Pablo
de Tarso tuvo la feliz iniciativa de extender el cristianismo a los gentiles y
a las mujeres, lo que lo convirtió en un credo que ya a finales del segundo
siglo de nuestra era se había hecho bastante popular. La doctrina cristiana se
difundió principalmente entre las clases inferiores y poco instruidas. En
general las personas acomodadas y cultas fueron refractarias a sus enseñanzas.
Para quienes habían sido iniciados en la sutileza intelectual de los grandes
filósofos griegos, las escrituras judías parecían bárbaras, las enseñanzas de
Jesucristo, ingenuas, y los sermones cristianos, risibles y propios de
ignorantes.
Por
entonces Alejandría era la capital mundial de la filosofía, y fueron precisamente
algunos de los más notables filósofos alejandrinos quienes se encargaron de
cambiar esas creencias. Uno de los más activos fue Clemente, un ateniense
nacido en 150 que enseñaba en Alejandría. Experto tanto en doctrina cristiana
como en filosofía griega, Clemente era capaz de interpretar el cristianismo en
términos filosóficos, de manera que pareciese respetable, aun cuando no siempre
resultase convincente, a los griegos más instruidos. También reinterpretó la
enseñanza cristiana de forma que no se presentase como un movimiento social
revolucionario, aportando argumentos para demostrar que los ricos también
podían alcanzar la salvación, contradiciendo el célebre adagio del camello y la
aguja. Clemente fue además muy beligerante contra las doctrinas gnósticas.
Un
discípulo de Clemente, Orígenes, que había nacido en la misma Alejandría hacia
185, fue si cabe aun mayor propagandista del cristianismo que su maestro. Su
nombre egipcio significaba hijo de Horus, y parece que verdaderamente Orígenes
hizo honor a la etimología de su nombre en cuanto a elocuencia. Fue un orador
sobresaliente que se enfrentó a los filósofos paganos en pie de igualdad y
hasta con ventaja. Hasta nosotros ha llegado la controversia que mantuvo con el
platónico Celso, autor de un extenso tratado contra el cristianismo. La severa
censura que impuso la Iglesia en los siglos siguientes acabó por hacer
desaparecer aquel tratado. Afortunadamente, conocemos la mayor parte de sus
argumentos precisamente gracias a Orígenes, que le replicó en otro tratado
titulado Contra Celso, la defensa más
completa y concienzuda del cristianismo publicada en tiempos antiguos y que
esta sí, se ha conservado a lo largo de los siglos.
Así
pues, Egipto, y más concretamente Alejandría, contribuyó de manera importante a
la intelectualización del cristianismo y su aceptación por hombres de formación
clásica. En sus primeros siglos fue Alejandría el más notable centro cristiano
del mundo antiguo. Y ello a pesar de la gran influencia y popularidad tanto del
culto oficial del Imperio, como de las religiones mistéricas griegas, los ritos
egipcios de Isis y de Serapis, y sobre todas, el mitraísmo, religión de origen
persa que constituía en la práctica una forma de culto al sol. El mitraísmo
llegó a ser tan popular que cualquier observador imparcial que apareciera en la
Roma del año 200 habría aventurado que el culto de Mitra y no el de Cristo se
iba a convertir en la religión oficial del Imperio.
Sabemos
que no fue así, sino justo al contrario, y en el triunfo del cristianismo,
además de otros muchos factores que exceden la intención de nuestro breve
comentario, tuvieron un peso decisivo aquellos filósofos alejandrinos y los
primeros patres eclesie que
esgrimiendo argumentos filosóficos, se enfrentaron a platónicos, neoplatónicos,
gnósticos y el resto de defensores intelectuales de lo que se ha dado en llamar
de forma un tanto imprecisa, paganismo.
Hay
tres personas (hypostaseis), Padre, Hijo y Espíritu Santo; y sólo el Padre es
inengendrado. Orígenes de Alejandría.
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