jueves, 30 de mayo de 2024

CHARLES DARWIN Y SU EVOLUCIÓN LITERARIA

 


Nacido en Sherewsbury en 1809, Charles Darwin fue el segundo hijo varón de Robert Darwin, médico, y Susannah Wedgwood. Su abuelo paterno, Erasmus Darwin, había sido también un médico prestigioso y un botánico notable, y su abuelo materno, Josiah Wedgwood, un ingeniero miembro de la Royal Society, de manera que el pequeño Charles se crió en un ambiente científico. El abuelo Erasmus, hombre de espíritu inquieto y curioso, dejó muchas notas autógrafas y un extenso tratado en el que se ocupaba de algunos aspectos de la herencia. Posiblemente ahí estuviera el germen de la idea que ya desde muy joven, bullía en la cabeza de Charles. En su etapa juvenil podría decirse que más que un naturalista aficionado, Darwin fue un coleccionista empedernido. Cierto que algunas de las colecciones que atesoró tenían que ver con las ciencias naturales, conchas, insectos, minerales…, pero también se aficionó a la numismática y a la filatelia, de manera que su primera inclinación fue la de clasificar y sistematizar, un paso previo obligado para cualquier hombre de ciencia de su tiempo.



Siguiendo la tradición familiar, inició los estudios de medicina en la Universidad de Edimburgo en 1825. Solo llegó a completar dos cursos. Después su padre le propuso seguir la carrera eclesiástica. Charles aceptó sin demasiado entusiasmo, matriculándose en el prestigioso Christ’s College de Cambridge. No puede decirse que en Cambridge fuera un alumno aplicado. Pasó el tiempo montando a caballo y organizando juergas con algunos compañeros, hasta que comenzó a asistir a las clases del botánico y entomólogo John Henslow, a quien desde entonces le uniría una entrañable amistad. Fue el reverendo Henslow quien animó a Darwin a formar parte de una expedición geológica al norte de Gales, y poco después, en 1831, quien le proporcionó la oportunidad de embarcarse como naturalista a bordo del Beagle en la expedición que al mando del capitán Robert Fitzroy, realizó el navío alrededor del mundo.


Lo que ocurrió durante y después del viaje del Beagle, forma parte de la Historia de la Ciencia, y es bien conocido por todos. No pretendo en esta breve reseña profundizar en los principios de la Evolución y en la enorme contribución de Darwin al progreso de las ciencias naturales y la biología. En Bigotini literario nos proponemos glosar la faceta literaria del científico sin adentrarnos en otros territorios. Para eso remitimos a nuestros amigos a los numerosos artículos que sobre darwinismo y evolución hemos publicado en este mismo foro. No obstante, permítaseme una pequeña reflexión sobre la verdadera revolución que en el terreno de las ciencias y en el del pensamiento en general, supusieron las ideas de Darwin. Que todos los seres vivos que poblamos la Tierra procedemos de un ancestro común, y que las especies se han ido sucediendo y diversificando a causa de la selección natural, resulta hoy tan patente y evidente, que cuesta creer que nadie lo advirtiera antes de nuestro autor. En eso, la evolución es comparable al heliocentrismo, por ejemplo. Tanto en un caso como en otro, la resistencia a aceptar evidencias científicas tan irrebatibles, se debió únicamente al fanatismo religioso y la cerrazón de determinadas instancias que en una y otra época detentaban el poder.


En cuanto al Charles Darwin escritor, que es el aspecto que nos interesa en la presente reseña, conviene decir que, paralelamente a sus ideas evolucionistas, en el autor se aprecia también una evidente evolución literaria. En efecto, los escritos anteriores a su obra culminante: Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural, aparecida en 1859, adolecen de una gran simplicidad. Muchos de sus escritos se limitan a meras relaciones, y hasta sus notas del viaje del Beagle resultan muy pobres desde el punto de vista literario. El diario del viaje se publicó en 1839, y ese mismo año comenzó a escribir su primer cuaderno de notas. En cuanto al Origen de las especies, en 1858 Darwin había ya construido un extenso tratado, cuando recibió el trabajo del naturalista Alfred Russel Wallace que, tras un viaje a las Molucas, escribió un opúsculo mucho más breve que contenía en esencia las bases de la teoría evolutiva.


