En
aquel Londres imperial y en toda Inglaterra, eran célebres las
veladas que ofrecía lady Hamilton a sus invitados, un grupo de los
más selectos y emergentes personajes de la mejor sociedad
londinense. A una de ellas asistía por vez primera el duque de
Dirtymouth, un caballero rico con fama de aventurero, procedente de
las colonias, y rodeado de un oscuro halo de misterio. La buena
sociedad le tenía por un advenedizo, pues se rumoreaba que su origen
era plebeyo y arrastraba un pasado turbio, que el duque se esforzaba
en enterrar.
En
el lujoso salón se hicieron corrillos. De vez en cuando sonaba por
encima del rumor general, la risa de alguna joven dama a la que algún
galante caballero requebraba con halagadoras palabras. Lady Hamilton
pidió atención haciendo sonar tintineante la cucharilla en su taza
de té. -Juguemos a las adivinanzas -propuso-, e inmediatamente se
hizo el silencio en la estancia.
La
noble dama, que estaba muy cerca de una de las ventanas, acertó a
ver pasar por el jardín una de sus yeguas conducida por un mozo de
establo. Se trataba de un animal de carácter difícil, que inspiró
a su dueña la siguiente adivinanza: -Es hermosa, parece dócil y su
piel es suave, pero si la acaricias y te pones a horcajadas sobre
ella, inesperadamente se crece, haciéndose dura y salvaje-. Todos
callaron excepto el duque de Dirtymouth que, poniéndose en pie como
animado por un resorte, exclamó: -¡la polla!-...
Podrá
suponerse la conmoción que causó en los asistentes aquel exabrupto.
Varias jóvenes damas se desmayaron, y algunos caballeros protestaron
indignados. La anfitriona, dejándose oír sobre el tumulto, se
dirigió a su fiel mayordomo, ordenando: -Perkins, traiga el capote
del duque, porque debe dejarnos-. Dirtymouth, avergonzado, suplicó
clemencia: -Milady, os suplico que disculpéis mi incalificable
conducta. Sinceramente, no sé qué me ha pasado. Si tuvieráis la
bondad de perdonarme-... Y como quiera que intercedieron por él
muchas damas distinguidas, algunos importantes caballeros, e incluso
el mismo príncipe de Gales, la anfitriona accedió cortésmente a
disculpar al indiscreto.
Se
reanudó el juego. Lady Hamilton se fijó en el brillante anillo de
pedida que lucía en el dedo su sobrina la duquesa de Lancaster, y
dijo: -Al principio cuesta un poco de introducir, pero cuando penetra
hasta el fondo, produce una gran satisfacción a la hermosa novia-.
Otra vez un silencio sepulcral, y de nuevo se levantó Dirtymouth.
-Ahora si, ¡la polla!- proclamó con cierta solemnidad el duque.
Si
grande había sido la conmoción anterior, difícilmente acertaremos
a describir la consternación que siguió a esta reincidente torpeza.
De nuevo lady Hamilton requirió al mayordomo: -Perkins, el capote
del señor, que esta vez sí se marcha-. Y de nuevo la súplica del
invitado que puesta la rodilla en tierra, imploró perdón. -Tenéis
mi palabra- añadió humildemente, -de que no volverá a ocurrir. De
nuevo también muchas damas distinguidas, algunos importantes
caballeros, e incluso el mismo príncipe de Gales, volvieron a
interceder por el duque, de manera que la generosa anfitriona no tuvo
más remedio que acceder otra vez a disculpar la torpeza de su
invitado.
Siguiendo
con el inocente pasatiempo de las adivinanzas, esta vez lady Hamilton
observó a uno de los invitados mojando una galletita en su té, lo
que le sugirió el siguiente acertijo: -Entra dura y seca, y sale
blanda, empapada y goteando-...
...Un
interminable silencio siguió a las palabras de la anfitriona. Todas
las miradas sin excepción se posaron en Dirtymouth que, apenas
apoyado en el borde de su silla, y con el rostro congestionado,
parecía librar una feroz batalla contra sí mismo. Respiró
profundamente, se incorporó lentamente, y con gran aplomo se dirigió
al mayordomo con estas palabras: -Perkins, campeón, anda y traeme la
chupa, que me piro... porque, chico,... ¡esto es la polla aquí y en
Bombay!
Entre
los miembros de la buena sociedad se estableció el acuerdo tácito
de no referirse jamás en público a este vergonzoso episodio que hoy
en Bigotini, cumpliendo con el sagrado deber de informar puntualmente
a nuestros fieles seguidores de todos los acontecimientos históricos,
hemos desvelado. Naturalmente el duque de Dirtymouth no volvió a
pisar jamás los salones de lady Hamilton. No obstante, hemos llegado
a saber que se convirtió en el amante de muchas damas distinguidas,
de algunos importantes caballeros, y hasta del mismo príncipe de
Gales.
-Oye
papá, ¿qué significa paradoja?
-Verás,
paradoja es que tú seas pelirrojo como el vecino, y tenga que ser yo
quien conteste a tus absurdas preguntas.
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