sido que eligiera a Marco Antonio, que a sus treinta y ocho años era un soldado curtido en mil batallas, querido por sus correligionarios políticos y admirado por sus enemigos. Antonio no estaba dispuesto a renunciar al poder que consideraba legítimamente suyo, así que acusó falsamente a Cayo Octavio de haber formado parte de la conspiración que acabó con la vida de César. Por supuesto nadie creyó la acusación, pero la aceptaron aquellos a quienes convenía.

Pero resultó que el chiquillo enfermizo, el adoptado, había crecido siguiendo a su padre adoptivo en las campañas militares y contaba con el cariño de los legionarios veteranos. De manera que unió dos legiones a las otras dos que llegaron de Iliria para ponerse a sus órdenes, y con esas fuerzas se dispuso a hacer frente a Antonio.


En los pocos días en que ejerció el poder, Antonio saqueó el tesoro, ocupó el antiguo palacio de Pompeyo y se declaró gobernador de la Galia Cisalpina, lo que le permitía disponer de un ejército en las mismas puertas de Roma. Los senadores que tanto habían conspirado para librarse de César, comprendieron que al muerto le sustituiría otro peor, por eso tomaron partido por Octavio, el muchacho al que pretendían manejar más fácilmente. Cicerón, el gran orador, desplegó todo su ingenio para zaherir a Antonio en las célebres Filípicas que le dedicó. Cargó Cicerón las tintas en la escandalosa vida privada del general. Lo cierto es que los excesos de Antonio habían llegado a escandalizar hasta al mismo César que fue un hombre de mundo. Incluso en plena guerra, Marco Antonio llevaba tras de sí un harén compuesto por jóvenes de ambos sexos que le procuraban placer. Se jactaba de despreciar a los dioses, blasfemaba y bebía hasta la embriaguez.

Los dos ejércitos se encontraron cerca de Módena y allí la fortuna sonrió a Octaviano. Antonio, derrotado por primera vez en su vida, huyó.

Los aristócratas que habían pensado manejar a Octavio a su antojo, muy pronto se dieron cuenta de su error. En política imperial el muchacho se comportó como un hábil estratega, proponiendo a imitación de César, su padre adoptivo, un segundo triunvirato junto a Lépido, otro lugarteniente de César, y Antonio, que a pesar de la sorpresa, aceptó inmediatamente. De esa manera se aseguró la estabilidad de los diferentes territorios. En cuanto a la política interna, Octavio se mostró inflexible. Trescientos senadores y dos mil funcionarios fueron inculpados del asesinato de César. Fueron procesados sumariamente y ejecutados tras el secuestro de todos sus bienes. Muchos se suicidaron. Cicerón trató de huir, pero las patrullas de Antonio le encontraron en Formia. Ante los triunviros llevaron su cabeza y su mano derecha cortadas. Antonio brincó de gozo. Octaviano se indignó o fingió hacerlo.

Quedaban por castigar Bruto y Casio, los dos principales ejecutores. Los ejércitos de Antonio y de Octaviano los siguieron hasta las provincias orientales y el encuentro tuvo lugar en Filipos. Corría el mes de septiembre del año 42 a.C. Casio se hizo matar por un asistente. Bruto se suicidó arrojándose sobre la espada de un amigo. En Filipos cayeron los últimos representantes del antiguo patriciado romano, y puede decirse que cayó la República. Aquel día quedó oficiosamente inaugurado el Imperio. Octaviano se quedó con Roma y la tajada europea, la más suculenta. Lépido con la africana. A Antonio correspondieron Egipto, Grecia y Oriente. Tenía más soldados que los otros dos, y sobre todo tenía más ambición. Lo que finalmente iba a perderle, era que también tenía más debilidades. Una de ellas, acaso la principal, tenía nombre de mujer: Cleopatra.

La reina de Egipto se presentó ante el romano en una nave de velas rojas, espolón dorado y quilla laminada de plata. La dotación la formaban sus doncellas vestidas de ninfas. Bajo un dosel yacía Cleopatra vestida de Venus, un hábito tan ligero como aquel con el que se presentó a César años atrás. Seguía siendo igual de bella, probablemente más, así que Antonio, hombre pasional y enamoradizo, no se resistió. Le regaló Fenicia, Chipre, Arabia y Palestina, y ella le recompensó esa misma noche. Sus generales se conformaron con las ninfas.

