Hay
bellezas que no pasan de moda. Sin embargo, hay otras que hoy se nos antojan
decididamente antiguas. Probablemente este es el caso de Ann
Sheridan. Mirándola casi ochenta años después, resulta difícil
creer que aquella pelirroja aficionada a los peinados extravagantes llegara a
ser uno de los mayores sex symbols de
América. Pero lo cierto es que así fue. Desde que firmó con la Warner, Sheridan
se hizo imprescindible en cualquier calendario de pin-ups de aquellos que tan en boga estuvieron en los treinta y los
cuarenta.
Tenía
la mirada lánguida y, por decirlo sin rodeos, unas largas piernas y una buena delantera. Tres
razones suficientes para conseguir buenos papeles en películas de éxito. Ann
Sheridan compartió cabecera de cartel con figuras tan destacadas como Humphrey
Bogart, James Cagney, Errol Flynn, Cary Grant o Bette Davis. Todos los críticos
parecían coincidir en que no era lo que se dice una gran actriz, pero lo cierto
es que al público le gustaba, y como los gustos del público se reflejaban en
las taquillas, Ann se convirtió en una de las favoritas de los productores.
A
medida que cumplía años, iba mejorando su capacidad interpretativa, hasta el
punto de que en La novia era él
(1949), que fue uno de sus últimos trabajos, por momentos llegó a eclipsar al
mismo Cary Grant. Pero lamentablemente, a la vez su físico iba empeorando, y no
supo, o quizá no le ayudaron a dar ese salto generacional que dieron otras
actrices. El caso es que en los cincuenta la luz de Ann Sheridan se eclipsó
hasta la total extinción. Haced clic en la ilustración para visionar un
breve montaje fotográfico, homenaje a esta estrella tan rutilante como fugaz.
Próxima entrega: Claire Trevor
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