Nacido
en Auxerre en 1768, Joseph Fourier era hijo de
un sastre. Fue el décimo de trece hermanos más otros tres hermanastros. Con
semejante prole, puede suponerse que la familia no dispusiera de demasiados
recursos. Quedó Joseph huérfano a los diez años, y fue adoptado por Joseph
Pallais, el organista de la iglesia, que le enseñó las primeras letras y le
educó en las ideas revolucionarias de Rousseau. Estudió el joven Fourier con
los benedictinos, una escuela religiosa que en ese tiempo fue convertida por
Luis XV en academia militar. Allí, a partir de los catorce años, se formó en
música, idiomas, matemáticas y álgebra, lo que le disuadió de seguir la carrera
religiosa, inclinándole al estudio de las ciencias.
Fourier
participó activamente en la Revolución. Los
diferentes avatares políticos le situaron a un paso del patíbulo, pero la caída
de Robespierre le salvó de la guillotina. Ingresó después en la Escuela Superior Normal de
París, donde tuvo como profesores entre otros nada menos que a Joseph Louis
Lagrange y a Pierre Simon Laplace. Pronto destacó la brillantez de Fourier, lo
que le valió una cátedra en la prestigiosa Escuela Politécnica. En 1798 participó
en la expedición a Egipto de Bonaparte, en la que dirigió la exploración del
Alto Egipto. Fue íntimo del general Kléber y de Jean-François Champollion.
Napoleón le nombró prefecto de Isère, ingresó en la Academia de Ciencias
francesa y en 1822 ascendió a secretario perpetuo de las secciones de física y
matemáticas. Falleció en París en 1830, cuando contaba sesenta y dos años.
En
cuanto a su legado científico, Fourier fue quien desarrolló los modelos
matemáticos y las ecuaciones de la termodinámica. En 1822 publicó su Teoría
Analítica del Calor, solucionando la ecuación mediante series
trigonométricas, estableciendo la representación de cualquier función como
series de senos y cosenos, que conocemos como series de Fourier. A él
hay que atribuir la paternidad del concepto de efecto invernadero de la
atmósfera terrestre.
Pero
sin duda el mayor de sus hallazgos matemáticos es la transformada
de Fourier, que se emplea para convertir señales convencionales
de intensidad y frecuencia determinadas en una función periódica. Su utilidad
práctica ha sido decisiva en muchos campos, como el de la electromedicina. En
un electrocardiograma o un electroencefalograma, por ejemplo, una serie de
señales eléctricas de bajo voltaje, pueden traducirse en unas gráficas
susceptibles de ser interpretadas por los especialistas.
Quien
escribe estas líneas tuvo oportunidad de estudiar hace años tanto la
transformada de Fourier como la de Laplace, lo que constituye un motivo
adicional más para que desde este bigotiniano foro honremos como merece la
memoria de aquel gran hombre de ciencia.
-Disculpe,
¿quién preside esta Asociación de Expresiones Obsoletas?
-El
menda lerenda pa servir a Dios y a usté.
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