Los alimentos y la
nutrición humana constituyen uno de los campos más extensamente abonados para
la ciencia y la investigación. Son numerosos los estudios, análisis y
experimentos que se han llevado a cabo y se siguen desarrollando en esta
materia. Conviene sin embargo, hacer una distinción importante entre los
trabajos encaminados a fines altruistas, como la lucha contra el hambre, el
incremento y mejora de la producción agrícola, la profilaxis de cuadros
carenciales, etc.; y aquellos otros cuyo único objetivo es el lucro de las
industrias alimentarias, basándose en estudios de mercado para diseñar
productos alimenticios fruto de estudios de laboratorio y de combinaciones de
alimentos que habitualmente no se encuentran en el medio natural.
El
peso económico, y en ocasiones la influencia política y social de estas
industrias, es muy considerable. A menudo se trata de multinacionales que no
solo se dedican a la alimentación, sino que participan en empresas
farmacéuticas y hasta en industrias armamentísticas. Entre los especialistas en
la materia ha sobrevolado siempre como una tenue nube, la vieja aspiración de
“inventar” el alimento ideal, algo así como el pan del futuro. El problema es que
el pan ya está inventado desde hace muchos siglos, y los intentos de fabricar y
comercializar esas barras energéticas o ese alimento completo que resuelva los
problemas alimenticios de la humanidad, devienen siempre en fracasos, porque
chocan frontalmente con los hábitos de las gentes y la cultura de los pueblos.
En vano se ofrecerán sofisticados batidos alimenticios o compactados proteicos
a asiáticos hambrientos. Lo que demandan (y lo que realmente necesitan) es
arroz.
En el
mercado occidental han proliferado como setas en los últimos años, productos de
diseño destinados a satisfacer cierta demanda que en todo caso se ha creado
artificialmente a base de publicidad. Resultan atractivos para el consumidor,
no solo por su presentación, sino porque se revisten de un aire saludable y se
publicitan como recomendados por médicos y otros profesionales de la
salud. Existen elementos simples
(leches, yogures, cereales…) que sirven de base a diferentes aditivos
teóricamente destinados a enriquecerlos y convertirlos en poco menos que
alimentos milagro.
No sería justo, sin
embargo, medirlos a todos por el mismo rasero. Digamos que se han
comercializado productos verdaderamente útiles, como cierta marca de yogur
(sólo esa, y no sus imitaciones) a la que se añaden bifidus vivos. Cierto que todos los yogures
contienen bifidus, pero en este caso se trata de bacterias vivas que
pueden jugar un importante papel en la reposición de la flora saprofita
intestinal, sobre todo después de haber sufrido gastroenteritis u otros procesos
diarreicos, después de someterse a un tratamiento de antibioterapia, etc.
Al lado de estos productos podemos encontrar
otros cuya licitud no se discute, pero que acaso no aportan nada que no pudiera
encontrarse ya en el mercado. Es el caso de cereales, galletas y otros
alimentos a los que se han adicionado fibras. Mientras se tomen como otra
galleta u otro cereal más, sin perjuicio de seguir una dieta equilibrada, no
hay nada que decir. Sin embargo, si lo que pretenden es suplir la ingesta de
frutas y verduras hacen un flaco favor a sus consumidores. Otra especie de
broma es el pan integral con bajo nivel de colesterol. Estamos sencillamente
ante un absurdo: los carbohidratos jamás contienen colesterol, a no ser que se
añada al pan alguna grasa de origen animal. Es algo así como anunciar jamón sin
gluten (prometo que he visto estas etiquetas en el mercado). ¡Ya sólo faltaría
que los derivados de carne contuvieran gluten!, podría exclamar algún
consumidor indignado. Pero lo cierto es que muchas veces las industrias añaden
gluten a los embutidos como espesante.
Un
contrasentido en el que puede que no hayáis pensado: a mucha gente le gusta
consumir leche desnatada o semidesnatada. Pues bien, al desnatar la leche se
eliminan el calcio y la
vitamina D. Después resulta, (¡qué paradoja!) que se nos
vende la leche desnatada enriquecida con calcio y vitamina D.
Existen
por último una serie de alimentos supuestamente saludables que constituyen una
pésima elección. Quizá el ejemplo más flagrante lo encontramos en ciertas
leches enriquecidas con ácidos grasos omega-3, que se publicitan para mantener
a raya (y hasta reducir, esto se ha escuchado en algún spot) el exceso de
colesterol LDL. Nada más engañoso. Las leches en cuestión contienen
efectivamente omega-3, pero en una proporción tan mínima, que sería necesario
consumir varios litros de leche para ingerir el omega-3 que contiene un simple
boquerón en conserva. Claro está que si añadieran a la leche una cantidad
considerable de grasas omega-3, cambiarían por completo sus propiedades
organolépticas, y aquello ya no se podría calificar de leche. De acuerdo. Pero
de ahí a inducir al consumidor a pensar que aquello se parece remotamente al
pescado azul, media un abismo.
Todas
las semanas dejo de fumar y me pongo a dieta. Umberto Eco
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