sábado, 22 de junio de 2024

VIDA URBANA EN LOS REINOS CRISTIANOS PENINSULARES

 


La de los reinos cristianos de la España del siglo XI era una sociedad mayoritariamente rural, cuyos principales recursos procedían del campo. Tanto en Castilla y en León como en los reinos orientales, el desarrollo de las ciudades fue hasta entonces lento y estuvo cargado de dificultades. El elemento que acaso más contribuyó a incrementar la vida urbana fue precisamente el Camino de Santiago. El texto anónimo de las Crónicas de Sahagún ilustra ese cambio cuando dice que a finales de la XI centuria habían llegado “burgueses de muchos e diversos ofiçios (…), gascones, bretones, alemanes, ingleses, borgoñones, normandos, tolosanos, provinçiales, lombardos…”, como puede apreciarse, franceses en su mayoría, pero también de algunos otros lugares de Europa, pues la atracción que ejerció la tumba del apóstol caló de una forma decisiva en el espíritu de las gentes de aquel tiempo.



Artesanos y mercaderes se asentaron en las villas y los burgos del Camino, al amparo de castillos y monasterios. Desde Jaca hasta la misma Compostela, pasando por Pamplona, Estella, Santo Domingo, Burgos, Castrojeriz, Sahagún, León o Astorga, se fueron formando y acrecentando núcleos de población de abigarradas callejas con tiendas y talleres bordeando el castellum o centro fortificado. Contaban aquellas ciudades con un mercado semanal que solía instalarse en las plazas, al que acudían con sus mercancías las gentes de los poblados circundantes, y en el que asentaban sus puestos los artesanos y menestrales de la propia villa. Muchos artesanos eran de origen mozárabe, cristianos que permanecieron en el territorio tras la derrota y retirada de sus antiguos señores musulmanes. También había mudéjares y judíos que permanecieron con los nuevos señores cristianos. Por último, la ruta jacobea trajo lo que por ejemplo, los leoneses llamaron el vico francorum, expresión que aludía a los nuevos pobladores venidos de allende los Pirineos.


Algo más alejados del Camino, emergieron poco a poco otros núcleos urbanos que adquirirían creciente importancia, como Barcelona, que se desarrolló en torno al reclamo comercial que representó su puerto. En el valle del Duero fueron apareciendo núcleos como Palencia, el Burgo de Osma o Zamora, y más al sur, en las extremaduras o zonas fronterizas, encontramos ciudades como Avila, Segovia o Salamanca. Las actividades artesanales y mercantiles eran en todas ellas muy variadas, como lo prueban los nombres de las calles y callizos que aun hoy se conservan en los cascos históricos de las ciudades medievales: zapatería, carnicería, cedacería, tripería, cordelería, curtidores, aguadores… nos hablan de sus pobladores que se agrupaban en ellas por gremios y por oficios. No obstante, la actividad que alcanzó mayor florecimiento al menos en el reino de Castilla, fue con diferencia la textil, que se nutrió de la importante cabaña ganadera de ovino. La lana y sus manufacturas se convertirían en la principal riqueza.

Cuando varios núcleos de población estaban muy cercanos, se repartían los días de mercado. Así por ejemplo, el mercado del lunes de Sahagún, se trasladaba el martes a Mansilla, y el miércoles a León.


Los habitantes de las ciudades, burgueses o villanos, formaban en su conjunto un estamento social particular, cuya unión solía plasmarse en la denominada conjuratio o juramento colectivo de los vecinos. Las relaciones sociales estaban presididas por un cierto sentimiento de igualdad del que se sentían orgullosos. El viejo dicho de que el aire de la ciudad hace libres a sus habitantes, podía aplicarse a los burgueses que se consideraban más libres que los siervos de la gleba y en general, que los campesinos de las áreas rurales. No obstante, a menudo los burgueses tropezaban con la jurisdicción que sobre ellos y sus actividades ejercían los señores de turno, bien nobles feudales o bien autoridades eclesiásticas. Volviendo a las Crónicas de Sahagún, encontramos un ejemplo ilustrativo en la obligación que tenían sus habitantes de utilizar el horno señorial, es decir, el del monasterio benedictino. A fines del siglo XI, los burgueses quedaron libres de esa carga solo a cambio de pagar un tributo al monasterio.


La ruta jacobea supuso también una importante conexión cultural y política con el resto de la cristiandad europea de su tiempo. Se creó una alianza con Cluny, por la que los monarcas hispanos se obligaron a abrir hospitales a lo largo del Camino, y se tomaron disposiciones para garantizar la vida y las propiedades de peregrinos y romeros. Las cinco esposas que tuvo Alfonso VI fueron todas extranjeras, cuatro francesas y una italiana. Sus hijas se casaron con príncipes borgoñones.

La culminación de aquel proceso de apertura a Europa tuvo lugar en 1080, con la celebración del Concilio de Burgos, al que asistieron obispos de toda la Europa cristiana. En él se acordó la introducción del rito romano que sustituyó al anterior rito mozárabe en Castilla y León, así como el derecho canónico gregoriano y la letra carolina, que desplazaron a los usos visigodos. Penetró en los reinos peninsulares la regla benedictina, y con ella el arte románico. En definitiva, el Camino de Santiago resultó ser el cordón umbilical que unió la España cristiana al resto de Europa.

Señores, yo sé bien lo que es trabajar. Se lo he visto hacer a otros muchas veces. Groucho Marx.

 


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