En
la localidad británica de Minehead, Somerset, y en 1917, nació
Arthur Charles Clarke,
célebre en todo el mundo como autor de novelas de ciencia ficción.
Mucho menos conocida es su faceta de científico e investigador.
Estudió matemáticas y física en el King’s College de Londres,
finalizando sus estudios con honores, y durante la Guerra sirvió en
la RAF como especialista en radares, campo en el que desarrolló
también algunas mejoras. Sentó las bases para establecer la órbita
geoestacionaria de los satélites artificiales, llamada en su honor
órbita Clarke,
lo que le valió diversos premios, becas y reconocimientos.
Apasionado de la astronomía, presidió durante varios años la
Sociedad Interplanetaria Británica. Destacó también como
divulgador, tanto en libros como en televisión, siendo el
comentarista de las misiones Apolo para la cadena CBS. Es autor de
las leyes de Clarke
(1962). La tercera de ellas, que es la más popular, declara que toda
tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la
magia.
En
el plano personal, tuvo un matrimonio desgraciado y efímero, y nunca
volvió a casarse. Residió desde 1956 en Ceilán. Falleció en su
capital, Colombo, en 2008, cuando contaba noventa años.
Aquí,
en Bigotini literario, nos interesa sobre todo su faceta de autor de
novelas y relatos de ciencia ficción, por la que Arthur
C. Clarke es
universalmente conocido. En el campo de la literatura fantástica,
Clarke completa el podium junto a Asimov y a Bradbury, el A-B-C de la
ciencia ficción del siglo XX.
Comenzó
en 1946 publicando cuentos en revistas como Astounding.
En esa primera época destacó como autor de relatos breves. Una de
sus primeras novelas, El
Centinela, fue precursora
de la serie 2001,
que le hizo famoso. Como autor de ciencia ficción, Clarke cultivó
la llamada S-F dura, o científica, argumentos basados en la ciencia
y la tecnología del futuro, con explicaciones sólidas y bien
elaboradas en las que brilla su formación científica. Otra de sus
características es el optimismo que rezuman sus relatos. Clarke cree
y confía en la ciencia, da por seguro que una sociedad más
tecnificada siempre será mejor, e incluso trasciende esa visión a
los visitantes de otros mundos, que aparecen siempre en sus relatos
como seres benévolos y cooperadores.
Entre
sus mejores novelas citaremos la saga de Cita
con Rama (1973), Las
arenas de Marte y El
centinela (1951), El
fin de la infancia
(1953), La estrella
(1955), La ciudad y las
estrellas (1956), Regreso
a Titán (1975), Las
fuentes del paraíso
(1979), Cánticos de la
lejana Tierra (1986),
Venus Prime
(1987), Cuna
(1988) o El martillo de
Dios (1993), algunas de
estas y otras muchas en colaboración con otros autores del género,
como Paul Preuss, Gentry Lee, Gregory Benford o Stephen Baxter.
Es
también autor de una decena de colecciones de relatos y de un puñado
de obras de divulgación científica. Pero en el conjunto de su
extensa obra literaria, destaca por derecho propio la serie 2001,
que comenzó en 1968 con la publicación de 2001:
Una odisea espacial.
Contrariamente a lo que parecería más lógico, la novela no
precedió a la famosa película de Stanley Kubrick, sino que el filme
se ideó a partir del relato El
centinela, y
posteriormente Kubrick requirió al autor para escribir con él el
guión de la película. A partir de dicho guión, Clarke terminó de
construir la novela tal como la conocemos.
A
la primera entrega sucedieron otras tres: 2010:
Odisea dos (1982), 2061:
Odisea tres, y 3001:
Odisea final. Ninguna de
ellas alcanza la calidad de la primera novela, convertida igual que
la película de Kubrick, en una obra de culto.
En
Biblioteca Bigotini os ofrecemos hoy el enlace (clic
en la ilustración)
con la versión digital de uno de los microrelatos más conseguidos
de Clarke: Crimen
en Marte.
Disfrutad con su lectura.
Cuando
un científico afirma que algo es posible, casi con toda seguridad
está en lo cierto. Cuando afirma que algo es imposible, muy
probablemente se equivoca. Arthur C. Clarke (1ª ley de Clarke).
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