sábado, 19 de septiembre de 2020

LA EDUCACIÓN DE LOS JÓVENES ROMANOS

 


La vida era muy dura en la Roma republicana. Lo era ya desde el mismo nacimiento. Si un niño nacía disminuido o presentaba alguna tara física, su padre, el pater familias, tenía derecho a deshacerse de él, y lo cierto es que a menudo lo hacía, generalmente por asfixia. Otro tanto podía ocurrir si nacía una hembra, sobre todo si ya había más niñas en la familia. Los hijos varones eran útiles para labrar la tierra o guerrear, pero muchas veces las hijas se consideraban una carga. Además, los varones se encargaban de cuidar las tumbas de sus ancestros, y las supersticiosas ideas religiosas de aquellos romanos primitivos, aseguraban que esos cuidados resultaban imprescindibles para alcanzar el paraíso.

 

La mortalidad infantil debía ser bastante elevada. Si el niño nacía sano, a los ocho días del parto era oficialmente recibido por la gens, la gente, una unidad familiar más amplia formada por el conjunto de los parientes, en una vistosa ceremonia. Sobrevivir el primer año era ya toda una victoria, y en cuanto los niños comenzaban a caminar, se iniciaba su educación en el seno de la familia. Las chicas aprendían a hilar y a tejer, y eran iniciadas en las labores de intendencia de la casa. Las más afortunadas, pertenecientes a las familias más ricas, quizá aprendían algo de música. En general no realizaban demasiadas tareas pesadas, pues abundaba la mano de obra esclava en consonancia con las continuas conquistas de pueblos sojuzgados. Muy pocas, acaso sólo las destinadas a casarse con personajes notables, aprendían también a leer y a escribir, pero en conjunto el papel de la mujer entre los romanos era de completa subordinación. Pasaban del dominio paterno al del marido, y más tarde eran tuteladas por los hijos varones. El marido cenaba recostado en el triclinio, la esposa sentada en el borde del diván para ofrecerle los manjares.


 

Los chicos a los seis o siete años comenzaban a estudiar en casa. Les instruían sus propios padres, o bien los esclavos griegos entre la gente pudiente. Las matemáticas se limitaban a contar y a las operaciones más elementales, jugando con la base decimal de sus números. La geometría permaneció desconocida hasta la llegada de los griegos. La escritura se realizaba al principio sobre tablillas pulidas con ayuda de punzones de punta metálica que se mojaban en tintas hechas con ciertas raíces. Más tarde se extendió la fabricación de pergaminos y rollos de lino. Las lecturas eran monótonas: leyes, textos religiosos y leyendas históricas. La poesía primitiva apenas merecía tal nombre. Era más bien la entonación sacra y conmemorativa, condensada en volúmenes con títulos como Fastos consulares, Libros de los magistrados, Anales máximos



Los griegos llegaron para remediar estas miserias poéticas. El primero de quién tenemos noticia fue Livio Andrónico, un esclavo griego capturado durante el saqueo de Tarento, que tradujo la Odisea al latín y la recitó durante los juegos de 240 a.C. para jolgorio y regocijo de la concurrencia. Livio Andrónico pasa por ser el primer gran comediante de la romanidad, pues él mismo actuó recitando y cantando todos los papeles de la tragedia, que duró varias horas. Los romanos se divirtieron tanto con él, que reconocieron a los poetas como una categoría de ciudadanía, y se les concedió agruparse en un gremio con sede en el templo de Minerva del monte Aventino.

Nuestro profe Bigotini, que también tiene sus puntas y collares de poeta, a falta de monte Aventino, se sube en una banqueta y se arranca a recitar los hexámeros homéricos. Rara vez termina una estrofa, porque le da la tos, y además tiene vértigo.

 

Canta, oh musa, la cólera de Aquiles…

 

 

 


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