Cecilia
Böhl de Faber y Larrea, a quien conocemos por su más célebre
seudónimo de Fernán Caballero,
nació en 1796 en la localidad suiza de Morges. Era hija del cónsul
Juan Nicolás Böhl de Faber y de la andaluza Francisca (Frasquita)
Larrea. Vivió su primera infancia en España, se trasladó luego
unos años con sus padres a Alemania, para regresar a Cádiz a la
edad de diecisiete años. A pesar de su origen mixto, Cecilia se
sintió siempre española. Cuando comenzó a escribir tomó su
seudónimo “Fernán Caballero” de la localidad manchega del mismo
nombre, en la provincia de Ciudad Real. A los veinte años se casó
por amor con Antonio Planelles, un capitán de infantería con quien
se trasladó a la colonia de Puerto Rico. Su apuesto capitán
falleció prematuramente, y tras una breve estancia en Hamburgo,
regresó a España, afincándose en El Puerto de Santa María. Allí
volvió a casarse, esta vez por interés, con Francisco Ruíz,
marqués de Arco Hermoso, don Paco, un vejestorio forrado de pasta
que quería una esposa joven, guapa y culta para pavonearse con sus
amigos en el casino. El marqués, un hombre poco delicado, tuvo la
única delicadeza de morirse al poco tiempo, dejando a Cecilia otra
vez viuda.
Isabel II |
Si
las dos primeras veces (una por amor y otra por interés) había
elegido bien, la tercera no pudo elegir peor, casándose por tercera
vez, quizá por compasión, con Antonio Arrom de Ayala, un tipo
patético cargado de deudas que, aunque también murió pronto
víctima de la tisis, tuvo tiempo suficiente para dejarla en la
miseria de la que ya nunca llegaría a recuperarse. En Sevilla y en
Madrid le quedaban amigos influyentes como los duques de Montpensier
o la misma reina Isabel. Ellos la protegieron y hasta le brindaron
una vivienda digna en unas dependencias del Alcázar de Sevilla.
Desgraciadamente la Revolución Gloriosa de 1868 la privó hasta de
esa morada. Falleció en la capital andaluza en 1877, sin que ni la
pobreza ni el abandono le privaran de sus dos grandes pasiones, la
literatura y el amor. Fernán Caballero siguió escribiendo en sus
últimos años, y Cecilia Böhl de Faber siguió rodeada de solícitos
galanes hasta rendir su aliento postrero.
Duques de Montpensier |
En
cuanto a su obra, Fernán Caballero representa por sí misma un
lúcido ejemplo de la evolución literaria española del XIX. Tras
sus comienzos plenamente románticos, su estilo y sus temas derivaron
hacia un costumbrismo folclorista genuinamente andaluz, para terminar
abrazando el realismo imperante en el último tercio del siglo.
Estuvo al corriente de todas las tendencias europeas, quizá porque
dominaba cinco idiomas. Se dice que llegó a poseer una de las más
importantes bibliotecas de Sevilla, aunque tuvo que deshacerse de
ella para poder subsistir. Entre sus novelas cabe destacar La
familia de Albareda (1849), La hija del Sol (1851),
Clemencia (1852) o Lágrimas (1853). Su incansable
labor investigadora en las costumbres y el flocklore andaluz se vio
plasmada en obras como Cuadros de costumbres populares andaluzas,
Cuentos y poesías populares andaluzas, Relaciones,
Cuentos, oraciones, adivinanzas y refranes populares, Cuentos
de encantamiento infantiles o El refranero del campo y poesías
populares. Todas ellas son fruto del afán recopilador y el
trabajo infatigable de su autora.
Hoy
nos complacemos en traer a nuestra biblioteca virtual una versión
excelente de su novela La Gaviota,
escrita en 1849, que acaso sea la más célebre, importante y acabada
obra de Fernán Caballero. Su estilo y su estructura, aunque
plenamente costumbristas, se han calificado con razón por muchos
críticos como prerrealistas. Haced clic en
la portada y sumergíos en la prosa de esta andaluza
adoptiva que puso el amor a España por encima del resto de sus demás
amores.
El
amor verdadero es el más caro de los lujos, porque te puede hasta
costar la vida. Fernán Caballero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario