En
la localidad zaragozana de Belmonte, cercana a Calatayud, y ahora llamada en su
homenaje Belmonte de Gracián, vino al mundo en enero de 1601 Baltasar Gracián y Morales. Su padre
ejerció desde 1604 como médico en el vecino concejo de Ateca, donde se trasladó
la familia. Estudió con los jesuitas de Calatayud hasta los dieciséis años,
cuando marchó a Toledo con su tío Antonio Gracián, un religioso que le animó a
profundizar en sus estudios de lógica y de latín. La influencia de su tío
Antonio y su propio talento natural hicieron del joven Baltasar un alumno
sobresaliente, como reconocieron primero en el noviciado jesuita de Tarragona,
y después en la Universidad de Zaragoza, donde completó con brillantez los
cuatro cursos de teología.
Recibió en 1627 las órdenes sagradas, y ejerció luego la docencia sucesivamente en los colegios de Calatayud, Valencia, Gandía y Huesca. Su brillantez intelectual le otorgó fama de erudito y hasta de sabio, y en la compleja organización de la Compañía de Jesús ganó algunos amigos que siempre le apoyaron de manera incondicional, pero también no pocos enemigos, sobre todo entre sus hermanos valencianos. Era la de los jesuitas una orden religiosa singular en la que la ambición, la envidia y a menudo la feroz competencia por ascender, envenenaban las relaciones entre sus miembros. También en las primeras décadas del XVII se produjo una importante rivalidad entre las diferentes provincias jesuíticas. Aquellas intrigas marcaron de forma indeleble la carrera religiosa de Gracián que hasta su muerte osciló desde honores y reconocimientos hasta sanciones, degradaciones y penitencias, como la que le impuso su superior, el provincial Jacinto Piquer, condenándole durante algún tiempo a pan y agua, y prohibiéndole disponer de papel y tinta. A tal punto llegó su decepción, que Gracián ya maduro, solicitó la baja en la Compañía. Su petición no fue atendida. Le destinaron al colegio de Tarazona, uno de los de menor importancia, donde transcurrieron sus últimos años hasta su muerte en 1658. Todo parece indicar que fue enterrado en el fosal común del colegio turiasonense.
En
cuanto a la obra de Baltasar Gracián, que es lo que nos interesa en esta serie
de artículos, cabe calificarla de inmensa, no tanto por su extensión, que
tampoco es desdeñable, como por su altura filosófica y literaria. En orden
cronológico de publicación citaremos en primer lugar El Héroe (1637), El
político don Fernando el Católico (1640), Arte de ingenio, tratado de la
agudeza (1642), El discreto (1646), Oráculo
manual y arte de prudencia (1647), Agudeza y arte de ingenio (1648), El
Comulgatorio (1655) y El Criticón (publicado en tres
partes: 1651, 53 y 57); amén de una ingente colección de obras menores y un
extenso epistolario.
Es
Gracián el principal exponente español y acaso europeo de la corriente
filosófica del conceptismo. Para él
es el Hombre el peor de los seres de la creación, y la vida un perpetuo engaño,
ideas estas que sitúan a nuestro autor en la cima del pensamiento barroco,
visión pesimista y en ocasiones negra, que coincide históricamente con la
decadencia y ruina del Imperio español. Barroco puro. Lo que Quevedo expresa
admirablemente de forma poética y Cervantes satiriza, Gracián lo analiza e
intelectualiza. Los tres son imprescindibles para entender la España y el mundo
de su época.
En
lo puramente literario, Gracián firma la que es probablemente la mejor prosa en
castellano, y puede, en opinión de quien escribe estas líneas, ponerse a la par
con Miguel de Cervantes en este terreno. Más de un siglo después de la muerte
del autor, Shopenhauer, tras haber leído una edición alemana de El Criticón, invirtió
varios años en aprender español sólo para darse el placer de leer a Gracián en
su lengua original.
Este
aragonés, tan aragonés en muchos sentidos, y en otros tan universal, ha sido
olvidado durante mucho tiempo, y hasta en ocasiones denostado injustamente.
Algún indigente intelectual le ha tachado recientemente de “machista”, descontextualizando
tres o cuatro frases de sus obras en las que se menciona a las mujeres.
Baltasar Gracián fue un jesuita del siglo XVII, así que nadie pretenda que se
expresara en términos que hoy llamamos feministas,
adjetivo y concepto que en su tiempo ni siquiera existía.
De nuestra biblioteca Bigotini extraemos hoy su Oráculo manual y arte de prudencia, quizá su mejor obra hasta que escribió El Criticón, y en la que sintetiza en parte sus tratados anteriores. Hasta qué punto sigue vigente el Oráculo gracianesco, lo demuestra el hecho de que en fecha tan reciente como 1992, se vendieran más de ciento cincuenta mil ejemplares traducidos al inglés y presentados como un manual de autoayuda para ejecutivos. Permaneció dieciocho semanas en la lista de los libros más vendidos del Washington Post. Aquí lo tenéis al alcance de un clic sobre el enlace. En Bigotini esperamos que os sea agradable y útil tanto si sois ejecutivos como ejecutados.
https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=Or%C3%A1culo+manual+y+arte+de+prudencia.pdf
No es necio el que hace la necedad, sino el que, hecha, no la sabe encubrir. Baltasar Gracián.
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