Empujado a partes iguales por Cleopatra y por su propia ambición, Antonio no esperó más. Desembarcó a su ejército en Brindisi. Fue una acción imprudente e improvisada. Sus hombres, viéndose en Italia, se unieron a las legiones de su rival. Tuvo que huir de nuevo a Egipto, y Octavio tuvo ya el pretexto perfecto para acusarlo de traición. Hasta la misma Fulvia, la esposa de Antonio, se sintió ultrajada y exigió su cabeza. Antonio ya no tenía un ejército fiel, era un proscrito y lo sabía. Con todo, quiso apurar el cáliz hasta las heces y permaneció con Cleopatra diez años más viajando por el Mediterráneo oriental. Octavio por su parte, se lo tomó con calma. Hizo una campaña en Hispania donde sometió a los cántabros y astures y liquidó los restos del ejército pompeyano. Finalmente Marco Antonio, asediado, encontró la muerte en Alejandría.

Cleopatra se presentó ante Octavio procurando mostrarse tan seductora como fue capaz. Pero ni Octavio era César o Antonio, ni Cleopatra era la mujer irresistible que fue. En la primavera del año 32 tenía ya cuarenta años. Octavio, que había dejado en Roma a su esposa Livia de quien estaba muy enamorado, la acogió con frialdad y le anunció que la conduciría a Roma como adorno de su carro del triunfo. Aquella misma noche Cleopatra se suicidó envenenada por la mordedura de un áspid.

Lépido, el tercer triunviro, nunca fue un verdadero obstáculo, de manera que Octavio, con apenas treinta años se convirtió en el dueño de Roma, de su Imperio y del mundo conocido.

Para Adán el Paraíso estaba donde estaba Eva. Mark Twain.



domingo, 25 de septiembre de 2022

ALEJANDRO DUMAS, ESCRITOR, CAZADOR Y AMANTE

 


Nacido en 1802 en Villers-Cotterèts, población de Picardía cercana a París, Alejandro Dumas era lo que en detestable expresión racista se llamaba un cuarterón por tener una cuarta parte de sangre negra. En efecto, su abuelo, Alexandre Antoine Davy de la Pailleterie, un aristócrata que marchó a buscar fortuna en el Caribe, tomó por concubina en Haití a la esclava negra Marie-Césette Dumas. De esa unión fue fruto Thomas-Alexandre Dumas, el padre de Alejandro, un mulato, héroe de la Revolución, que alcanzó en la milicia francesa el grado de general, y el título de conde sirviendo a los Borbones. Le llamaban el conde negro y falleció todavía joven cuando su hijo Alejandro tenía sólo cuatro años. A pesar de que apenas lo conoció, parece que el personaje de su padre, lo mismo que el recuerdo familiar de su abuelo, influyeron notablemente en la imaginación del joven Alejandro. Muchas de las andanzas que se contaban del conde negro inspiraron al escritor para concebir las aventuras de El conde de Montecristo y de Los tres mosqueteros.


Alejandro y su madre, Marie-Louise Dumas, quedaron en la indigencia. El joven recibió una deficiente educación y tuvo que ganarse la vida como pasante de un notario o vendiendo tabaco, entre otros muchos oficios. En los bosques de su tierra natal se forjó una reputación como cazador de infalible puntería, y en París sobresalió muy pronto como amante, cortejando a un número indefinido pero en todo caso elevado de jóvenes solteras y casadas. La vinculación de su difunto padre con la casa de Borbón y su fluida caligrafía le permitieron acceder al puesto de escribiente al servicio del duque de Orleans. En esa época, entre 1823 y 1826, comenzó a publicar en París sus primeras novelas, y en 1825 estrenó en el teatro su primer vaudeville, La caza y el amor, inspirado sin duda en sus intensas experiencias cinegéticas y amatorias.

Consiguió hacerse un nombre en la dramaturgia con el estreno en 1830 de Enrique III y su corte, y con la tragedia Antony un año más tarde. A Dumas se debe la introducción del Romanticismo en el teatro francés. Convertido en autor de éxito, explotó el género de los diarios de viajes, por entonces muy en boga, para lo que viajó por Suiza, Alemania e Italia. En materia de amores tampoco estuvo ocioso. Se le conocen romances notorios como el que mantuvo con la actriz Ida Ferrer, con la que contrajo un matrimonio efímero. Muy sonada fue también su aventura con la también actriz Belle Krebsamer, con la que tuvo una hija. Algo menos conocida fue su relación con Marie-Catherine Lebay, la costurera que le dio a su hijo primogénito: Alejandro Dumas, a quien se conoce como Alejandro Dumas hijo, que fue también notable escritor, y a cuya pluma se debe La dama de las camelias, una de las piezas más conocidas del Romanticismo europeo, que inspiró a Verdi su ópera La Traviata.


Ya en plena cresta de la ola del éxito, Dumas se convirtió en ídolo del público y cotizado escritor. Produjo tragedias, melodramas, novelas de aventuras… Algunas de sus obras se publicaron semanalmente en el popular formato de folletines que hicieron furor entre los lectores. Es el caso de las dos más célebres: El conde de Montecristo y Los tres mosqueteros, que fue seguida de varias secuelas. El autor se vio impotente para servir semejante demanda, por lo que tuvo que recurrir a emplear ayudantes, “negros” como se dice en el argot. El más notable de ellos fue Auguste Marquet, escritor que por su cuenta produjo algunas novelas de mérito, y que se querelló con su patrón por los derechos de Los tres mosqueteros. El pleito se saldó en su momento con un acuerdo económico entre ambos, aunque estudios posteriores han demostrado que la labor de Marquet se limitó a proporcionar los datos históricos, mientras que Dumas le dio la forma de novela.


El exitoso Alejandro Dumas amasó una fortuna considerable que dilapidó en objetos de lujo, grandes fiestas, cenas pantagruélicas y toda clase de caprichos caros. Mantenía a sus numerosos hijos, a sus madres y a buen número de amantes casi todas actrices, por las que sentía verdadera debilidad. Sus numerosas deudas y la presión de sus acreedores le obligaron al exilio en Bélgica, en España o en Argelia. En Italia se hizo íntimo de Giuseppe Garibaldi, a quien sufragó la compra clandestina de armas en Marsella armando un buque, el Emma, a bordo del cual llegó a Nápoles el cargamento para los garibaldinos. Alejandro Dumas padre falleció en Puys, en la casa de campo de Alejandro Dumas hijo, el año de 1870, cuando contaba sesenta y ocho. A su pluma se deben alrededor de un millar de obras. Una magnífica estatua que París erigió en su honor fue destruida por los nazis durante la ocupación. Nuestra biblioteca Bigotini se complace en ofreceos la versión digital de su novela breve El hombre del alfanje, un relato de aventuras escrito en la etapa juvenil del autor, que preludia las narraciones que décadas más tarde producirían novelistas como Verne o Salgari. Haced clic en el enlace y que os aproveche. 

https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=El+hombre+del+alfanje.pdf

Hasta para los peores males hay siempre dos remedios: el tiempo y el silencio. Alejandro Dumas.


viernes, 23 de septiembre de 2022

¿SANGRE ROJA O SANGRE AZUL? NOBLEZA OBLIGA

 


En el origen de la expresión “tener sangre azul” no hay más misterio que un poco de higiene. En efecto, en la mayoría de las personas de piel clara, las venas superficiales, principalmente de los antebrazos y el dorso de las manos, se perciben de color azul. Realmente las venas sólo parecen azules cuando están situadas a unos 0,5 milímetros por debajo de la epidermis. La luz blanca, formada por todos los colores del espectro luminoso, penetra la capa superficial de la piel exactamente hasta esa profundidad. Su componente rojo, de elevada longitud de onda, llega hasta capas muy profundas. Por el contrario, el componente azul, de baja longitud de onda, incide en las venas, se refleja en ellas y llega así, es decir azul, hasta el ojo que las percibe precisamente de ese color.


Bien, si esto nos ocurre a todos, ¿por qué se dice que los reyes, príncipes y demás personajes de la nobleza tienen sangre azul? Muy sencillo: cuando se originó la expresión, hace ya unos cuantos siglos, nuestra cotidiana ducha diaria y hasta la higiene personal más básica, no estaban lo que se dice al alcance de cualquiera. Sólo los miembros de las clases dirigentes, la élite de la nobleza, tenían acceso a los baños y al jabón. Por otra parte, en las sociedades rurales las personas pertenecientes a las clases populares pasaban mucho tiempo expuestas al sol y a las inclemencias climáticas. Por eso acababan teniendo una piel bronceada y coriácea, en la que las venas azules no resultaban visibles. Sin embargo los poderosos se protegían del sol, de manera que las jóvenes duquesitas lánguidas y los gallardos príncipes de Beukelaer o de lo que fueran, eran blanquitos y rubios como querubines, y por sus hermosas venas corría como un torrente una nobilísima y prístina sangre de un azul intenso y puro. ¡Ahí queda eso!



