Henry
Cavendish es uno de esos británicos nacidos en
Francia. No se trata de un caso único. Sin ir más lejos, otro
gigante científico compatriota suyo como Joseph Black vio la luz
primera en el continente. Cavendish nació en la soleada Niza (que
entonces formaba parte del reino de Cerdeña), lejos de la espesa
bruma londinense, en 1731. Era el primogénito de una de las casas
más nobles de Inglaterra. Su padre, lord Charles Cavendish, era nada
menos que duque de Devonshire. Su alma mater fue la
prestigiosa Universidad de Cambridge. Parece que el joven Henry fue
un estudiante aplicado, aunque a decir verdad, nunca llegó a
graduarse. Lo cierto es que en aquel tiempo a los hijos de la alta
nobleza, los títulos académicos no les hacían ninguna falta para
triunfar en la vida. El muchacho sencillamente tenía interés en
aprender, lo hizo, y no vio necesidad alguna de superar exámenes ni
otras pruebas.
Al
heredar la fortuna familiar, nuestro protagonista se convirtió en un
hombre considerablemente rico. Alguna biografía afirma que llegó a
ser el más rico de su tiempo. Biot decía de él que fue el más
rico de los sabios y el más sabio de los ricos. Con su fortuna
personal Cavendish no sólo sufragaba sus experimentos científicos,
que presentaba regularmente en los salones de la Royal Society, sino
que también contribuía con numerosas donaciones a costear los
proyectos de otros hombres de ciencia, así que lord Cavendish
ejerció como brillante científico y como generoso mecenas. Al
parecer fue siempre extremadamente tímido, retraído, solitario,
misántropo y hasta misógino. No se casó, no se le conoce relación
alguna, y sólo tuvo trato con un reducido número de personas de su
círculo más íntimo. Con sus colegas científicos y hasta con
muchos familiares cercanos y otras personas de su casa, se comunicaba
mediante notas escritas. Entre los escasos mortales que llegaron a
conocerle personalmente, se cuentan hombres de la talla científica
de James Watt, Joseph Priestley, William Herschel o Erasmus Darwin
(el abuelo de Charles). Algunos han sugerido que pudo padecer el
síndrome de Asperger, que no es raro entre personas con un elevado
coeficiente intelectual. En cualquier caso, nunca llegaremos a
saberlo con certeza, pues en aquella época el cuadro era aun
desconocido.
En
cuanto a su extensa labor investigadora, Cavendish fue el descubridor
de la composición del agua, y el primero en aislar el
hidrógeno como elemento. También se ocupó de la
composición del aire, descubrió el ácido
nítrico y contribuyó con su trabajo al del argón,
que no se materializó hasta después de su muerte. Fue uno de los
precursores del estudio de la electricidad,
adelantándose varias décadas a Coulomb en los trabajos sobre
atracción y repulsión de cargas eléctricas. Pero el
que le hizo mundialmente célebre fue el famoso experimento
Cavendish, por el que determinó que la densidad de la
Tierra superaba en 5,45 veces la del agua. Dada la escasa tecnología
con la que contó, la medición adquiere mayor mérito, pues los más
precisos resultados modernos arrojan una cifra de 5,5268 veces, como
puede verse, muy aproximada. Con la misma técnica experimental,
mediante su balanza de torsión, demostró que la ley
de la gravedad de Newton se cumple de igual manera para cualquier par
de cuerpos cualesquiera. Gracias a su fructífero experimento, pudo
calcularse también ya en el siglo XIX, la constante universal
G. Por eso erróneamente algunos atribuyen el cálculo del
valor de esa constante al propio Cavendish. En cualquier caso, la
contribución de este gran hombre de ciencia al progreso fue
mayúscula. Falleció en Londres en 1810. Su legado incluye una
gigantesca biblioteca científica, abundantes notas repletas de
experimentos que no tuvo tiempo de realizar, y fueron llevados a cabo
de forma póstuma, y su gran fortuna que sirvió para dotar
espléndidamente el laboratorio y la cátedra que llevan su nombre en
Cambridge. In memoriam suam timeat Bigotini.
Algunos
ricos son tan pobres que sólo tienen dinero.
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