1939
fue un año prolífico en grandes películas de géneros muy diferentes. Lo que el viento se llevó, El mago de Oz,
Adiós Mr. Chips, Las cuatro plumas o Ninotchka
fueron sólo algunos de los frutos de aquella irrepetible cosecha
cinematográfica. También en ese año mágico para el cine se filmó y estrenó La diligencia.
Basándose
en un guión de Dudley Nichols, habitual colaborador suyo, John Ford narró una
historia desarrollada en esa incierta frontera que separaba la civilización de
las tierras inexploradas del salvaje Oeste. Fuera consciente o no de este
detalle, Ford inauguró con La diligencia
una nueva etapa del western, dotando al género de la calidad y la grandiosidad
de que había adolecido durante los cuarenta primeros años de la industria. Para
ello, aquel tuerto irlandés contó con un plantel magnífico de secundarios, la
mayoría de ellos habituales en sus películas, como Thomas Mitchell, John
Carradine, George Bancroft o Andy Devine. Situó al frente del reparto a Claire
Trevor, cuyo nombre presidió las carteleras debido a su caché, y para completar
la pareja estelar, eligió a John Wayne, un mocetón que para entonces había
protagonizado ya algunos western sin demasiada trascendencia, pero en quien
Ford confiaba ciegamente como actor y como amigo personal.
Wayne fue, en efecto, el verdadero protagonista del filme desde el primer fotograma en que apareció en medio del camino con el Winchester en una mano y la silla de montar en la otra, medio velado por el polvo del desierto, y a la vez prodigiosamente iluminado por un aura casi mística. La cinta inauguró también el relato que John Ford tenía en su cabeza y venía rumiando durante años. Era el relato de una nación que tras la contienda civil, se abrió paso hacia donde el sol se pone en busca de un horizonte de libertad. Una libertad de la que no pudieron disfrutar en sus países de origen, alemanes, holandeses y sobre todo irlandeses, la particular tribu americana a la que pertenecían Wayne, Ford y la mayoría del resto del equipo habitual del cineasta.
Eran
colonos, granjeros, ganaderos, artesanos o comerciantes. Guardando la frontera
estaba la Caballería, los centauros del 7º de Michigan que protegían a los
colonos de los ataques de los indígenas nativos. Históricamente se trató de una
lucha desigual. Un ejército regular y todo lo moderno que podía serlo en el
último tercio del siglo XIX, contra unas partidas desorganizadas de indios
cubiertos de piojos. Una auténtica masacre injustificable. John Ford nunca
pretendió con su imaginario relato justificar una Historia cuya crónica
verídica fue la que fue y corresponde a los cronistas e historiadores.
A John Ford correspondió exclusivamente su autojustificación literaria y cinematográfica. Para ello, y también por primera vez en la historia del cine, dotó a los indios de dignidad, y convirtió a muchos de los colonos blancos y de los oficiales de la Caballería en hombres de honor que sabían mantener su palabra. Una distinción que acaso nunca merecieron, pero que en el imaginario fordiano alcanzó cotas de sublime elevación. A la cabeza de aquellos hombres rectos Ford puso a su compadre el Duque, a un John Wayne destinado a encarnar en su persona los valores que acaso jamás tuvo una nación entera.
En
casa Bigotini somos grandes admiradores del trabajo de Ford, de Wayne, y por
supuesto, rendidos devotos de La
diligencia, de su guión, su música, sus personajes y de cada centímetro de
su metraje.
Aquí os dejamos la versión original subtitulada en inglés. Clic en el enlace y que la disfrutéis.
https://www.youtube.com/watch?v=m597TtqsFkQ
Próxima entrega: el hombre tranquilo
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