viernes, 30 de enero de 2015

EVOLUCIÓN DE LOS MAMÍFEROS: LA PACIENCIA RECOMPENSADA

Actualmente los mamíferos son (somos) los vertebrados vivos más variados y prósperos. Pero no siempre fue así. Hace unos 300 millones de años, a finales del periodo Carbonífero, aparecieron en los bosques tropicales del entonces mucho más cálido Hemisferio Norte, unos reptiles que en un principio no parecían demasiado prometedores. La denominación de reptiles semejantes a mamíferos, siendo quizá demasiado optimista, nos ofrece una idea del camino evolutivo que estaban emprendiendo. Prácticamente el único rasgo que les diferenciaba de los demás reptiles consistía en un par de aberturas en el cráneo por detrás de cada cuenca ocular. Esta misma estructura de tipo sinápsido, aparece con un diseño modificado en todos los mamíferos actuales. Pioneros entre los sinápsidos fueron los edafosaurios, concretamente los pelicosaurios, que además de su incipiente cráneo protomamiferoide, poseían una aparatosa cresta en la región dorsal que seguramente les permitía regular su temperatura corporal. Un primer paso, modesto si se quiere, pero importante, hacia la termorregulación que caracteriza a los animales de sangre caliente.


Consecuencia directa de la evolución del cráneo, fue la mayor movilidad y versatilidad del hueso dentario, que pasó a convertirse en una mandíbula fuerte, con gran capacidad para abrirse, y sobre todo, para cerrarse con fuerza. Paralelamente las piezas dentales se diversificaron y especializaron en diferentes cometidos, como cortar, rasgar o masticar. Los poseedores de semejantes mandíbulas se convirtieron en excelentes cazadores, adquiriendo capacidad hasta para triturar los huesos de sus presas. Al mismo tiempo que las mandíbulas y los dientes, se fueron modificando las extremidades, para conseguir mayor eficacia y movilidad. Si el pesado Pelicosaurio se movía igual que un reptil, con las extremidades desparramadas y abiertas y el abdomen rozando el suelo, criaturas más modernas, como Dimetrodon, que vivió a comienzos del Pérmico, habían desarrollado unas patas de orientación más vertical, lo que permitía la flexión de la columna y un tipo de locomoción mucho más eficaz.




Criaturas rápidas, con el metabolismo acelerado de los carnívoros, quizá mejor adaptadas a la actividad nocturna, y capaces de resistir mejor las bajas temperaturas, necesitaban perfeccionar su termorregulación mediante el aislamiento de la piel. Nuestros antepasados pérmicos debieron cubrirse de pelaje para sobrevivir. También se hizo necesaria una importante mejora de la respiración pulmonar. La drástica disminución de la longitud de las costillas que aparece en criaturas como Thrinaxodon, indica que la caja torácica que alberga los pulmones y el corazón, se había cerrado por medio de una lámina móvil de tejido muscular: el diafragma.


Todo indica que los terápsidos, un grupo muy evolucionado de reptiles semejantes a mamíferos, dominaron una amplia variedad de nichos ecológicos desde mediados del Pérmico hasta bien entrado el Triásico, diversificándose en múltiples especies de diferentes tamaños y formas de vida y alimentación: ágiles carnívoros, pesados herbívoros o diminutos insectívoros, poblaron la Tierra de polo a polo. Lamentablemente para ellos, sobrevinieron tiempos difíciles, porque precisamente a mitad del periodo Triásico, se produjo la inusitada y exitosa evolución de los reptiles terrestres, que conocemos como la era de los dinosaurios. En efecto, los dinosaurios estaban destinados a dominar el planeta durante casi 200 millones de años, algo sin precedentes en la historia biológica. Arrollados por el empuje de los lagartos terribles, los terápsidos comenzaron su lenta decadencia que culminó 55 millones de años después de su aparición, en el periodo Jurásico, con la extinción de su último grupo, los cinodontos tritilodontos.


No obstante, el final no podía ser tan trágico (en caso contrario no estaríamos aquí para contarlo). Porque antes de extinguirse, los terápsidos habían dado lugar a los primeros mamíferos. Eran unas criaturas insignificantes, de aspecto similar a los actuales ratones y musarañas. Permanecieron temblando en sus madrigueras y saliendo a hurtadillas de noche para alimentarse de insectos. Tuvieron que esperar durante más de 150 millones de años. La espera paciente mereció la pena. Cuando los dinosaurios se extinguieron a fines del Cretácico, aquellos insignificantes mamíferos heredaron la Tierra, adoptando toda la diversidad de formas específicas que hoy conocemos, y que nos incluye a nosotros mismos. Nuestro querido profe Bigotini, acurrucado en su viejo y destartalado sillón, ronronea como un gato persa el triunfo de la clase mammalia, mientras acaricia los pelos de su bigotazo envuelto en cálidas mantas. Frente a él, un humeante tazón de leche recuerda el rasgo que ha dado nombre a nuestra característica estirpe durante quién sabe cuántos millones de años.

Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros. George Orwell. Manifiesto de Rebelión en la granja.



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