La
patria de Anaxímenes fue la pródiga
Mileto, que antes había visto nacer a Tales y a Anaximandro. Anaxímenes fue
discípulo de ambos, y al decir de muchos, un discípulo tan aventajado, que bien
podría alcanzar la altura de sus maestros en el selecto parnaso de los sabios
presocráticos. Así que si la cronología hace de él el tercer milesio, la
ciencia bien pudiera situarle algún escalón por delante. Vivió entre los años
590 y 524 a .C.
En filosofía coincidió con Anaximandro en la existencia de un principio
infinito, pero a diferencia de su maestro, le otorgó una naturaleza concreta y
precisa: el aire (pneuma), que se
transforma y adquiere diferentes propiedades materiales a través de dos
mecanismos: la rarefacción, que genera el
fuego, y la condensación, que origina
viento, agua, nubes, tierra o piedras… Con todo lo absurdo que suena,
asombrosamente esta teoría tuvo en la antigüedad una legión de seguidores, y
gozó de gran popularidad.
La
cosmología de Anaxímenes se basó en una Tierra plana cubierta por un pneuma celeste en el que giran los
astros compuestos fundamentalmente de fuego. Unos sólidos invisibles serían en
última instancia los responsables de los eclipses. Cuenta Plinio el Viejo en su
Historia Natural que Anaxímenes fue
el primero en analizar la geometría de las sombras para medir las partes y
divisiones del día. Al parecer diseñó un reloj de sol de precisión legendaria.
En cuanto a su obra, Diógenes Laercio le adjudica la autoría de un tratado, el Peri Physeos o Peri Physeos (Sobre la Naturaleza), que lamentablemente se perdió. Hasta nosotros sólo
han llegado pequeños fragmentos y comentarios sobre él de diferentes autores.
Biblioteca Bigotini os ofrece una breve antología de ellos. Haced clic en la ilustración
y familiarizaos durante unos minutos con las ideas de Anaxímenes y su filosofía
arcáica y un poquito estrafalaria. No hay que asombrarse. Cosas mucho más
fantásticas pueden leerse en textos de aquella época histórica.
Aquel
que se perfume con el óleo santo hecho con quinientos siclos de casia y un hin
de aceite de oliva, quedará exterminado de su pueblo. Éxodo 30-31.
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