domingo, 25 de agosto de 2019

LA ILUSTRACIÓN Y LOS MINISTROS ILUSTRADOS DE CARLOS III



Cuando Carlos III dejó Nápoles y las Dos Sicilias para ocupar el trono de España, se propuso convertir su nuevo reino en una gran nación. Se apoyó al principio en sus hombres de confianza en Italia, Grimaldi y sobre todo, Esquilache, que se ocupó de los ministerios más importantes, el de Hacienda y el de la Guerra. El marqués era competente, pero demasiado autoritario. La célebre frase todo para el pueblo pero sin el pueblo, parecía haber sido ideada para él. Su prepotencia y su fama de derrochador además de su condición de extranjero, acabaron por convertirle en un personaje impopular. Tras los motines de 1766, Carlos se decidió a sustituirle.

A partir de ese momento, el impulso reformista que inspiró la corona estuvo liderado por tres españoles: Campomanes, Floridablanca y el conde de Aranda, tres hombres de su tiempo, ilustrados y muy bien relacionados con sus contemporáneos franceses, lo que contribuyó a que los reaccionarios de su tiempo, y sobre todo los de la España negra del XIX, los tildaran de enciclopedistas, volterianos, masones y librepensadores (terrible insulto en boca de un apostólico). Pero lo cierto es que tales acusaciones carecían de fundamento. Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, era un aristócrata y un militar que había estudiado en Bolonia, había sido embajador en Francia y trataba con familiaridad a Federico II de Prusia. Era un hombre abierto al progreso, pero siempre desde su irrenunciable posición aristocrática.


Floridablanca
Floridablanca y Campomanes eran de cuna más modesta. Ambos de formación universitaria y mucho menos viajados que el de Aranda. José Moñino y Redondo, que llegaría a ser conde de Floridablanca, era un jurista que se inició como fiscal hasta llegar a ejercer la Secretaría de Estado, equivalente a un ministerio de Asuntos Exteriores. Pedro Rodríguez de Campomanes, que también adquirió más tarde su título de conde, era un erudito reconocido por sus dotes de historiador. Los dos junto a Aranda, fueron los encargados de acometer las reformas, pero estaban divididos en cuanto a la forma de realizarlas. Los partidarios de Aranda formaban el partido aragonés, llamado así simplemente porque su líder lo era. La mayor parte de estos “aragoneses” eran aristócratas a quienes preocupaba el aumento de poder que adquirían los juristas y funcionarios, a los que tildaban despectivamente de escribanos o de golillas, porque llevaban aquellos cuellos almidonados que años atrás puso de moda Felipe IV para sustituir a las incómodas gorgueras del barroco. Floridablanca fue uno de los primeros en sostener esa idea tan moderna de que los militares debían someterse al poder civil.

Campomanes
En cierta forma cada uno hizo la guerra por su cuenta. Aranda impulsó la creación de las sociedades económicas de amigos del país, compuestas en principio por nobles. Los hidalgos de Azcoitia fundaron la primera en 1764. Campomanes comprendió enseguida la utilidad de tales sociedades, e inició su creación en diferentes regiones y sin exclusión de clérigos, intelectuales o comerciantes. Floridablanca se interesó por las obras públicas. Caminos, puentes o canales, como el Imperial de Aragón, que proyectó y construyó Ramón de Pignatelli, por cierto cuñado de Aranda, fueron sus proyectos preferidos. Pero de una u otra manera, los tres contribuyeron decisivamente al progreso del país. Florecieron las ciencias aplicadas, la náutica, la mineralogía… Mejoró la agricultura, el comercio y la todavía incipiente industria. El Siglo de las Luces trajo a España más higiene, más escuelas, más hospicios… Se expulsó a los jesuitas, algo que la reacción ultracatólica de entonces y posterior no perdonaría jamás.


Se corrigieron muchos abusos, pero se mantuvieron muchas instituciones arcaicas con la Inquisición a la cabeza. También persistieron la Mesta, los gremios, los mayorazgos y la mayor parte de las rémoras del Antiguo Régimen. La renovación irritó a los conservadores, pero se quedó muy corta para las aspiraciones de los reformistas. Mientras el anhelado progreso no terminaba nunca de llegar, el enfrentamiento de las dos Españas bullía ya en los ánimos de unos y de otros. Se materializaría en sangre en las largas décadas que siguieron.

-Vendí tu Seat.
-Bendito seas tú.



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