En
De aquí a la eternidad fue donde
muchos españolitos descubrimos a Deborah Kerr
fundiéndose con Burt Lancaster en un beso interminable y revolcándose en la
arena, allí donde rompen las olas. Un revolcón inolvidable que nos dejó
atónitos varios años después, probablemente frente a la pantalla del televisor,
porque en los años cincuenta del estreno de la película, la escena fue
convenientemente suprimida por los censores del régimen nacional católico de
don Claudio patas cortas.
En
aquella gran película de Zinnemann la actriz tenía sólo treinta y dos años.
Parecía mucho mayor, siempre lo pareció, acaso porque solía encarnar personajes
de mujeres más maduras de lo que correspondía a su edad. Para eso contribuyó
decisivamente su impecable acento de dama inglesa (escocesa, para ser exactos),
y la profusión de moños y recogidos con que solía peinarse. El pelo suelto al
parecer nunca formó parte de su imagen.
Deborah
Kerr era milady, su majestad, una profesora… la señorita nosecuántos, como en El rey y yo, otro peliculón magnífico.
Hoy, a modo de recuerdo, os ofrecemos el enlace para contemplar un fragmento
musical precisamente de ese gran filme de 1956. Haced
clic en la carátula y disfrutad unos minutos de la belleza y el
mágico encanto de aquella mujer irrepetible.
Próxima
entrega: Fred Zinnemann
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