Pero dejemos lo anecdótico y vayamos a lo científico. ¿Es realmente azul la sangre o lo son las venas? Por supuesto que no en ambos casos. Si observamos con atención las palmas de nuestras manos (sobre todo si nos las hemos frotado un poco), comprobaremos que están cruzadas por una finísima red roja. Otro tanto ocurre con las mejillas cuando son asaltadas por el rubor. Naturalmente por las venas de cualquier ser humano, sea cual sea el color de su piel, fluye una sangre de un rojo intenso procedente del pigmento conocido como hemoglobina, una proteína que contribuye al transporte de oxígeno.

No obstante, y para terminar con algún detalle curioso a los que somos tan aficionados, os diré que existen algunos animales cuya sangre es realmente azul. Es el caso de muchos moluscos (caracoles más concretamente), arañas, calamares, y la práctica totalidad de los cangrejos. El motivo es que en el caso de los artrópodos y algunos otros seres vivos, la misión que en nosotros ejerce la férrica y roja hemoglobina, la lleva a cabo una proteína cúprica, la hemocianina, de color intensamente azul. ¿Qué os parece?

Cuando este anciano profesor que os cuenta tantas tonterías, saborea una centolla (cosa que ocurre con menos frecuencia de la deseable), musita con lágrimas en los ojos: ¡qué animal más noble!

La honradez de los políticos es como la ropa de las actrices porno, desaparece a la primera insinuación.



martes, 20 de septiembre de 2022

PROGRESIONES GEOMÉTRICAS. EL TABLERO DE AJEDREZ

 


La conocida fábula del tablero de ajedrez y los granos de trigo se data como muy antigua. El primer texto en que se documenta pertenece al erudito árabe Abu-l’Abbas Ahmad ibn Khallikan, más conocido como ibn Kallikan, que vivió entre 1211 y 1282, y que en 1256 relató esta leyenda o acertijo en la historia del gran visir Sissa ben Dahir, a quien se atribuye la invención del juego, y al que el rey indio Shirham ofreció la recompensa que eligiera por su invento. La narración dice que Sissa pidió un grano de trigo en la primera casilla del tablero, dos en la segunda, cuatro en la tercera, ocho en la cuarta, y así sucesivamente hasta completar las sesenta y cuatro de que consta el tablero de ajedrez. Siguió la incredulidad del monarca, a quien la petición pareció un capricho barato que se podría satisfacer quizá con un saco de trigo, sin sospechar el verdadero alcance de una progresión geométrica de orden 64.


En efecto, la suma de los 64 términos, 1 + 2 + 22 … + 263 = 264 – 1, arroja el apabullante resultado de 18.446.744.073.709.551.615 granos de trigo. Según un cálculo de Jan Gullberg que recoge Clifford A. Pickover, a quien seguimos en este comentario, si se estiman unos cien granos de trigo por centímetro cúbico, el volumen total de trigo de Sissa se aproximaría a los doscientos kilómetros cúbicos, que precisarían ser cargados en dos mil millones de vagones de tren, para lo que haría falta un tren que diera mil vueltas completas a la Tierra. No existe ni ha existido jamás tal cantidad de trigo.

En Occidente, Dante Alighieri hizo una referencia a la fábula en su Divina Comedia. Refiriéndose a la abundancia de luces que iluminaban el Paraíso, escribió: y tantas eran, que el número de ellas más que el doblar del ajedrez subía.

En cuanto a la invención del ajedrez, sin duda cabe atribuirle fecha mucho más antigua que las referencias de ibn Kallikan y de Dante. Alfonso X compuso un tratado sobre el juego de tablas, y existen multitud de testimonios más antiguos tanto literarios como gráficos en Oriente y Occidente. Nuestro profe Bigotini, que todavía no es tan viejo como aparenta, se interesó por el ajedrez hasta que descubrió a las damas, a las que confiesa preferir siempre con o sin tablero.

Para el viajero fatigado, la conversación del necio pesa como la arena del desierto.


lunes, 12 de septiembre de 2022

WALT DISNEY Y SU APORTACIÓN AL CÓMIC

 


Walt Disney fue ante todo un empresario de éxito que conquistó a pulso un lugar de honor en la historia del cine como gran maestro de la animación. En un artículo de nuestra Historia del cine, ya recordamos en su momento esa faceta y la figura de Disney.

Hoy asoma también a esta sui generis Historia del Cómic, porque tampoco puede olvidarse su gran contribución al género, si no de manera personal, sí al menos como creador de personajes, productor de publicaciones e inspirador del plantel de artistas de que supo rodearse.