Darwin quedó atónito al leerlo, y le asaltaron serias dudas sobre la conveniencia de publicar su obra que acaso pudiera ser tachada de plagio. Expresó su preocupación a sus amigos Charles Lyell, el gran geólogo escocés, y el zoólogo Thomas Henry Huxley. Ambos le animaron a persistir en su intención de dar a conocer su trabajo. Y ambos, junto con el botánico Joseph Dalton Hooker, actuaron como verdaderos editores, supervisando el original de Darwin, que quedó reducido a la tercera parte del primer borrador, y puliendo la parte literaria del texto. Así que no solo a Darwin, sino también a sus amigos, debemos la cuidada redacción de El Origen, cuya lectura, además del interés científico, resulta de una indudable amenidad.  Lyell tuvo además la feliz iniciativa de contactar con Wallace y exponer la situación con absoluta claridad. Afortunadamente, Wallace era un tipo honrado sin la menor pretensión de notoriedad. Leyó el texto de Darwin y le pareció en todo superior al suyo. Ambas obras se presentaron conjuntamente ante la Linnean Society el 1 de julio de 1858. Unos meses después apareció el texto definitivo de Darwin en las librerías. Constituyó un éxito clamoroso entre los partidarios de la evolución, y causó la indignación de sus detractores, como es sabido.

Nuestra Biblioteca Bigotini os ofrece el enlace con la versión digital de la obra de Charles Darwin tomada de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Con independencia del valor científico del texto, os animamos a reparar en la pulcritud de su prosa, algo que en buena medida, debe atribuirse a la magnífica traducción. 

https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=El+origen+de+las+especies+por+medio+de+la+selecci%C3%B3n+natural.pdf

Los adversarios de las ideas que sostengo han preguntado cómo pudo, por ejemplo, un animal carnívoro terrestre convertirse en un animal de costumbres acuáticas… Charles Darwin. Sobre el origen de las especies.


domingo, 26 de mayo de 2024

ACTIVIDADES POTENCIALMENTE PELIGROSAS (APP)

 


La seguridad y la salud también son importantes en el ámbito laboral. En la mayor parte de las actividades productivas los riesgos pueden controlarse sin mayor problema mediante la adopción de medidas preventivas técnicas u organizativas. Existen sin embargo, ciertas tareas o actividades que se consideran potencialmente peligrosas (APP) o de naturaleza crítica, porque podrían generar accidentes graves, encierran cierta complejidad en su realización, y/o se llevan a cabo de manera ocasional. En estos casos no son suficientes las medidas preventivas habituales, sino que se hace necesaria la implantación de un procedimiento de trabajo que garantice la realización de las tareas en unas adecuadas condiciones de seguridad, y consecuentemente, la integridad de los trabajadores participantes.

Algunos ejemplos de actividades potencialmente peligrosas (APP):

Conducción de vehículos.

Manejo de maquinaria industrial móvil, de elevación o de riesgo.

Trabajos en espacios confinados.

Trabajos en cabinas presurizadas.

Tareas de inmersión.

Tareas de instalación o mantenimiento eléctrico en alta tensión.

Manipulación de sustancias tóxicas o nocivas.

Trabajos verticales.

Trabajos sobre cubiertas y tejados.

Manejo de materiales combustibles o explosivos…


Estas actividades deben disponer de instrucciones de trabajo por escrito. Mediante dichas instrucciones se facilitará el aprendizaje de las tareas, así como el control de su conocimiento y aplicación. Conviene hacer hincapié en la importancia del control y la supervisión de estas actividades, como mejor método para asegurar el cumplimiento escrupuloso de las condiciones de seguridad. La observación de los trabajos es una actividad preventiva fundamental para evitar actos inseguros y comportamientos imprudentes. Cuando la actividad puede comportar peligros graves, es necesario un control periódico mediante inspecciones documentadas. Cuando el riesgo para sí mismo o para terceros dependa de la actuación del trabajador, es necesario:

  • Asegurarse de que el trabajador dispone de las instrucciones de seguridad pertinentes y, en su caso, de los equipos de protección necesarios.
  • Vigilar que el trabajador se atiene a dichas instrucciones al realizar su tarea.
  • Recabar del trabajador información sobre cualquier problema detectado o incidente ocurrido que pueda poner de manifiesto la necesidad de adoptar medidas preventivas complementarias.

