martes, 15 de octubre de 2019

FÓSILES VIVIENTES: EL CELACANTO Y LOS PECES PULMONADOS



No constituye ninguna novedad que el continente australiano ha sido durante millones de años una reserva biológica. En su aislamiento austral, una multitud de especies animales y vegetales ha evolucionado sin entrar en contacto con el resto del planeta. Muchas de esas especies representan auténticas reliquias. En Australia se han mantenido fórmulas evolutivas ya superadas en otros continentes, lo que ha hecho de aquellas tierras una verdadera reserva de fósiles vivientes. Por eso no sorprendió demasiado a los naturalistas del siglo XIX un asombroso hallazgo en el territorio de Queensland (Australia nororiental).


En 1869 un colono recién llegado llamado Forster, comentó en una conversación casual con el naturalista Gerard Krefft, la existencia de un extraño pez que los aborígenes llamaban barramunda, y los colonos blancos conocían como salmón del río Burnett. La descripción del animal fue tan sugestiva, que excitó la curiosidad de Krefft hasta el punto de que Forster le hizo llegar a los pocos días varios ejemplares en un barril de salmuera (con los medios de la época era prácticamente imposible mantenerlos vivos).

Los ejemplares, de alrededor de metro y medio de longitud, no defraudaron las esperanzas de Krefft. Tal como había dicho el colono, los peces tenían cuatro aletas ventrales, carnosas y fuertes, que daban la impresión de ser cuatro patas rudimentarias. Pero la sorpresa fue mayúscula al diseccionar los peces. Además de branquias, aquellos bichos tenían un solo pulmón tan auténtico y aparentemente tan funcional, como el de los animales terrestres. Eso y sus cuatro patas incipientes, le habría permitido realizar cortos desplazamientos fuera del agua. Krefft bautizó el espécimen como Neoceratodus forsteri, conocido en el ámbito científico como pez pulmonado australiano.


Este género Neoceratodus resultó ser el más arcaico de los peces pulmonados. En el resto del mundo existen otros dos géneros: Lepidosiren en Suramérica, que cuenta también con una sola especie viva, y Protopterus en África, del que se conocen cuatro especies. Tanto los africanos como los americanos tienen dos pulmones, lo que convierte al pez australiano en el pionero en cuanto a respiración pulmonar. Durante casi un siglo Neoceratodus forsteri ha sido considerado el ejemplo viviente de la transición entre los vertebrados acuáticos y sus descendientes los vertebrados terrestres.

Pero en 1938 se produjo un nuevo descubrimiento que, además de conmocionar al mundo de la zoología y la biología, desposeyó de su título al salmón del Burnett. Ese año J. L. B. Smith describió por vez primera un pez hallado por los pescadores de la costa oriental sudafricana. Recibió el nombre científico de Latimeria chalumnae. El nombre genérico (Latimeria) se adoptó en homenaje a Marjorie Courtenay-Latimer, la entonces conservadora del museo de East-London. El nombre específico (chalumnae) alude al río Chaluma, en cuya desembocadura fue cobrado el primer ejemplar.


Latimeria chalumnae, más conocido por su nombre vulgar de celacanto, puede alcanzar 2 metros de longitud y hasta 90 kilos de peso. Está cubierto de unas escamas inusualmente grandes, y posee cuatro aletas lobuladas y carnosas, también recubiertas de escamas, que se mueven alternativamente, “como las patas de un caballo trotando”, según una sugestiva descripción. Se trata de un depredador eficacísimo, dotado de un órgano facial electro-sensor, que le ayuda a detectar a sus presas. A diferencia de los peces pulmonados de hábitat fluvial, el celacanto es un habitante de las profundidades marinas. De día ocupa cuevas situadas a 150, 300 y hasta 700 metros bajo la superficie. De noche asciende para alimentarse de peces de los arrecifes, y es este el único momento en que puede ser apresado por las redes de los pescadores.

La reproducción de celacanto es ovovivípara, con fecundación interna. Tras una larga gestación (13 meses), las hembras paren entre 5 y 25 crías tan bien desarrolladas, que no precisan cuidados parentales, y se las arreglan por su cuenta. Desde 1938 se han hallado otras especies del género, distribuidas por la costa oriental africana (Kenia, Tanzania, Mozambique, Madagascar…). Algunas de ellas presentan bioluminiscencia propia de las criaturas abisales. En fecha tan reciente como 1998 fue descubierta una nueva especie de celacanto más oriental en las islas Célebes (Indonesia). Recibió el nombre de Latimeria menadoensis. En el mapa que acompaña a estas líneas podéis apreciar la distribución geográfica del género. Si tenéis curiosidad por ver imágenes del pez en su medio natural, os dejo también este enlace de vídeo:


Celacanto se originó en el periodo devónico, hace entre 350 y 400 millones de años. Antes de su sorprendente hallazgo con vida, se habían encontrado algunos ejemplares fósiles, ninguno de ellos posterior a la era de los dinosaurios, por lo que se consideraba extinguido desde hace unos 65 millones de años. Podéis imaginar por lo tanto, el asombro que produjo una “resurrección” tan fantástica como inesperada. Hace muy poco, en abril de 2013, un artículo publicado en la revista Nature anunciaba que había sido descifrado su genoma. El ADN de celacanto contiene unos 3.000 millones de bases, lo que lo hace comparable en extensión al genoma humano. Los genetistas han encontrado en él pistas muy valiosas de cómo los vertebrados evolucionaron para conquistar la tierra firme. Si recordáis nuestro post titulado cinco lobitos, os hablé en él de ichthyostega, un firme candidato a ser el antepasado común que compartimos todos los vertebrados terrestres. Pues bien, todo parece situar a celacanto como un antepasado directo de ichthyostega, y por lo tanto, también nuestro.


Por qué celacanto se ha conservado prácticamente idéntico a sí mismo, generación tras generación, durante tantos millones de años, es un formidable misterio que tal vez algún día llegue a ser desentrañado. Los genetistas que han estudiado su ADN apuntan a que su ritmo de mutación (promedio de mutaciones por número de divisiones celulares) es anormalmente bajo. Esta característica sitúa a celacanto en el grupo de ciertos animales como cocodrilos, tortugas o tiburones, y en última instancia explicaría por qué apenas han cambiado en todo este tiempo, mientras florecían por doquier nuevas clases y nuevos órdenes de animales, y se desplazaban los continentes.

Permitidme para terminar una pequeña nota cinéfila. Ya sabéis quienes seguís el blog que a menudo aderezo los artículos con alguna referencia a viejas películas. Quizá os sorprenda saber que existe un film donde aparece un celacanto, y que no se produjo en Hollywood ni pertenece al género de la ciencia-ficción o la fantasía. Se trata de una comedia española de 1961 dirigida por Antonio Momplet y protagonizada por Conchita Velasco y Tony Leblanc. Su título es Julia y el celacanto. En el equipo de guionistas figuraba nada menos que Noel Clarasó, un histórico de la revista La Codorniz. Se desarrolla en un pueblecito de pescadores del levante español, donde un buen día pescan… pues si, un celacanto. Julia, el personaje que interpreta Concha Velasco, es la única que comprende la importancia del hallazgo… La película pasó por los cines con más pena que gloria, y que yo sepa, no ha sido repuesta en televisión, pero, creedme, es bastante más digna que muchas de esas con las que nos martirizan a la menor oportunidad.


Todo lo que soy se lo debo a mi bisabuelo. Si aun estuviera vivo, todo el mundo hablaría de él. ¿Por qué? Pues porque si viviera tendría ciento cuarenta años.  Groucho Marx.



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