Los
prosimios forman un grupo variado que
abarca a muchas criaturas insectívoras, y a lémures, loris y tarseros, tanto en sus
especies fósiles como actuales.
Este
gran grupo de animales, desciende directamente de los pequeños mamíferos que
inauguraron el orden de los primates hace más de 60 millones de años, de
los que tratamos en nuestra anterior entrega de la serie evolutiva. Todo indica
que se desarrollaron en un ambiente selvático o boscoso. Varias de sus
adaptaciones específicas están relacionadas con la vida en los árboles. Entre
ellas podemos mencionar los desarrollos relacionados con un cerebro más grande
y más complejo, los sentidos, las extremidades y los dedos.
También
se va apuntando en ellos la tendencia hacia una postura algo más bípeda. El
cuerpo se tornó más erguido, las patas y extremidades posteriores parecen
enfocarse más hacia el desplazamiento, mientras que las manos se van
especializando en sujetar y manipular. Mejoraron tanto el equilibrio como el tacto,
y la capacidad para agarrar objetos y mantenerlos sujetos. La visión se hace
estereoscópica, con ambos ojos en posición frontal, y se enriquece la
percepción de los colores, esencial para alimentarse de hojas y frutos.
Predominan ya los hábitos diurnos sobre los nocturnos. Otro avance importante
en un ambiente tan precario consistió en una estrategia reproductiva que redujo
las camadas a un limitado número de hijos (casi siempre uno solo en cada
parto). A la vez se destacó la participación de los padres en el adiestramiento
de los hijos, paso decisivo para la posterior transmisión de conocimientos y
experiencias que se produciría 60 millones de años más tarde.
Notharctus |
En
todas las especies vivas conocidas al menos el rostro está cubierto de pelo, a
excepción de la nariz, que se prolonga hacia abajo hasta el labio superior. El
rostro de los prosimios es en general mucho menos versátil y expresivo que el
de sus descendientes, los monos y los grandes simios. Otra característica
fundamental del grupo es el pulgar oponible. Esto proporciona mayor destreza, y
en algunas especies aumenta considerablemente la capacidad de movimiento entre
los árboles. En los antropoides, y más concretamente en los humanos, el pulgar
oponible ha resultado una adaptación crucial, pues ha permitido el desarrollo
de una prensión más precisa y segura.
Entre
las familias de prosimios fósiles cabe destacar a los adápidos,
bastante similares a los lémures modernos. Abundaron durante el Eoceno,
para extinguirse a fines del Mioceno, hace unos 10 millones de
años. La especie más estudiada es Notharctus,
que podría describirse como un lémur de 40 cm . de longitud. Tenía una espalda flexible,
extremidades largas, visión estereoscópica y uñas en los dedos. Sus potentes
cuartos traseros le facultarían para el salto, y su cola, larga y flexible, le
proporcionaría equilibrio en sus acrobacias. Poseía ya un pulgar incipiente,
que le permitiría agarrar ramas y alimentos.
Megaladapis |
Otra
familia importante fue la de los lemúridos,
semejantes a los adápidos,
pero dotados de una especie de cresta dental que debieron usar para acicalarse.
Hace 50 millones de años habitaron África, Europa y América del Norte. Hoy sus
descendientes los lémures están sólo presentes en Madagascar. Su representante
fósil más célebre es Megaladapis,
que sobrevivió en Madagascar hasta época reciente. Según todos los indicios, su
desaparición fue causada por intervención humana. Era un lémur gigante,
probablemente de más de 50 kilos de peso, que debía trepar muy lentamente,
ofreciendo al observador el aspecto de un perezoso grande. Es muy posible que
Megaladapis gateara por los bosques en busca de hojas y frutos caídos, que
representarían su principal recurso alimenticio.
La
familia de los omómidos también ha
persistido hasta nuestros días. A ella pertenecen los actuales tarseros, de los
que existen poblaciones muy reducidas en Sumatra y Borneo. Al parecer abundaron
durante el Eoceno. Su representante fósil más destacado es Necrolemur, tarsero de unos 25 cm . que habitó Europa
Occidental en el Eoceno. Necrolemur constituye una rareza entre los prosimios,
pues sus grandes ojos y sus orejas prominentes apuntan hacia unos hábitos de
predominio nocturno. Seguramente se alimentaba de insectos, como indican sus
dientes pequeños y afilados, idóneos para romper los exoesqueletos de los
invertebrados. Unas almohadillas en los extremos de los dedos, unas
extremidades largas y ágiles, y una larga cola para mantener el equilibrio,
completaban su equipamiento.
Necrolemur |
Ya
veis que a medida que vamos avanzando en la historia evolutiva, encontramos
adaptaciones y rasgos que se van aproximando más y más a los que poseemos. Es
verdad que si contemplamos el fenómeno evolutivo desde un prisma puramente
científico, nuestras adaptaciones no son mejores ni peores que las de un elefante,
una gaviota o un delfín. Si pudiéramos preguntar al delfín, nos diría que
prefiere las suyas, pero en definitiva no podemos evitar nuestra tendencia
antropocéntrica. Por eso nuestros artículos sobre evolución nos llevan en la
dirección que resulta evidente. Yo, desde luego, prefiero mis adaptaciones, y
al profe Bigotini le encanta tener esa narizota, ¡quién sabe por qué!
Los
economistas no tienen la menor idea de cómo se comportará mañana la economía.
Sin embargo, da gusto oírles explicar lo que sucedió ayer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario