Que
don Manuel Gómez-Moreno González (1870-1970)
fue uno de los hombres más inteligentes de que se tiene noticia, no es ninguna
novedad. Ya lo dijo de él con admiración García y Bellido, y lo corrobora el
hecho de que inteligencias indiscutibles como las de Jovellanos o Menéndez
Pelayo estudiaran antes que él el códice de las Glosas emilianenses, sin percatarse de que en los márgenes del
pergamino se encontraban las frases que inauguraban la primitiva lengua
castellana. Gómez-Moreno las descubrió en el primer vistazo. También nuestro
gran lingüista triunfó allí donde grandes intelectos como los del insigne
epigrafista Hübner se habían estrellado. Gómez-Moreno acertó a distinguir la
dualidad de signos alfabéticos y silábicos de los que se componía la escritura ibérica. De aquella forma, quedó
desvelado el misterio de la primera escritura peninsular. Así, aquellos
enrevesados signos encontrados por los arqueólogos en diferentes lugares,
pudieron por fin trasladarse a nuestro familiar alfabeto latino. Un paso
gigantesco que sin embargo, en la mayoría de las inscripciones, no resulta
suficiente para saber con una mínima certeza qué demonios significan.
Lo
que nos conduce a la eterna cuestión del vasco-iberismo.
Un asunto ya de por sí controvertido desde el punto de vista estrictamente
científico, que las disputas políticas de las últimas décadas han contribuido a
complicar todavía más. Probablemente en el siglo V a.C., un viajero focense de
los que comerciaban o acaso residían, en el litoral levantino peninsular, dejó
grabado este texto que corresponde al primer párrafo del famoso Plomo de Alcoy:
“…Iunstir’salir’g basirtir
sabaridar bir’inar gurs boistingisdid sesgersduran sesdirgadedin seraikala
naltinge bildededin ildurinaenai becor sebagediran…”
Esta
lengua arcana, de la que no hemos comprendido una sola palabra, tiene sin
embargo para nosotros una cadencia familiar: nos sugiere o nos recuerda el
euskera. Desde que Guillermo de Humboldt publicó en 1821 su Comprobación de las investigaciones sobre los
primitivos habitantes de Hispania por intermedio de la lengua vasca,
numerosos estudiosos han tratado de interpretar el primitivo ibérico por el
vascuence, una lengua no indoeuropea como la ibérica.
Humboldt
basaba su hipótesis en la interpretación de topónimos antiguos por medio del
vascuence moderno. Así, Iliberris = “ciudad nueva” por Hiri (ciudad) y berri, barri
(nuevo); o bien Calagurris con el sufijo gorri
(rojo). Existen decenas de ejemplos de topónimos antiguos por el estilo, no
sólo en el área pirenaica donde acaso abundan más, sino en diversas áreas del litoral
mediterráneo y el sur peninsular hasta Portugal. También los textos ibéricos
encierran palabras y sufijos con exactas o muy parecidas correspondencias con
el vasco:
Según
Blanco Freijeiro, a quien seguimos en este breve comentario, la tesis del
vasco-iberismo tiene en su contra el hecho nada despreciable de que desde el
desciframiento de la escritura ibérica por Gómez-Moreno en 1920, nadie hasta el
presente ha logrado traducir por intermedio del vasco ninguno de los numerosos
textos ibéricos conocidos, con la única excepción de la breve inscripción de
una vasija de Liria, donde se representa una batalla naval con las palabras cutua teistea, que traducidas por el
euskera dan “llamada al combate”, de gudu
(combate) y deitzea (llamar).
Es
posible pues que el vascuence esté emparentado lingüísticamente con una
primitiva lengua ibérica, pero conviene no perder de vista que las aportaciones
indoeuropeas a la lengua o lenguas peninsulares ancestrales también han sido
intensas y precoces. Desde al menos los comienzos del primer milenio a.C. los
antiguos vascones ya estaban rodeados de pueblos de habla indoeuropea que
habían entrado por los Pirineos, asentándose en amplias regiones. Tovar
distingue dos grandes áreas lingüísticas indoeuropeas: la occidental que abarca
Cantabria, Asturias, León, Galicia y Portugal hasta el Tajo; y la oriental o
celtibérica, que se extiende por las dos Castillas, la Andalucía interior y
Aragón desde el valle medio del Ebro, donde se sitúa el importante hallazgo del
Bronce de Contrebia-Belaiska (Botorrita). En el área pirenaica y el litoral
mediterráneo podrían haber tenido mayor peso las lenguas ancestrales ibéricas
no indoeuropeas, conservándose alguna (el vascuence) en el Cantábrico oriental
y la Navarra pirenaica hasta el tiempo presente. Véase el mapa de más arriba
donde intento reflejar con aproximación estas zonas.
Nuestro
profe Bigotini lleva un tiempo interminable intentando descifrar un artículo
del diario. Os dejo aquí. Voy a tener que darle la vuelta al periódico.
Hijo, hay dos palabras que te abrirán todas las puertas: tire y empuje.
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