Neozelandés
nacido en 1871, Ernest Rutherford era hijo
de un granjero escocés que emigró a la colonia, y de una maestra de escuela. De
muchacho destacó por igual en el rugby y en las matemáticas. Completó los
estudios universitarios en su país natal. Ya en su etapa de estudiante,
experimentó un método para magnetizar el hierro por medio de altas frecuencias,
obtuvo todos los títulos posibles, y en 1894, tras conseguir una beca, viajó a
proseguir su formación en Inglaterra, en los laboratorios Cavendish de
Cambridge, convirtiéndose en el alumno más aventajado de su director, J. J.
Thomson, el descubridor del electrón.
En
Gran Bretaña trabajó investigando las ondas hertzianas, y estudiando los
efectos de los rayos X.
En 1898 aceptó la cátedra de física en la Universidad de Montreal, donde se trasladó. En Canadá dedicó sus esfuerzos a la investigación del uranio y su naturaleza radiactiva. En 1900 se casó con Mary Newton, su novia neozelandesa. Un año más tarde nació Elleen, su única hija.
Continuó
con sus trabajos sobre materiales radiactivos y su desintegración. Publicó en
1904 un tratado sobre Radiactividad,
que le valió diversos reconocimientos, entre ellos la Medalla Rumford que
otorgaba la Royal Society británica. Al talento y al esfuerzo de Ernest
Rutherford en aquel periodo, debemos la clasificación de las radiaciones, alfa,
beta y gamma, que manejamos actualmente.
En
1907 volvió a Gran Bretaña, concretamente a la Universidad de Mánchester, donde
en colaboración con Hans Geiger, participó en la creación del contador que
lleva el nombre de este último y permite la detección de partículas alfa. En
1908 Rutherford descubrió que las partículas alfa son en realidad átomos de
helio desprendidos de la materia radiactiva. Fue ese mismo año galardonado con
el Nobel de Química, lo que para él representó una pequeña decepción, pues
siempre consideró la química como una ciencia auxiliar. “La ciencia o es física o es filatelia”, había declarado en una
ocasión.
En
1911 realizó su más monumental descubrimiento, el núcleo atómico y su asombrosa
masa. Se inauguró de esta manera la física nuclear. Cuando en 1914
estalló la Primera Guerra Mundial, Rutherford, como muchos otros científicos
británicos, colaboró con el gobierno, dedicándose concretamente a la detección
de submarinos por medios acústicos. Sentó las bases de lo que después sería el
sónar, que se iba a emplear en la siguiente gran guerra. Al mismo tiempo
continuó trabajando con partículas alfa. Bombardeando con ellas los núcleos de
nitrógeno, obtuvo un protón adicional, transformando el nitrógeno en oxígeno, y
consiguiendo así la que fue la primera
transmutación de la historia. Por eso, y para aumentar más aún su pesar
tras la obtención del Nobel de Química, muchos consideraron a Ernest Rutherfor el primer alquimista que por fin había
tenido éxito.
A
partir de 1919 dirigió el Laboratorio Cavendish sucediendo a Thomson. A partir
de 1925 presidió la Royal Society. Obtuvo las prestigiosas medallas Franklin y
Faraday, fue recibido con grandes honores en su Nueva Zelanda natal, y la
corona británica le concedió diversos títulos nobiliarios. Pese a todo el Barón
de Rutherford continuó sus trabajos con la mayor humildad. Fue un profesor
querido y admirado por sus alumnos, con los que siempre se mostró como un
compañero más. Entre sus discípulos figuran nombres tan notables como los de
James Chadwick, Robert Oppenheimer, Moseley, Enrico Fermi o el gran Niels Bohr,
entre otros. Adquirió Rutherford también gran popularidad entre los científicos
soviéticos, como su también alumno Peter Kapitza, y a pesar de las reticencias
políticas que ya en los años veinte y treinta comenzaron a surgir con la URSS,
no tuvo inconveniente alguno en compartir sus teorías y descubrimientos con los
científicos de cualquier nación con quienes mantuvo correspondencia fluida.
Falleció Ernest Rutherford en 1937 tras herirse levemente con una astilla al estar podando un árbol de su jardín. Siempre fue un hombre robusto con una salud de hierro, pero desgraciadamente en la todavía era preantibiótica, cualquier rasguño infectado podía conducir a la muerte, y así, de la forma más inesperada, la muerte se llevó al que ha sido uno de los más grandes científicos de la historia contemporánea. El hombre que no quiso ser químico.
Ernest Rutherford al enterarse de que la esposa de Enrico Fermi se había liado con un químico: “Si hubiera sido con un torero, lo habría entendido, pero con un químico…”
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