Básicamente
un niño prodigio es alguien que sabe lo mismo de niño que de
adulto. Lo de los niños prodigio no fue un nuevo fenómeno de los
treinta y los cuarenta. Ya en la primera etapa muda, la pandilla de
traviesos chiquillos callejeros había producido ríos de dólares. Y
es que en Hollywood siempre está todo inventado. Cierto es que la
aplicación estricta, y por algunas productoras incluso entusiasta,
del nuevo código moral, trajo consigo el auge de películas
familiares. Un cierto aire de mojigatería impregnó la industria
cinematográfica.
Cada
firma quería tener su propio niño encantador en plantilla. Algunos
como Mickey Rooney o la misma Judy Garland prolongaron su etapa
juvenil hasta edades casi provectas. Otros talentos, como los niños
Cooper o Bartholomew, fueron mucho más efímeros. Pero en materia de
niños prodigio, Shirley Temple se lleva la palma. No sólo actuaba,
sino que cantaba y bailaba como una profesional. Una verdadera mina
de oro, vamos. Según confesó ella misma años más tarde, dejó de
creer en Santa Claus, cuando una vez que se sentó en sus rodillas,
el vejete se quitó la barba postiza y le pidió un autógrafo. Y es
que la pequeña Shirley arrasó literalmente.
Haced
clic en su imagen para visionar una brevísima
escena musical correspondiente a una de sus primeras películas. Los
productores y directores también la adoraban, porque con ella ante
las cámaras casi nunca debía repetirse una toma. Todo un prodigio.
Próxima
entrega: Yo Tarzan
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