Nacido en Chicago en 1901, demostró desde muy joven una gran afición por el dibujo. Asistió a varias escuelas de arte, y a partir de los 18 años comenzó a dibujar profesionalmente realizando ilustraciones publicitarias. Dotado de una extraordinaria visión comercial, se instaló en California en 1920, y junto a su hermano Roy y a Ub Iwerks, amigo de ambos, fundó el Disney Brothers Studio. Trabajaron para la entonces aún incipiente industria de la animación, produciendo cortos con el conejo Oswald como protagonista. El personaje fue un plagio del que había creado Walter Lantz, que se querelló con los hermanos. Los tribunales dieron la razón a Lantz, así que los Disney tuvieron que inventar de forma urgente un nuevo personaje: Mickey Mouse, que se convertiría poco después en el ratón más popular de América y del mundo entero.

Llegaron después el resto de sus archiconocidos personajes. Llegaron los primeros largometrajes de animación a todo color: Blancanieves, Pinocho, Fantasía, Dumbo, Bambi… Walt Disney ostenta el record absoluto de Oscar de la Academia con nada menos que 22 estatuillas y 59 nominaciones. Llegaron finalmente los parques de atracciones repartidos por medio mundo, las tiendas, los derechos televisivos… Toda una industria que factura muchos millones de dólares y ejerce una notable influencia en niños y adultos del mundo entero. Uno de los principales hallazgos de Disney, acaso el más importante, es la humanización de los animales. Otro, quizá el más polémico, son los argumentos edulcorados en ocasiones impregnados de ideología conservadora. Ha sido este sin duda el aspecto más criticado desde diferentes instancias.

Disney falleció en 1966. Sus restos se enterraron en el Memorial Park de Forest Lawn, aunque de forma insistente se rumorea que permanecen criogenizados en espera de una hipotética resurrección.


 

Pero hoy aquí nos ocupamos de la contribución de Walt Disney al cómic. Al respecto diremos que aunque no de manera directa, pues no se tienen noticias de que personalmente completara una historieta para su publicación, sus personajes clásicos, Mickey, Donald, Goofy… han protagonizado desde los comienzos de la firma Disney en la década de los veinte, grandes páginas del género. Siempre de forma anónima y ciñéndose a la firma “Walt Disney”, dibujantes de la talla de Carl Barks, Floyd Gottfreson, Al Taliaferro, Luciano Gatto o Don Rosa, nos han legado un sinfín de historias inolvidables que han llenado de fantasía la infancia de millones de niños y adolescentes de todo el planeta. Cada uno con su particular estilo. Las historietas de Gottfreson, que tuvieron a Mickey Mouse como protagonista, destacan por sus magníficos guiones de aventuras o policiacos. Durante los años treinta llenaron las páginas de muchos semanarios en América y en Europa traducidos a todos los idiomas. Tanta o incluso mayor calidad tuvieron los trabajos de Al Taliaferro. En Italia, Luciano Gatto iluminó los rostros de varias generaciones de niños con sus aventuras de Topolino, como se llamó allí a Mickey, o de Paperino (Donald).

De cada uno de estos grandes artistas nos ocuparemos en su momento. Por ahora os dejamos con un puñado de dibujos y páginas casi todas de los primeros años. Sirvan como recuerdo a sus artífices y homenaje al talento de Disney, su creador.


















sábado, 10 de septiembre de 2022

EL CINE ESPAÑOL DURANTE EL FRANQUISMO


 




Para el cine español, lo mismo que para las demás manifestaciones culturales, la dictadura franquista constituyó un golpe mortal. Antes de la guerra, aunque no llegó a existir en España nada parecido a una verdadera industria cinematográfica, se habían producido un puñado de filmes prometedores desde el punto de vista artístico. Pioneros notables durante la etapa muda, los experimentos surrealistas de Buñuel, las comedias de Neville o los melodramas de Florián Rey, son sólo algunos ejemplos de lo que pudo haber sido y jamás pudo ser, una cinematografía genuinamente española desarrollada en libertad.

En los primeros años de la posguerra, la férrea censura impuesta por el bando vencedor, dio sólo cabida a cintas con fuerte contenido propagandístico que o bien recreaban episodios históricos con una histriónica Aurora Bautista en Locura de amor o en Agustina de Aragón (¡Nunca entraréis en Zaragoza!), o bien descendían al folklorismo chusco de Morena Clara o de Nobleza baturra, o bien ya sin el menor disimulo, ensalzaban los valores del franquismo como en el caso de Raza, cuyo guión se atribuye al mismo Franco que lo firmó con el seudónimo de Jaime de Andrade. Destacan en esa primera etapa nombres como José Luis Sáenz de Heredia, Juan de Orduña o Rafael Gil.