En la legislación española (art. 32 bis de la LPRL y art. 22 bis del Reglamento de los Servicios de Prevención) se contempla la figura del recurso preventivo, para la supervisión de este tipo de actividades potencialmente peligrosas. Un recurso preventivo puede ser un trabajador designado, un miembro del servicio de prevención propio o ajeno, u otro trabajador que reúna los conocimientos, la cualificación y la experiencia necesarios y cuente con la formación correspondiente, como mínimo la de nivel básico.

Como consecuencia de la supervisión podrían detectarse dos tipos de deficiencias:

1.- El incumplimiento del procedimiento por parte del trabajador: en este caso el supervisor deberá actuar como si se tratase de un incumplimiento productivo, pero con la urgencia derivada de la importancia del bien que ahora está en juego.

2.- La aparente inadecuación o insuficiencia de las medidas preventivas: en este supuesto, deberá comunicarse al servicio de prevención la necesidad de revisar el procedimiento, y deberán tomarse las medidas oportunas, llegando incluso a paralizar la actividad si se entiende que se trata de un riesgo grave e inminente (art. 21 de la LPRL).

A modo de resumen os dejo con este esquema, donde se incluye un pequeño check-list para comprobar si vuestra empresa gestiona de forma adecuada las actividades potencialmente peligrosas:


Quienes nacemos pobres y feos tenemos muchas probabilidades de que al crecer se desarrollen al máximo ambas características.  Woody Allen.

jueves, 23 de mayo de 2024

LOGARITMOS NEPERIANOS. CALCULANDO HACE CUATRO SIGLOS

 


John Napier (o Neper), matemático escocés nacido en 1550, fue el inventor y promotor hacia 1614, de un nuevo método de cálculo destinado a revolucionar las matemáticas de su tiempo. Se trata de los logaritmos, que aparecieron por vez primera en su obra A description of the marvelous rule of logarithms, que publicada en Edimburgo, fue el punto de partida que hizo posible un gran número de avances científicos, tecnológicos y de ingeniería, facilitando hasta el extremo la realización de cálculos que hasta entonces resultaban extraordinariamente complicados. Mucho antes, casi cuatro siglos antes, de la aparición de las primeras calculadoras electrónicas, los logaritmos y las tablas logarítmicas pudieron utilizarse de forma habitual en campos tan dispares como la topografía o la navegación. Los cálculos se facilitaron también mediante un instrumento obra del mismo John Napier, los llamados huesos o barras de Napier, unos cilindros tallados con tablas de multiplicar que, dispuestos de diferentes maneras, ayudaban a realizar los cálculos.


Siguiendo la explicación de Clifford A. Pickover, el logaritmo en base b de un número x expresado como logb(x) es el número y que satisface x = by. Por ejemplo, dado que 35 = 3 x 3 x 3 x 3 x 3 = 243, decimos que el logaritmo de 243 en base 3 es 5, o bien, en la notación correspondiente, log3(243) = 5. Otro ejemplo: log10(100) = 2. A efectos prácticos, consideremos que una multiplicación como 8 x 6 = 128 puede escribirse como 23 x 24 = 27, con lo cual los cálculos se reducen a una simple suma de los exponentes: 3 + 4 = 7.

Antes de la existencia de las calculadoras electrónicas, para multiplicar dos números elevados, los ingenieros consultaban en una tabla los logaritmos de los dos números, los sumaban y a continuación buscaban el resultado en la tabla para hallar el producto. Esta operación resultaba más rápida y segura que multiplicar a mano, y fue el principio en que se basaron las reglas de cálculo, paso intermedio entre las tablas de logaritmos y las modernas calculadoras.


En la naturaleza, la industria y la ciencia, existen diferentes magnitudes y escalas que se expresan como logaritmos de otras magnitudes. Por ejemplo, la escala química del pH, la unidad de medida de la intensidad acústica (belios y decibelios), o la célebre escala de Richter, que se usa para medir la intensidad de los terremotos, utilizan en todos estos casos escalas logarítmicas en base 10.

Así pues, la invención de John Napier, el descubrimiento de los logaritmos, que se produjo muy poco antes de la irrupción del genio de Isaac Newton y sus leyes físicas, tuvo un impacto científico comparable a la invención del ordenador en el siglo XX. El profe Bigotini quiso en su juventud tatuarse la tabla de logaritmos neperianos en algún lugar oculto de su juvenil anatomía, pero no encontró tatuador dispuesto a hacerlo. Todos preferían la nariz. ¡Toma, claro, así cualquiera!, les contestaba.

No creo ser un completo inútil. Al menos sirvo para dar mal ejemplo. Oscar Wilde.


domingo, 19 de mayo de 2024

TEX AVERY: NADA ES IMPOSIBLE

 


Frederick Bean Avery nació en Taylor, Texas, en 1908. Desde muy joven le apodaron Tex Avery, y él lo aceptó y firmó siempre con ese nombre para hacer honor a su Estado natal, el de la estrella solitaria. Sabemos poco de su infancia, salvo que dibujó desde muy niño. Con poco más de veinte años comenzó a hacerlo profesionalmente en los estudios de animación de Walter Lantz. Allí perdió la visión del ojo izquierdo tras herirse con un clip de oficina, lo que no le impidió continuar dibujando el resto de su vida. Poco después, en 1935, fue fichado por la Warner Bros., donde alternó con grandes artistas de la animación como Leon Schlesinger, Frank Tashlin o Chuck Jones. En los estudios californianos, los animadores ocupaban unos bungalós de madera conocidos como Terraza Termita por la abundancia de esos voraces insectos. Allí Avery se encargó, entre otros trabajos, del primer corto del cerdito Porky. Fue aquella una época dorada de la Warner. Aunque no podían competir con los estudios Disney en cuanto a largometrajes, sí en cambio los superaron en el terreno de los cortos de animación. Bugs Bunny, el pato Lucas y los demás personajes de la casa, se merendaron en las taquillas a los edulcorados productos Disney, y Tex Avery tuvo mucho que ver en ello. Allí acuñó el artista su famoso principio de que en el cine de animación no hay nada imposible, imposible is nothing, así que los personajes pueden estallar, partirse en pedazos, morir y resucitar o crecer hasta llegar a la luna. Todos esos y muchos otros efectos cómicos fueron trasladados del papel a la pantalla por Avery, y así se reconoce por críticos e historiadores de la animación.

Pero donde la creatividad del artista alcanzó su mayor esplendor, fue en la MGM a partir de 1942. La Metro dio a Tex Avery carta blanca para desarrollar sus ideas, y a esa etapa pertenecen sus cortometrajes más emblemáticos y geniales, con el lobo Blitz disfrazado de Adolf Hitler o haciendo de lobo caliente frente a la atractiva vedette. Otros personajes ya clásicos de Avery fueron el perro Droopy o la ardilla Screwy.

Nuestro hombre, siempre inquieto en el terreno laboral, regresó brevemente a los estudios Lantz en 1954. Dirigió después anuncios publicitarios, y en su última etapa, alejado ya del fatigoso mundo de la animación, se dedicó a crear tipos y personajes para los estudios de Hanna-Barbera. Falleció en Los Ángeles en 1980 a consecuencia de un cáncer de pulmón. El legado de Tex Avery va mucho más allá de su trabajo como animador. Su estilo y su particular visión de la comicidad han inspirado a muchos otros artistas posteriores. Pueden encontrarse unas u otras herencias suyas en trabajos tan dispares como Roger Rabbit, el Genio del largometraje Aladdín, los Animaniacs y hasta Los Simpson. Para recordar y apreciar su talento, os dejamos aquí abajo unas cuantas muestras. Buen provecho.




















jueves, 16 de mayo de 2024

FRANK SINATRA, CANTANTE, ACTOR Y PERSONAJE IRREPETIBLE

 





Frank Sinatra era un chico de barrio que llegó a bordear la delincuencia. Tenía una bonita voz, así que comenzó a cantar en las emisoras de radio y poco a poco se fue haciendo una estrella de la canción. Sinatra era la voz, uno de los cantantes melódicos más importantes del siglo XX, probablemente el más importante.

Pero aquí nos interesa el Sinatra actor. Ante las cámaras comenzó cantando, naturalmente. Aquello era lo suyo, y la industria aprovechó su popularidad para incluirlo en un par de musicales, Levando anclas y Un día en Nueva York, ambas en compañía de Gene Kelly y ambas vestido de marinero. Nunca rehuyó el género, y participó en unas cuantas comedias en las que siempre terminaba cantando, claro, porque aquello era lo suyo. Pero Frank, Frankie, no se conformó con eso. Él también quería que se le reconociera como actor, y para ello recurrió a sufragar prácticamente de su bolsillo la producción de De aquí a la eternidad, drama antibelicista que dirigió Fred Zinnemann en 1953, y que contó con un reparto coral y prodigioso. A partir de ahí, se hizo un sitio ante las cámaras y en lo más alto de las marquesinas. A partir de ahí, alternó con los mejores actores y actrices y fue dirigido por los mejores cineastas.

Al Sinatra cantante se añadió pues el Sinatra actor, y a ambos conviene también añadir el Sinatra personaje, un tipo inquieto que triunfó como empresario en Las Vegas, que se interesó por la política militando en el partido demócrata, que se relacionó con la mafia, que enamoró a mujeres espléndidas como Marilyn Monroe, como Mia Farrow, como Ava Gardner… Con Ava Gardner vivió Frankie una relación apasionada y tormentosa. Tras la ruptura, la diva, que tuvo en su vida a tantos hombres, le recordaría siempre como al hombre de su vida, su querido Frankie. Sinatra fue también amigo de sus amigos, un círculo que con su compadre Dean Martin a la cabeza, formó el célebre Rat Pack, la cuadrilla de las ratas, variopinto grupo a medio camino entre lobby de influyentes y jaula de grillos.

Para recordar al Sinatra actor, traemos el enlace con la versión en español de El hombre del brazo de oro, escabroso drama que dirigió Otto Preminger en 1955, y contó con una espléndida Kim Novak en el reparto. Cine valiente de compromiso social.

Frank Sinatra. The man wiht the Golden arm. 1955. O. Preminger

https://www.youtube.com/watch?v=LEM7CzyG9Q0

Próxima entrega: Dean Martin


domingo, 12 de mayo de 2024

NACIMIENTO Y HEGEMONÍA DEL REINO DE CASTILLA

 


En 1035, al morir Sancho III el Mayor de Pamplona, Fernando, el segundo de sus hijos, accedió al gobierno del condado de Castilla, pero con la novedad de adoptar el título de rey. Nacía así el que iba a ser el más importante de los reinos cristianos peninsulares. Sólo dos años más tarde, en 1037, Fernando se enfrentó en un singular combate a su cuñado Bermudo III, el monarca leonés, a quien venció. De esa manera, cumpliendo las leyes de la caballería, Fernando I llamado el Magno, se proclamó también rey de León, unificando ambos reinos, pero con la preeminencia de Castilla que desde entonces se mantendría ya para siempre en todos los títulos y los documentos. Aún llegó más lejos Fernando, combatiendo y venciendo en Atapuerca a su hermano mayor, García Sánchez III de Pamplona, y aprovechando la debilidad de las taifas andalusíes más occidentales para hacerse con las plazas de Viseo, Lamego y Coimbra, en territorio de la actual Portugal.


Sin embargo, después de aquella costosa unificación, siguiendo las costumbres de aquel tiempo en que las naciones y los territorios se consideraban propiedades privadas de sus monarcas, Fernando I el Magno, volvió a dividir su herencia, adjudicando Castilla a Sancho II, su primogénito, León a Alfonso VI, su segundo hijo, y Galicia a García, el tercero. Como parte de la herencia, correspondían al rey castellano los tributos de la taifa de Zaragoza, al leonés los de Toledo, y a García de Galicia las parias de Sevilla y Badajoz. ¿Todos contentos? Pues no, ni mucho menos. Los hermanos mayores disputaron. García, el más débil, pronto cedió su reino a Alfonso el leonés. Las guerras se entablaron entre éste y Sancho de Castilla que muy pronto obtuvo ventaja venciendo en las batallas de Llantada (1068) y Golpejera (1072). Tanta fue la superioridad castellana, que Alfonso el leonés tuvo que refugiarse en la corte de al-Qadir de Toledo, su vasallo musulmán.


Todo parecía favorecer a Sancho hasta que se produjo un acontecimiento inesperado, su muerte al pie de las murallas de Zamora a manos del traidor Bellido Dolfos. De esa manera, Alfonso VI regresó de su exilio toledano para hacerse cargo de los reinos otra vez unificados de Castilla (siempre en primer lugar, como hemos dicho) y de León. La célebre jura de Santa Gadea en la que según el poema del Mío Cid, Rodrigo de Vivar obligó a jurar al monarca no haber tenido parte en la alevosa muerte de su hermano, es al parecer, un suceso apócrifo que no aparece en crónica ni documento alguno. En cualquier caso, la tradición, como tantas veces, se ha encargado de acreditar el mito. Lo que parece histórico es que Alfonso mantuvo una relación tensa con el Cid, que había sido hombre de confianza de su difunto hermano, y que le desterró, no una, como narra el poema, sino varias veces. Rodrigo contaba con una nutrida tropa de mercenarios, sus mesnaderos, y actuó siempre al servicio de quienes mejor le pagaban, como había sido el difunto Sancho, o como fue más tarde el rey de la taifa zaragozana. Incluso peleó por su cuenta, haciéndose con la plaza de Valencia que primero él, y después su viuda, señorearon durante años.

El reinado de Alfonso VI se extendió de 1072 a 1109, treinta y siete años, un periodo muy dilatado sobre todo en esa época. Durante ese tiempo al frente de Castilla, aprovechó la debilidad del reino de Pamplona para anexionarse vastas regiones de La Rioja y del actual País Vasco. Pero acaso su logro militar más importante fue la conquista de Toledo, una gran ciudad, quizá la más importante del territorio andalusí de entonces, superando incluso a Granada y a Córdoba, que en las postrimerías del siglo XI había iniciado ya su decadencia. Ciudades cristianas como Burgos o León eran prácticamente villorrios comparados con Toledo, una ciudad con una población importante y una vida urbana y económica notables. Alfonso VI adoptó el pomposo título de imperator totius Hispaniae.


A la conquista de Toledo siguió la ocupación del valle del Tajo y de amplias comarcas que actualmente denominamos manchegas. El vasto territorio comprendido entre el Duero y el Tajo se consideró territorio fronterizo, acuñándose los términos de extremadura o extremaduras para referirse a dicha zona. Ciudades como Soria, Segovia, Ávila o Salamanca, se constituyeron en bastiones de aquellas extremaduras. Tanto en Toledo como en las localidades cercanas, quedaron muchos de sus antiguos habitantes: mozárabes que se proclamaron liberados del yugo musulmán, muladíes que pasaron a ser considerados mudéjares, como se llamaba a los musulmanes en territorios cristianos, y por supuesto, judíos que continuaron sus vidas y actividades en sus juderías bajo los nuevos señores. A repoblar las recién conquistadas tierras acudieron gentes de todo tipo, caballeros, siervos e incluso delincuentes, que procedían de las montañas cantábricas, de La Rioja o de tierras alavesas. Particular importancia económica adquirió la ganadería lanar, ampliándose las zonas de pastos y estableciéndose las rutas de trashumancia que en las décadas y siglos sucesivos harían de Castilla una potencia económica a nivel europeo, sustentada en el comercio de la lana. Muchas de las villas y ciudades de aquella nueva extremadura recibieron diferentes privilegios en forma de fueros y cartas pueblas, que atraían a nuevos pobladores.

La fuerza es la ley de las bestias.


jueves, 9 de mayo de 2024

JEAN DE LA FONTAINE, EL LIBERTINO ARREPENTIDO


 

Jean de la Fontaine vino al mundo en 1621 en la localidad francesa de Château Thierry. Su familia paterna se había enriquecido comerciando con telas, y su madre era una dama de la nobleza local. Estudió latín como muchos otros muchachos de su época, y se rebeló cuando quisieron mandarlo al seminario a continuar los estudios. A cambio estudió derecho, llegando a ingresar como abogado en el Parlamento del París monárquico, pero sus intereses le inclinaron más hacia la poesía. Rabelais fue su espejo literario, y su escenario las tabernas parisinas, las reuniones libertinas y las conspiraciones políticas. Fue protegido de Margarita de la Sablière, famosa cortesana y mecenas de artistas. Se casó con Marie Héricart, y en 1658 entró al servicio de Fouquet, el todopoderoso valido del rey Luis XIV y ministro de finanzas, para quien escribió algunas odas y elegías. Poesía laudatoria y prescindible que, a pesar de todo, dejaba ya entrever la calidad que adquiriría su obra posterior.


Su talento poético y fabulador floreció a partir de 1664, fecha en la que entró al servicio de la duquesa de Orleans. Su primer cuento, Mona Lisa, inspirado en los versos de Ludovico Ariosto, resultó todo un éxito, al que siguieron varias colecciones de cuentos en verso, casi todos de temas licenciosos y picantes, muy a la moda parisina del momento. También en esos años publicó Los amores de Psique y de Cupido, relato mitológico que alternaba el verso con la prosa. Muerta la de Orleans en 1672, pasó La Fontaine por estrecheces económicas, hasta ser readmitido bajo la protección de Marguerite de la Sablière, una protectora ya madura, bajo cuyo amparo, y en cuyos salones y alcoba, el poeta se embarcó en un nuevo género, el operístico, escribiendo varios libretos para Jean Baptiste Lully, uno de los más grandes músicos del barroco francés, con quien, sin embargo, acabó envuelto en una maraña de disputas y enfrentamientos.


En 1678 comenzaron a editarse sus famosas Fábulas, colecciones de breves poemas en que se mezclaron lo inmoral y lo moralizante, una extraña y novedosa fórmula, basada sin embargo en los antiguos clásicos, que en los años posteriores, la década de 1680, adquirirían una difusión notable y un éxito sin precedentes. Las primeras que aparecieron iban dedicadas a Mme. de Montespan, la amante oficial del rey. Elegido La Fontaine miembro de la Academia Francesa, comenzó un periodo de tumultuosas disputas literarias entre dos facciones enfrentadas, la de los antiguos, a la que se adscribió el poeta, no sin algunas reticencias, y la de los modernos, que lideraba Charles Perrault. Las diferencias no paraban en versos satíricos, sino que a menudo hacían llegar a los contendientes a las manos o a desenvainar los estoques, vamos, como en el fútbol pero con pelucas empolvadas en lugar de bufandas del equipo, una pena.


Jean de la Fontaine cayó gravemente enfermo, probablemente de tuberculosis, en 1692, y falleció en 1695. Durante los casi tres años que duró su enfermedad, estuvo asistido por el abate Pouget, un joven clérigo que acababa de doctorarse en teología, y se empeñó en conducir al poeta por el buen camino, haciendo que se arrepintiera de su pasada vida de libertinaje y anticlericalismo. Así que su larga agonía transcurrió entre rezos, penitencias y ejercicios espirituales. Al amortajar su cadáver, le encontraron incrustado un cilicio, cruel mortificación probablemente impuesta por su consejero espiritual.

De nuestra variopinta Biblioteca Bigotini extraemos su Fábula del león y el ratón, una de las más célebres de su colección poética. Pinchad en el enlace, disfrutad, y procurad huir de cilicios, flagelos y disciplinas, que la vida ya es bastante dura como para endurecerla más. 

https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=El+le%C3%B3n+y+el+rat%C3%B3n.pdf

La vergüenza de confesar el primer error, hace cometer muchos otros. Jean de la Fontaine.