jueves, 26 de agosto de 2021

ERNEST RUTHERFORD, EL HOMBRE QUE NO QUISO SER QUÍMICO

 


Neozelandés nacido en 1871, Ernest Rutherford era hijo de un granjero escocés que emigró a la colonia, y de una maestra de escuela. De muchacho destacó por igual en el rugby y en las matemáticas. Completó los estudios universitarios en su país natal. Ya en su etapa de estudiante, experimentó un método para magnetizar el hierro por medio de altas frecuencias, obtuvo todos los títulos posibles, y en 1894, tras conseguir una beca, viajó a proseguir su formación en Inglaterra, en los laboratorios Cavendish de Cambridge, convirtiéndose en el alumno más aventajado de su director, J. J. Thomson, el descubridor del electrón.

En Gran Bretaña trabajó investigando las ondas hertzianas, y estudiando los efectos de los rayos X.

En 1898 aceptó la cátedra de física en la Universidad de Montreal, donde se trasladó. En Canadá dedicó sus esfuerzos a la investigación del uranio y su naturaleza radiactiva. En 1900 se casó con Mary Newton, su novia neozelandesa. Un año más tarde nació Elleen, su única hija.

Continuó con sus trabajos sobre materiales radiactivos y su desintegración. Publicó en 1904 un tratado sobre Radiactividad, que le valió diversos reconocimientos, entre ellos la Medalla Rumford que otorgaba la Royal Society británica. Al talento y al esfuerzo de Ernest Rutherford en aquel periodo, debemos la clasificación de las radiaciones, alfa, beta y gamma, que manejamos actualmente.


En 1907 volvió a Gran Bretaña, concretamente a la Universidad de Mánchester, donde en colaboración con Hans Geiger, participó en la creación del contador que lleva el nombre de este último y permite la detección de partículas alfa. En 1908 Rutherford descubrió que las partículas alfa son en realidad átomos de helio desprendidos de la materia radiactiva. Fue ese mismo año galardonado con el Nobel de Química, lo que para él representó una pequeña decepción, pues siempre consideró la química como una ciencia auxiliar. “La ciencia o es física o es filatelia”, había declarado en una ocasión.

En 1911 realizó su más monumental descubrimiento, el núcleo atómico y su asombrosa masa. Se inauguró de esta manera la física nuclear. Cuando en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial, Rutherford, como muchos otros científicos británicos, colaboró con el gobierno, dedicándose concretamente a la detección de submarinos por medios acústicos. Sentó las bases de lo que después sería el sónar, que se iba a emplear en la siguiente gran guerra. Al mismo tiempo continuó trabajando con partículas alfa. Bombardeando con ellas los núcleos de nitrógeno, obtuvo un protón adicional, transformando el nitrógeno en oxígeno, y consiguiendo así la que fue la primera transmutación de la historia. Por eso, y para aumentar más aún su pesar tras la obtención del Nobel de Química, muchos consideraron a Ernest Rutherfor el primer alquimista que por fin había tenido éxito.


A partir de 1919 dirigió el Laboratorio Cavendish sucediendo a Thomson. A partir de 1925 presidió la Royal Society. Obtuvo las prestigiosas medallas Franklin y Faraday, fue recibido con grandes honores en su Nueva Zelanda natal, y la corona británica le concedió diversos títulos nobiliarios. Pese a todo el Barón de Rutherford continuó sus trabajos con la mayor humildad. Fue un profesor querido y admirado por sus alumnos, con los que siempre se mostró como un compañero más. Entre sus discípulos figuran nombres tan notables como los de James Chadwick, Robert Oppenheimer, Moseley, Enrico Fermi o el gran Niels Bohr, entre otros. Adquirió Rutherford también gran popularidad entre los científicos soviéticos, como su también alumno Peter Kapitza, y a pesar de las reticencias políticas que ya en los años veinte y treinta comenzaron a surgir con la URSS, no tuvo inconveniente alguno en compartir sus teorías y descubrimientos con los científicos de cualquier nación con quienes mantuvo correspondencia fluida.

Falleció Ernest Rutherford en 1937 tras herirse levemente con una astilla al estar podando un árbol de su jardín. Siempre fue un hombre robusto con una salud de hierro, pero desgraciadamente en la todavía era preantibiótica, cualquier rasguño infectado podía conducir a la muerte, y así, de la forma más inesperada, la muerte se llevó al que ha sido uno de los más grandes científicos de la historia contemporánea. El hombre que no quiso ser químico.

Ernest Rutherford al enterarse de que la esposa de Enrico Fermi se había liado con un químico: “Si hubiera sido con un torero, lo habría entendido, pero con un químico…”


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