La proyección de aquellas primeras películas junto a otras producciones americanas convenientemente censuradas si hacía falta, y meticulosamente dobladas al castellano (se impuso por ley la obligación del doblaje), impulsó a los españoles, ávidos de algún entretenimiento en ese tiempo terrible, a llenar las salas de cine que se abrieron en pueblos y ciudades. Antes de cada película se proyectaba el NO-DO, noticiario patriótico que ensalzaba la figura del caudillo y presentaba una falsa imagen de progreso y felicidad, y a continuación los espectadores se deleitaban con filmes como los citados arriba. Abundaron también los melodramas de carácter religioso como La mies es mucha, Balarrasa, Molokai, La hermana San Sulpicio, Marcelino pan y vino… Eran tantas las películas de moralina que hasta dieron para un festival cinematográfico, el de Valladolid, que en esos años se dedicó a ensalzar los valores morales y religiosos.

Los grandes éxitos de taquilla los protagonizaron primero las artistas folklóricas: Estrellita Castro, Imperio Argentina, Lola Flores, Sarita Montiel, Juanita Reina, Carmen Sevilla…, y después los niños y niñas prodigio: Pablito Calvo, Joselito, Pili y Mili, Marisol, Rocío Dúrcal… Eran tiempos ya de una incipiente y hasta por momentos floreciente, industria. Los viejos estudios Chamartín acogieron a la productora Cifesa. Aquello daba dinero, mucho dinero. Comedias con los Ozores, José Luis y Antonio actuando y Mariano dirigiendo, con Paco Martínez Soria y sus cestas de pollos, con Alberto Closas, con Tony Leblanc y Conchita Velasco…

También hubo calidad. Cintas como Surcos de Nieves Conde, El pisito y El cochecito de Marco Ferreri, un neorrealista italiano emigrado al Madrid de los cincuenta, Calle Mayor o Muerte de un ciclista de Bardem… Y por supuesto, Berlanga: Plácido, El verdugo, Bienvenido Mr. Marshall, todas imprescindibles para entender la España de su tiempo. Los jueves, milagro, pequeños o grandes milagros que acaso sin saber muy bien cómo lo hicieron, burlaron la feroz censura y colocaron a la sociedad española frente al espejo de sus más íntimas miserias. Surgen intérpretes excepcionales como José Isbert, como Casen, como López Vázquez…

Sobresale el talento de Rafael Azcona, magnífico humorista y escritor un poco vago, que según confesión propia, encuentra en el guión cinematográfico el vehículo ideal para contar historias sin necesidad de alargarse a la extensión de una novela, ni de arriesgarse a penetrar el hostil territorio literario.

Ya en el tardofranquismo aparece la tercera vía: Forqué, Lazaga, Dibildos, comedias y melodramas con proyección comercial y en ocasiones no carentes por completo de calidad. Mención especialísima merece la figura de Fernando Fernán Gómez, un nombre transversal de nuestro cine cuya carrera abarca los dos últimos tercios del siglo XX, un talento poliédrico e inagotable. Ya entrados los sesenta surge el fenómeno del landismo. Alfredo Landa, claro, pero no sólo él: Gracita Morales, Sazatornil, Mónica Randall, Laly Soldevilla… Y avanzada la década o ya en los setenta triunfa el destape. En las portadas de los diarios aparece el dictador amortajado en su ataúd, mientras las carteleras de los cines y las portadas de las revistas rebosan de desnudos de Nadiuska y de Ágata Lys. Ya lo veis, todo muy español y muy chabacano.

Haced clic en el enlace de aquí abajo para visionar un breve video que evoca las viejas películas españolas. 

https://www.youtube.com/watch?v=szOTGWTgEm

Próxima entrega: La caza de brujas


martes, 6 de septiembre de 2022

GUÁRDATE DE LOS IDUS DE MARZO

 


Con Julio César dueño del poder en Roma, sus enemigos los conservadores no cesaron de conspirar en la sombra. Corrió el rumor de que pretendía que el Senado cambiara su título de cónsul por el de rey. Tal vez no era más que una patraña o tal vez fuera cierto. El caso es que los conspiradores alimentaron el rumor añadiendo que César planeaba divorciarse de Calpurnia para proclamar a Cleopatra, una extranjera, su reina, y trasladarse hasta Egipto para instalar allí la nueva capital. Mientras en la Urbe todos fingían serle fieles, en Hispania el hijo de Pompeyo estaba armando un gran ejército, y otro tanto hacían en África Metelo Escipión, Labieno y otros generales próximos a Catón. César se propuso someter a estos últimos en primer lugar. Pero ya no tenía ejército. Los reaccionarios habían envenenado con calumnias y falsedades a sus antiguos camaradas de armas.

