Varias
décadas antes de El exorcista o de Alien, los expresionistas alemanes del
periodo mudo ya habían inventado el cine de terror. En Francia siempre se hizo
un cine negro muy notable. En toda Europa, incluida por supuesto España, se han
filmado buenas comedias. Los británicos han producido filmes bélicos y de
aventuras sobresalientes. Incluso del mismo western, que parece tan americano,
existen ejemplos muy apreciables en el cine italiano…
Así
que si de verdad queda un género cinematográfico genuinamente americano, ese es
el musical. Desde la invención del sonido en Hollywood se produjeron grandes
musicales, espectáculos que viajaban desde los escenarios teatrales de Broadway
hasta los estudios de la soleada California, adquiriendo allí una grandeza
jamás vista. Ya en los treinta los avezados productores ponían a las coristas
medio vestidas sobre las alas de un aeroplano, las hacían bajar de las nubes
mediante grúas y otros mecanismos, o las presentaban por centenares en
escenarios giratorios.
Pues
bien, en 1942 a
los astutos directivos de la MGM
se les ocurrió rizar el rizo, y sumergir a las estrellas y a los coros de
bailarinas en el agua. Contaron para ello con la magia del technicolor recién
patentado, y con el palmito de Esther Williams,
una ex nadadora olímpica, que había hecho sus pinitos en el negocio del
espectáculo de la mano de otro olímpico, Johnny Weissmuller. Aquella fórmula
fue todo un éxito porque ofreció al público música, color y chicas en bañador,
aunque la verdad, los guiones eran infames y los escasos momentos fuera del
agua, perfectamente prescindibles. Este género hídrico tuvo al menos el mérito
de exportar años más tarde las piruetas de piscina al mundo del deporte, en
forma de natación sincronizada, ese ballet acuático en el que nuestras chicas
son la admiración del mundo, y sin embargo las medallas las ganan las rusas y
las chinas.
En
cualquier caso, nuestra sirena hollywoodiense continuó durante los siguientes
doce o quince años a remojo, hasta el punto de contraer una grave conjuntivitis
a causa del cloro. Cuando comprendió que los musicales acuáticos estaban
pasando de moda, y que sus posibilidades de recibir un oscar de la Academia oscilaban entre
nunca y jamás, la Williams
se alejó prudentemente de los platós, para centrarse en aparecer en las
revistas ilustradas y en los ecos de sociedad en compañía del célebre gigoló
latino Fernando Lamas, cuyas habilidades confesables consistían en conducir
automóviles deportivos y ofrecer correctamente el brazo a las damas.
Para
recordar el talento natatorio y la belleza de Esther Williams, os ofrecemos el
enlace (clic
en la carátula) para visionar una escena de Escuela
de sirenas, su mayor éxito, que dirigió para MGM George Sidney
en 1944. Disfrutad con las imágenes, sed benévolos con vuestros comentarios y
tened mucho cuidado en la ducha.
Próxima entrega: Debbie Reynolds
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