La
historia de la especie humana abarca lo que los geólogos llaman la
Era Cuaternaria, que corresponde aproximadamente a los
últimos cuatro millones de años. Un periodo que aun siendo muy
prolongado si lo comparamos con lo efímero de nuestra existencia
individual, constituye apenas una minúscula fracción de la historia
de nuestro planeta. Para la ciencia histórica, este periodo
corresponde a la totalidad de la Prehistoria.
Convencionalmente los historiadores dividen la cronología humana
desde la aparición en el continente africano de los primeros
homínidos, en cuatro edades sucesivas: el Paleolítico,
que es la que tiene abrumadoramente mayor duración, abarcando desde
los orígenes hasta hace sólo unos 10.000 años; el Neolítico,
cuya cronología es variable según las diferentes zonas geográficas,
y se caracteriza por la aparición de la agricultura, la ganadería y
los primeros asentamientos poblacionales; la Protohistoria,
que cuenta ya con la existencia de lo que entendemos como
civilizaciones y el desarrollo de la metalurgia; y por último la
Historia propiamente dicha, que suele datarse a partir
de la invención de la escritura y aparición de los primeros
documentos.
Durante
la mayor parte del Paleolítico
(los periodos inferior
y medio),
como ya hemos señalado en otros artículos, debido a que la
población humana no consiguió alcanzar una masa crítica, un tamaño
mínimo que permitiera la transmisión de conocimientos y en
definitiva, el progreso, apenas podemos registrar cambios
significativos. En el último periodo, el Paleolítico
superior, los prehistoriadores distinguen clásicamente tres
etapas caracterizadas por sus industrias de utensilios de piedra y
otros materiales imperecederos: Auriñaciense, Solutrense
y Magdaleniense. Las primeras manifestaciones
artísticas ya sean mobiliarias o parietales, salvo alguna rara
excepción, no se encuentran hasta el Paleolítico superior,
sobre todo a partir del Solutrense. Es también a
partir de ese periodo, cuando esos objetos y representaciones
adquieren niveles de factura y calidades apreciables.
En
cuanto a la imagen de la mujer, ya desde el Auriñacense
encontramos algunas representaciones parietales de vulvas,
reproducidas tan toscamente, que pueden prestarse a confusión con
huellas de pezuñas en algunos casos o simples triángulos en otros.
Es a partir del Solutrense, como apuntábamos, cuando
aparecen ya representaciones femeninas inequívocas, de forma muy
acusada en el arte mobiliario (relieves y tallas en piedras, astas o
huesos). El gran prehistoriador Henri Delporte,
dató y clasificó hasta 170 figuraciones femeninas en el continente
europeo. De ellas 60 corresponden al grupo renano-danubiano, 41 al
ruso, 29 al siberiano, 27 al pireneo-aquitano y 13 al itálico. La
variedad de estilos es considerable, lo que resulta lógico al
tratarse de objetos separados por decenas de miles de años. Sin
embargo, en un amplio porcentaje de ellos se aprecia una marcada
hipertrofia de rasgos sexuales como pechos, nalgas y vulvas. Muchas
estatuillas presentan rasgos esteatopígicos parecidos a los ideales
de belleza persistentes actualmente entre algunos pueblos primitivos
como pigmeos y hotentotes.
Es
evidente que los primeros balbuceos iconográficos de la humanidad,
confirieron al sexo y a la fecundidad una magia positiva. La
primitiva diosa madre, fecunda, educadora, que amamanta y alimenta,
se confunde en el imaginario primitivo con la madre tierra. Sorprende
que en el grupo pireneo-aquitano, que engloba las zonas
astur-cantábrica, ibérica y el Sur de Francia, se contabilicen
menos figuraciones femeninas que en otros grupos geográficos, cuando
esta región hispano-francesa es acaso la más rica y exuberante en
manifestaciones artísticas. El profesor Gómez-Tabanera apunta con
gran acierto a este respecto, que acaso el arte franco-cantábrico, a
todas luces más elaborado y sutil que el del resto de Europa, había
ido ya un paso más allá en la simbología. Admitido esto, las
numerosas representaciones de ciervas personificarían una deidad
asimilable a la Artemisa del Mediterráneo protohistórico.
Lo
anterior nos introduce en el terreno de lo religioso. Es evidente a
todas luces en el ámbito mediterráneo y por extensión en la Europa
meridional, el culto primitivo a una deidad femenina. Es la diosa
madre de la fecundidad, pero también ella misma (o su hija en algún
caso como parte de sí misma) es la doncella cazadora y guerrera. Es
Isis, Démeter, Gea, Artemisa, Atenea... Es Perséfone, que muere
cada invierno para renacer la primavera siguiente con el
florecimiento de los pastos y el regreso de la caza para las
primitivas sociedades cazadoras, o con la llegada de la cosecha nueva
para las posteriores sociedades agrícolas. La venus
paleolítica es Potnia Theron, la señora
de los animales del mundo paleolítico euroasiático. Pero no
olvidemos que Potnia Theron es también la señora de
la muerte. De acuerdo con las tradiciones milenarias pre-indoeuropeas
la diosa de la vida y de la muerte, la Gran Diosa Blanca (que a
menudo tiene el rostro negro) es Mari, que estuvo presente después
entre los pelasgos, y se rodeaba de serpientes, toros y otros
símbolos fálicos en la Creta minóica.
Gustave Courbet. El origen del mundo |
El
cristianismo, que para hacerse popular incorporó en gran medida las
tradiciones paganas preexistentes, nos presenta también una
María (Mari) multiforme, que es madre y a la vez doncella. Es reina
protectora, pero también se la invoca en la guerra. En Aragón es
nada menos que capitana de la tropa. No es casual que en Portugal,
España, Francia, Italia... no haya una sola, sino muchas Marías. La
diosa virgen y madre totémica recibe un nombre diferente y posee
unos atributos particulares en cada pueblo. En todos los casos ha
sellado un pacto con los habitantes del lugar, con sus fieles que la
cubren de flores cada primavera, como se hacía hace diez mil años.
Quizá hace veinte mil. Como de forma lúcida expresó Gustave
Courbet en su óleo El origen del mundo,
que causó tanto escándalo en el XIX, todo comienza en la rosada
vulva. Origen y destino. Alfa y omega. Así lo entendieron ya
nuestros antepasados paleolíticos, y así ha sido siempre.
En
el sexo, como en el bridge, si no tienes una buena pareja, más vale
que tengas una buena mano. Mae West.
No hay comentarios:
Publicar un comentario