Julio se presentó ante sus legionarios solo y desarmado para anunciarles que partiría a combatir en África “con otros soldados”. Según Suetonio, los veteranos se estremecieron de vergüenza al escuchar esas palabras que en el seco estilo castrense de su jefe constituían todo un reproche. César aceptó a los arrepentidos, entre otras cosas porque nunca existieron aquellos “otros soldados”. En abril del 46 a.C. desembarcó en Tapsos. Una vez más se encontraba en desventaja numérica respecto a sus enemigos. Una vez más perdió la primera batalla, y una vez más venció en la definitiva. Esta vez sus hombres no respetaron las órdenes de clemencia y no tuvieron piedad de los vencidos. Tras una breve pausa en Roma, partió a dar el golpe de gracia al último ejército pompeyano en tierras hispanas. Lo descalabró en Munda (Montilla).


Después de regresar victorioso, el Senado le otorgó el título de dictador vitalicio. Se propuso culminar las reformas que habían pretendido primero los Gracos y más tarde Mario, su tío y mentor político. Tenía a la Asamblea de su parte, y para vencer la resistencia de los aristócratas, redujo el Senado a un órgano meramente consultivo. Como ningún patricio quiso formar parte de su proyecto, se rodeó de algunos hombres de confianza pero inexpertos en administración, con los que formó una especie de ministerio: Balbo, Oppio, Dolabela y su sobrino el joven Octavio, encabezados por Marco Antonio, el más brillante de sus generales. Otorgó la ciudadanía romana a los habitantes de la Galia Cisalpina y proyectó extenderla a toda Italia y a varias poblaciones de la Bética, la Tarraconense, Sicilia y Grecia. Sabía que nada bueno podía esperarse de los romanos de la Urbe, corrompidos e inmorales, mientras que en las provincias, pobladas por muchos ex legionarios eméritos que se mezclaron con los nativos, permanecían firmes la institución familiar, la educación severa y las costumbres sanas. Emprendió el reparto de tierras proyectado por los Gracos.

En lo personal, César se había reconciliado con Calpurnia, compensando con mil atenciones los cuernos que le había puesto durante años. Se volvió cuidadoso y hasta elegante en el vestir, y siempre manifestó alegría. Durante aquel breve periodo fue todo lo feliz que acaso no pudo ser antes.

Pero los conspiradores estaban ya planeando su muerte. Entre los principales cabecillas figuraban Casio y Bruto a quien César seguía queriendo como a un hijo, quizá porque lo era de verdad. Se tenían por adalides de la libertad republicana, aunque es muy dudoso que realmente lo fueran. Los argumentos fingían ser loables, pero las intenciones reales obedecían al interés de conservar los privilegios de la aristocracia. Bruto, un joven taciturno y hermético, odiaba a César, no porque ignorara que fuera su hijo, sino porque sabía que lo era. En una carta dirigida a otro de los conspiradores escribió: Nuestros antepasados nos han enseñado que no se debe soportar a un tirano aunque sea nuestro padre.



En los Idus de marzo del año 44, el día 15 del mes, mientras César se dirigía al Senado, un quiromante le advirtió en plena calle que se guardase de los Idus de marzo. “Ya estamos en ellos”, respondió. “Pero aún no han pasado”, replicó el otro. Entrando en la sala, alguien le entregó un papiro enrollado donde se le informaba de la conjura. No lo leyó pensando que se trataba de alguna de las muchas peticiones que recibía cada día. Mientras uno de los senadores entretenía en el vestíbulo a Antonio, que acaso habría sido el único que podría haberle defendido, los conjurados se abalanzaron sobre él armados de puñales. Como relata Suetonio, parece probable que al ver a Bruto entre ellos, exclamara: “¿tú también, hijo mío?”

Julio César cayó cosido a puñaladas al pie de la estatua de Pompeyo que poco antes había hecho erigir allí, y ante la que solía inclinarse al pasar. El 19 de marzo, Antonio leyó públicamente el testamento de César que, como dictaba la costumbre, había sido custodiado por las vestales. Donó sus suntuosos jardines al municipio para que se convirtieran en un parque público. Cien millones de sestercios debían repartirse entre todos los ciudadanos romanos. El resto de su fortuna se repartiría entre Calpurnia y sus tres sobrinos. Precisamente uno de ellos, el joven Cayo Octavio, quedaba adoptado como hijo y designado sucesor.

