James Watt
nació en Greenock, Escocia, en 1736, y en el seno de una familia presbiteriana.
Su padre era armador naval, y su abuelo, Thomas Watt, fue profesor de
matemáticas y magistrado. Se encargó de educarle su madre, una distinguida dama
de la mejor sociedad escocesa. Poco interesado en las humanidades, el joven
James prestó más atención a las ciencias, sobre todo a las matemáticas, y desde
muy niño demostró tener gran habilidad manual y talento para fabricar toda
clase de objetos. Viajó a Londres a los dieciocho años, para trabajar como
aprendiz de un importante fabricante de instrumentos. En aquella incipiente era
industrial en que la tecnología cobró gran protagonismo, se produjo una fuerte
demanda de instrumentos de precisión, tales como reglas, compases, barómetros,
telescopios… A partir de su fabricación, Watt, joven inquieto y deseoso de
aprender, se interesó por las diferentes funciones a que se destinaban sus
instrumentos, convirtiéndose así en una especie de científico autodidacta.
En
Glasgow se estableció por su cuenta en el negocio, y poco más tarde le
ofrecieron abrir un taller para fabricar instrumental, en la Universidad. Su
meticuloso trabajo le convirtió en pieza imprescindible de la vida
universitaria, y le granjeó la amistad de figuras tan eminentes como Joseph
Black o Adam Smith. En aquel taller y en otros que abrió sucesivamente con
diferentes socios, transcurrió su vida profesional. En sus últimos años amasó
una fortuna considerable. Se casó dos veces y tuvo siete hijos de los que
sobrevivieron al menos tres. Uno de ellos, Gregory Watt, llegó a ser un notable
geólogo.
James
Watt falleció en 1819, cuando contaba 83 años. Fue miembro de la Royal Society y de la Academia de Ciencias
francesa, la Universidad
de Glasgow le concedió un doctorado honorífico, y en su memoria fueron
bautizados con su nombre un cráter lunar y un asteroide. Sin embargo, rehusó un
título nobiliario, poniendo así de manifiesto sus profundas convicciones presbiterianas.
En
cuanto a su contribución a la ciencia y la tecnología, la más importante fue la
máquina de vapor, invención que
generalmente se le atribuye, a pesar de que en realidad su labor se centró en
las mejoras que practicó sobre la primitiva máquina de Newcomen. En
efecto, esta última desperdiciaba gran cantidad de energía enfriando y
calentando sucesivamente el pistón. Se empleaba únicamente para bombear agua.
Watt se propuso sacar todo el rendimiento posible a la máquina, dotándola de
movimiento paralelo y desarrollando una cámara de condensación que incrementó
notablemente su eficiencia. Fue el creador de la unidad caballo
de vapor, que todavía se usa no sólo en máquinas de vapor, sino
en automoción en general. La unidad de potencia eléctrica lleva en su honor el
nombre de vatio.
También
desde Bigotini queremos honrar la memoria de James Watt, ingeniero y científico
hecho a sí mismo a base de tesón y de trabajo infatigable. Y como a pesar del
loable ejemplo del escocés, el profe se fatiga bastante, os dejo en este punto
no sin antes aconsejaos con el mayor encarecimiento, que estudiéis. Para
quienes nacemos pobres, el estudio es el único camino capaz de cambiar nuestro
mundo y el de quienes nos rodean. El conocimiento es la mejor herramienta de
precisión para romper las cadenas de la ignorancia y de la esclavitud, lacras
ambas que, bien mirado, vienen a ser una misma cosa.
-Por
favor, póngame una hamburguesa.
-Lo
siento mucho señor, pero acabamos de limpiar la plancha.
-Vaya,
pues ya volveré otro rato, cuando la tengan llena de mierda.