El
20 de junio de 1969, el comandante Neil Armstrong y el piloto del módulo lunar
Edwin F. Aldrin, ambos miembros de la misión Apolo 11, pusieron por primera vez
los pies sobre la superficie de nuestro satélite.
Además
de las famosas y ya tópicas frases pronunciadas, la banderita y el garbeo
lunar, recogieron también algunas muestras. Una especie de contenedor sirvió
para traer a la Tierra unas rocas para analizar su composición.
Poco
más de un año más tarde, los días 2 y 3 de octubre de 1970, Richard Nixon,
presidente de los Estados Unidos, realizó una visita de Estado a la España
franquista. Se entrevistó con el entonces prometedor y joven príncipe Juan
Carlos de Borbón, y por supuesto, con el viejo dictador, al que obsequió con
una de las rocas lunares.
En
el mismo viaje, Henry Kissinger, secretario de Estado americano, visitó al
almirante Carrero, hombre fuerte del régimen y entonces virtual sucesor in pectore del liderazgo en el régimen.
Tuvo también el detalle de regalarle otra piedra, de manera que, cuando
concluyó aquella visita, dos de las valiosas rocas lunares quedaron en nuestro
país.
Sabemos
qué ocurrió con la segunda. En un principio, el almirante de las cejas pobladas
utilizó la suya como pisapapeles en su despacho. Ya se sabe que tres años más
tarde, el 20 de diciembre de 1973, se produjo el célebre atentado reivindicado
por ETA, que acabó con la vida del entonces ya jefe del gobierno. Muy poco
después, el hijo del almirante donó la piedra al museo de la Marina madrileño,
y más recientemente, la pieza, que forma parte del patrimonio nacional, ha
pasado a engrosar la colección del museo Geológico y Minero de la capital.
Esto
es cuanto concierne a la segunda roca. Sin embargo, en lo relativo al destino
de la primera, la que regaló Nixon a Franco, las cosas no están tan claras.
Sólo puede asegurarse que está perdida para siempre. Una historia poco creíble
relatada a un periodista por el nieto del dictador, echa la culpa del extravío
a la mala cabeza de su madre, Carmen Franco, que con tanta mansión y tanto
viaje, debió perderla en algún traslado.
También
hay malas lenguas que hablan de un viaje a Londres del marqués de Villaverde,
yerno del dictador y presunto cirujano, con la roca en el bolsillo o en algún
maletín. Según esta versión, el marqués, menos extenso que el Golfo de México o
que el Golfo Pérsico, pero de bastante mayor golfería que los dos juntos, la
habría subastado al mejor postor. El profe Bigotini, que es español desde su
más tierna infancia, se decanta por una de las dos posibles versiones. Seguro
que seréis capaces de adivinar cuál es.
-Cariño,
ayúdame con la quiniela: Atletic – Sevilla.
-Un
1, y quiero el divorcio.
-¿Por
qué?
-Porque
se ha perdido la magia entre nosotros.
-No,
digo lo del Atletic.
-Ah,
es que en casa son prácticamente invencibles.
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