Antonio quedó lívido al leerlo porque siempre estuvo seguro de que él sería el elegido. Claro que dos noches antes de la muerte de César, había cenado con varios de los conjurados.

La ambición es el último refugio del fracaso. Oscar Wilde.

domingo, 4 de septiembre de 2022

EURÍPIDES, EL REY DE LA TRAGEDIA GRIEGA

 


Nacido probablemente en Salamina hacia 480 a.C., Eurípides junto a Sófocles y Esquilo, completa el trío de grandes dramaturgos trágicos de la Grecia clásica. Los datos que conocemos de su vida provienen del texto del biógrafo Sátiro (siglo III a.C.), de la Suda, el Marmor Parium, y del escritor romano Aulio Gelio. Según unas fuentes Eurípides vio la luz primera en la isla de Salamina, aunque otras sitúan su nacimiento en la aldea ática de Flía. Fue hijo de un tal Mnesárquides, mercader, y de Clito, su esposa, que emigraron a Atenas poco después de su nacimiento, en los años difíciles de la Segunda Guerra Médica. Sátiro le adjudica como maestros nada menos que a Anaxágoras, Protágoras, Arquelao, Pródico y Diógenes de Apolonia. A nadie extrañe semejante plantel de profesores en pleno siglo de oro o siglo de Pericles, tiempo proclive al florecimiento de artes, ciencias y letras en Grecia.

Su familia debía poseer considerable fortuna, pues siendo muy joven, recién finalizado su servicio en el ejército ateniense, se dice que era dueño de una de las bibliotecas privadas más importantes de Grecia. Se interesó por el arte, fue muy amigo del pintor Polignoto. También disfrutó de la amistad de Sócrates, de quién se dice que sólo asistía al teatro cuando se representaban obras de Eurípides. Se conocen los nombres de sus dos esposas, Melito y Quérile. Hacia 408, decepcionado de Atenas y de su implicación en la Guerra del Peloponeso, se autoexilió en Macedonia donde sirvió brevemente a su rey Arquelao I. Falleció en Pela, la capital macedonia, en 406, según la tradición, atacado por unos perros de presa escapados de su encierro.


En cuanto a su obra poética, Eurípides fue en su tiempo el indiscutible rey de la tragedia, género dramático al que se consagró por entero. Hasta nosotros han llegado completas dieciocho de ellas, más un drama satírico titulado El Cíclope. De otras tantas se han conservado únicamente fragmentos, y sus biógrafos le atribuyen alrededor de un centenar, aunque de la gran mayoría sólo conocemos los títulos.

Eurípides reformó la estructura de la tragedia ática tradicional. Entre las innovaciones que introdujo cabe destacar la aparición de mujeres como protagonistas indiscutibles, como es el caso de Electra, Helena, Andrómaca, Hécuba, Ifigenia o la misma Medea, acaso su tragedia más emblemática y representada hasta incluso tiempos actuales. Destaca también su invención de desenlaces sobrenaturales, muy criticados por cierto, en su momento, como la aparición de un dragón que se lleva a Medea o la sustitución que hacen los dioses de Helena por una doble. En lo formal Eurípides minimizó el papel de los coros, y en lo puramente dramático humanizó notablemente a los personajes trágicos, adjudicándoles pasiones y debilidades humanas, lo que muchas veces le acerca a la tragicomedia.

De nuestra biblioteca Bigotini extraemos la versión digital de su obra Las Troyanas, representada por vez primera en las Grandes Dionisias atenienses de la 91ª olimpiada, año 415 a.C. La obra consta de tres actos con cinco escenas cada uno de ellos. Tras el saqueo de Troya, los aqueos se disputan el botín en el que destacan las principales mujeres de la ciudad vencida que servirán de trofeo a los vencedores. Además del destino que a cada personaje adjudica el mito, la obra constituye un canto dramático contra las funestas consecuencias de las guerras. El autor hace hincapié en el orgullo en este caso de las vencidas, y subyace el mensaje de que los vencedores no lo son completamente, pues sobre ellos se ciernen multitud de desgracias, lo que convierte a las guerras en aborrecibles. Haced clic en el enlace y gozad la magnífica grandeza de los versos de Eurípides.

 

https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=Euripides%2520-%2520Las%2520Troyanas.pdf

Me bastaba con tener en mí misma un maestro honrado: la inteligencia. Andrómaca en Las Troyanas.