Las hay turbias como los amaneceres neblinosos |
Mi
viejo y querido tío Oscar me dijo un día: muchacho, para enamorar a
una chica basta con que la hagas sonreír. Puse en práctica aquel
sabio consejo, pero me salió el tiro por la culata. En cuanto una
mujer me sonríe, soy yo quien se enamora de ella como un colegial.
Posiblemente por ese motivo mi situación sentimental ha sido siempre
la de un pianista de burdel, que atiende a todas las pupilas por
igual, intentando no provocar los celos de ninguna.
Ocurre
que ese peregrinaje sonámbulo por las camas de pago, te lleva a
conocer a putas de todas clases. Las hay turbias como los atardeceres
neblinosos, chicas desgraciadas que arrastran su oscuro pasado como
un fardo. Tienen cicatrices en la cara y en el alma, ojos soñadores
y vaginas gonorréicas. Parecen recién desembarcadas de un junco
pirata del mar de China.
También
están las odiosas Lolitas superficiales de pelo oxigenado y
felaciones de goma de mascar. En el gremio puteril son como esas
malas novelas, escritas por juntaletras que desprecian la literatura,
y leídas con avidez por lectores sin escolarizar. Novelas baratas,
putas de escaparate, polvos con be, bragas con uve, efímeros
analfabetismos de diez minutos...
Polvos con be, bragas con uve... |
Eran una pareja interracial en una sociedad intolerante |
La
pobre Jenny no era ni lo uno ni lo otro. Apenas sonreía, pero cuando
lo hacía, aunque fuera una sonrisa forzada, te enamoraba para toda
la noche. No tenía apellido. Quizá no lo usaba para que no se le
gastase. Hacía lo mismo con las medias, que siempre se quitaba antes
de follar, con un cuidado litúrgico, o con el medio cigarrillo que
reservaba para después en el cenicero. Una noche la encontré
sentada en su taburete de siempre, acodada en la barra del Majestic,
que a pesar del nombre pretencioso, era el más apestoso tugurio de
Chicago. Hacía frío. Se acercaba la navidad, y las gentes de bien
ponían árboles junto a la chimenea y adornos en las ventanas. Era
una de esas noches invernales en las que uno renuncia a calentar la
entrepierna, y prefiere templar el estómago con un bourbon y el
corazón con una voz amiga. Diez pavos por una sonrisa, le dije, y me
obsequió con la sonrisa más amarga que he visto jamás. Después
del tercer trago, Jenny se sinceró conmigo, y entre sollozos me
contó sus penas. Tuvo un novio, un buen chico al que quería
apasionadamente. Era un buen chico, si, pero un chico negro. El chico
tenía nombre y apellido, Bugsie Fitzgerald. Había estado en Corea,
era sargento... y estuvo en Pusan y en el río Nakdong, le atajé
sobresaltado.
un chulito de una banda irlandesa |
Claro
que si. Verdaderamente el mundo es un pañuelo. Su novio era Bugsie
Fitzgerald, el gran Bugui-bugui, mi sargento en Pusan, un compañero
de armas, un hermano por el que habría dado la vida. Pero mi
repentina alegría se esfumó al escuchar el resto de la historia.
Eran una pareja interracial en una sociedad intolerante. Estaban a
punto de casarse cuando un tal Tommy Travers, un chulito de una banda
irlandesa, lo asesinó a tiros detrás de una gasolinera en Detroit.
Travers y otros racistas se la tenían jurada desde que vieron sus
labios de negro besando a la blanquísima Jenny. El asesino apenas
estuvo unos meses en la cárcel por posesión de armas. Un jurado
compuesto por doce hombres blancos lo declaró inocente del cargo de
homicidio, al considerar que actuó en defensa propia. ¡En defensa
propia!
Jenny
y yo terminamos aquella noche de llorar a Bugsie, al tiempo que
terminamos la botella. La acompañé hasta su cuarto, y no quise
subir cuando me invitó. Después de aquella noche no regresé al
Majestic y no volví a verla más. No me fue difícil encontrar a
Tommy Travers. Una rata semejante va dejando rastro en todas las
cloacas que frecuenta. Me bastó una sola noche para dar con el lugar
y el momento propicios. Le metí dos balas. Una en los huevos: esta
por el sargento primero de infantería de marina Benjamin Franklin
Fitzgerald. Otra en el corazón: esta por Jenny, la chica sin
apellido.
No
soporto el eco. Siempre tiene que decir la última palabra.
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