viernes, 8 de julio de 2022

EL JOVEN CÉSAR. LA ERÓTICA DEL PODER

 


Nacido el año 100 o quizá el 102 a.C., Cayo Julio César pertenecía a un linaje aristocrático venido a menos. Plutarco dijo de él que era alto y delgado, Suetonio le describió como más bien rechoncho. Probablemente ambos tengan razón, pues uno lo retrata de joven y el otro en su edad madura. Ambos coinciden en que le atormentó una calvicie prematura, y en que desde muy joven sufría jaquecas y ocasionales ataques de epilepsia.

En lo político, César militó desde que era apenas un muchacho, en las filas de los que podríamos llamar los populares, por contraposición a la aristocracia que dominaba el Senado. Siguió en eso los pasos de los hermanos Gracos y de Mario, que fue su tío y mentor político. Fue condenado a muerte durante la dictadura de Sila, pero el dictador conmutó su pena por la del destierro, aunque manifestó a sus íntimos que en aquel muchacho había muchos Marios. Tal vez le ganó la simpatía de aquel joven, un arma que esgrimió durante toda su vida.

Cuando regresaba a Roma tras la renuncia de Sila, fue capturado por unos piratas que exigieron por su rescate veinte talentos de oro. César les replicó altivo que valía al menos cincuenta, y ese fue el precio que pagó Craso, el hombre más rico de su tiempo que siempre fue también su banquero. Nada más ser liberado, César armó en Mileto una flotilla, persiguió a los piratas, los hizo degollar y recuperó el rescate que Craso, divertido por el valor de su protegido, jamás quiso recobrar.

Delgado o rechoncho y definitivamente calvo, ciertamente debía resultar muy atractivo a las mujeres, porque tuvo cinco esposas oficiales y un número indeterminado, pero en todo caso elevado, de amantes. De vuelta de su brillante campaña en Hispania, sus soldados le llamaban moechus calvus, que podría traducirse libremente como el calvo follador. Cuando desfiló con ellos por las calles de Roma, gritaban: ¡Maridos, encerrad en casa a vuestras mujeres, que ha vuelto el calabaza monda! Algo que a César hacía reír de buena gana.



Sedujo a muchas de las esposas de los senadores. Una de sus más célebres amantes fue Servilia, la hermanastra de Catón, uno de sus más acérrimos enemigos políticos. Servilia le fue tan devota que al hacerse vieja tuvo el detalle de ceder a su hija Tercia su puesto en el lecho de César. Éste recompensó a la generosa madre otorgándole los bienes de ciertos senadores proscritos por un precio que era la tercera parte de su valor real. Cicerón, siempre mordaz, hizo sobre ello un ingenioso juego de palabras diciendo que la venta se hacía a Tertia deducta. También se acostaba César con la mujer de Pompeyo. Cuando el marido la repudió, el seductor se hizo perdonar dándole por esposa a su hija Julia.


Tértula, la mujer de Craso, pasó luego a engrosar su lista de amantes, lo que no acabó con la amistad que unía a ambos próceres. Precisamente con Craso y con Pompeyo llevó a cabo Julio César la operación política más ambiciosa y de mayor alcance de la Roma republicana. Auspiciada por Cicerón, se había construido la famosa “concordia de las órdenes” por la que se aliaron la aristocracia y la alta burguesía. Los principales representantes de esta última eran Pompeyo en lo militar y Craso en lo económico. Pues bien, César, convertido ya de facto en jefe de los populares, propuso a ambos un triunvirato que los dos aceptaron. De esa manera, todo el poder quedaba en manos de los económicamente poderosos con el apoyo de la Asamblea y sus tribunos elegidos democráticamente entre los plebeyos. El Senado quedaba relegado a una especie de panteón de nobles cuyos votos se compraban cuando era necesario. Mandaban los poderosos como siempre, pero entre las gentes sencillas de la plebe se instaló una especie de ilusión de democracia que iba a constituir el principal motor del poderío de Roma durante las siguientes décadas.


Por entonces César repudió a Pompeya, su tercera esposa, y se casó con Calpurnia, la joven hija de Calpurnio Pisón, uno de sus aliados ascendido a tribuno de la plebe. En aquel tiempo se divertía con Clodia, otra de sus amantes.

Mientras tanto, siguió con su política de gobernar sin el Senado, haciendo aprobar las leyes por la Asamblea. Su suegro Pisón con Gabinio y Clodio, otros dos protegidos suyos, sacaban adelante las leyes en la Asamblea, sus socios Pompeyo y Craso gobernaban sin apenas oposición. El pueblo de Roma nunca había sido tan feliz… César creyó llegado el momento de añadir a sus laureles la gloria militar, única que le faltaba para pasar a la Historia con letras doradas. Dejó su consulado y se autonombró por cinco años procónsul de las Galias Cisalpina y Narbonense, un cargo de menor rango. Como las leyes prohibían estacionar tropas al sur de los Apeninos, quien ostentara el mando al norte de la cordillera se convertía de hecho en dueño de la península.

Marchó a conquistar las Galias, y estaba seguro de que regresaría para hacerse definitivamente con el poder. Todo lo iremos contando.

La mujer es un manjar digno de dioses que a veces cocinan los demonios. Marco Porcio Catón.


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