En
el conjunto del reino animal, los sentidos actúan como palancas capaces de
estimular el deseo sexual. El tacto, el oído, el olfato, resultan esenciales
para despertar el instinto reproductivo en multitud de especies. Si nos ceñimos
a la nuestra, aun admitiendo que todos los demás intervienen en la excitación,
ninguno tan importante como el de la vista. Ya vimos en anteriores entregas,
que entre los simios son cruciales determinadas señales visuales relacionadas
tanto con los genitales, que en algunos casos incluso cambian de color, como
con los caracteres sexuales secundarios. Para los hombres y las mujeres resulta
estimulante la visión de un escote generoso o de un torso musculoso, por poner
nada más un par de ejemplos.
Desde
tiempos antiguos se conocen representaciones gráficas por ejemplo de los
genitales, ya desde las más primitivas pinturas parietales del periodo
prehistórico. Las llamadas venus primitivas, plasmadas en la roca o esculpidas
en piedra, hueso y otros materiales, exhiben pechos, nalgas y vulvas
prominentes. Tanto en el arte clásico como en el moderno, abundan los temas
eróticos que han resistido, desafiando durante siglos las censuras de
moralistas y de autoridades religiosas. Ya en época contemporánea, la aparición
de expresiones artísticas como la fotografía, el cine o el cómic, también han
reservado un espacio destacado a las imágenes eróticas y pornográficas, veladas
o sutiles unas veces, y otras veces explícitas.
Hoy
día contamos con abundantes experimentos en este terreno. Los sexólogos han
sometido a diversos voluntarios de ambos sexos a la visión de imágenes en las
que se muestra sexo, y en todos los casos sin excepción se producen respuestas
inequívocas, de erección en los varones y de lubricación vaginal en las
mujeres. La intensidad de las respuestas está en todos los casos, en función de
la fuerza de las imágenes, y con independencia de la tendencia sexual de los
observadores masculinos o femeninos objetos de esos estudios. Que las imágenes
eróticas o pornográficas adecuadas en cada caso, son capaces de excitar a
quienes las contemplan, es un hecho incontrovertible. Curiosamente, en alguna
de esas experiencias en que se valoró el rechazo inicial por parte de algunos
de los sujetos a este tipo de estímulos, generalmente por motivos religiosos o
morales, se comprobó que precisamente entre esas personas se producía un mayor
grado de estimulación en porcentajes a veces significativos. De ello se deduce
que la estimulación visual no sólo funciona, sino que además tiende a ser más
efectiva cuando entran en juego tabúes o
prohibiciones socialmente impuestas.
La
floreciente y lucrativa industria del porno, que desde hace décadas viene
produciendo material en revistas, cine o videos, unas veces de forma legal,
otras, según las diferentes sociedades, de forma clandestina o encubierta, y
que en los últimos años ha experimentado a través de internet y de las
distintas redes, un auge sin precedentes, conoce a la perfección y explota la
enorme influencia que ejerce su producto sobre sus clientes y consumidores
habituales.
Ocurre
un curioso fenómeno que se da en la totalidad de las sociedades actuales. Y es
que los consumidores habituales de pornografía son mayoritariamente hombres. La
mujer en general, se asoma al porno de manera esporádica y casual. Este hecho
es a nuestro juicio, la causa de que la práctica totalidad del material
pornográfico que se produce en el mundo, vaya destinado al cliente varón, algo
que influye en los contenidos de forma decisiva.
En
efecto, con muy escasas excepciones, los contenidos, los guiones, si es que es
lícito emplear el término, son monótonamente repetitivos. Muchas veces
presentan a la mujer como un mero objeto, abundando imágenes y situaciones de
sometimiento, degradación femenina y hasta de abuso, que a menudo rayan lo
delictivo, cuando no incurren directamente en el delito. Se transmiten mensajes
en ocasiones muy peligrosos, sobre todo para los consumidores más jóvenes, con
el riesgo real de que muchachos poco formados trasciendan esas fantasías y
pretendan erróneamente que las relaciones entre hombres y mujeres discurran en
la vida real por los enfermizos derroteros que están acostumbrados a contemplar
en la pantalla. Otro motivo más de peso para que padres, madres y educadores
responsables procuren transmitir a sus hijos y educandos valores de igualdad y
de respeto, y para estar al corriente de qué es lo que miran los chicos durante
horas en sus ordenadores personales y dispositivos móviles. El bueno del profe
Bigotini tiene mucha experiencia en estas cosas. Una vez de jovencito le vio un
tobillo a la bella Chelito, y pasó varias semanas sin poder pegar ojo.
-Ay,
qué disgusto, le he encontrado a mi marido una revista porno.
-Hija,
no te lo tomes a pecho y trata de pasar página.
-Imposible,
mamá, están todas pegadas.
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