Durante
el siglo XIII, Castilla vivió su mayor expansión peninsular. Al morir Alfonso
VIII en 1214, y tras fallecer, sólo tres años más tarde, su sucesor Enrique I,
la corona de Castilla pasó a su hermana Berenguela, que la cedió de forma
inmediata a su hijo Fernando, fruto de su unión con el rey leonés Alfonso IX.
En cuanto tuvo edad suficiente, a partir de 1224, Fernando III, a quien la
historia conoce como el Santo por su posterior canonización, inició la que fue
la expansión más importante de los reinos occidentales. Tomó Baeza y Andújar, y
poco después, en 1230, Fernando se convirtió en rey de León al morir su padre y
cederle sus derechos Sancha y Dulce, sus dos hermanastras. Conquistó luego
Úbeda, y en 1236, Córdoba, la otrora poderosa capital de los Omeyas. La
siguiente fue Jaén, y sucesivamente, Lora, Carmona y Alcalá de Guadaira.
Finalmente, cayó Sevilla en 1248, tras un largo asedio terrestre y fluvial, en
el que se distinguieron Pelay Correa y el almirante Bonifaz.
Alcanzó
la conquista castellana después las plazas de Vejer, Arcos y Medina Sidonia.
Murió el rey santo cuando proyectaba una expedición al norte de África, último
reducto del que había sido Imperio Almohade, en aquel tiempo ya muy venido a
menos.
Le
sucedió su primogénito, el príncipe Alfonso, que aunque muy joven, comenzaba ya
a adquirir fama de sabio por su afición a las letras y las ciencias. Fue
Alfonso X quien completó la conquista del al-Andalus occidental, ocupando en
1262, Jerez, Cádiz y Niebla. También guerreó Alfonso X en la antigua taifa de
Murcia, tomando su capital y las plazas fuertes de Lorca, Mula y Cartagena. No
obstante, la titularidad de Murcia no sólo se dirimió en los campos de batalla.
La diplomacia jugó un importante papel en ello, pues Jaime I, el rey aragonés,
se había hecho con la región septentrional del territorio. Aragón retuvo para
sí la zona de la actual Alicante, mientras el territorio meridional quedó de facto
en manos de Castilla, hecho que se legitimó décadas más tarde, en 1304, con la
firma de la concordia de Ágreda entre castellanos y aragoneses. En la
repoblación de las actuales provincias de Albacete y Murcia, participaron
muchas gentes procedentes del reino de Aragón.
Así
que, una vez conquistada la Bética y la taifa murciana, sólo quedó en el
territorio peninsular el reino nazarí de Granada, que resistió todavía un par
de siglos, a cambio de convertirse en tributario de los castellanos. A
imitación de la Corona de Aragón, los reinos de Castilla y de León, ya
definitivamente unidos, pasaron a adoptar la fórmula oficial de Corona de
Castilla. Se consolidó así Castilla como reino hegemónico entre la cristiandad
peninsular. Su expansión, acaso demasiado rápida, tuvo como consecuencia una
notable escasez demográfica para repoblar los nuevos territorios conquistados,
de manera que los extensos territorios manchegos y andaluces, a los que se
llamó respectivamente Castilla la nueva y Castilla la novísima, se repartieron
entre muy pocas manos, fundamentalmente, miembros de la nobleza, órdenes
militares, obispados y otras instituciones del clero. Como ejemplo, entre los
combatientes que participaban en las expediciones bélicas, los caballeros
recibían el doble de tierras que los peones, y los nobles y ricoshombres
obtenían en ocasiones donadíos de la extensión de una comarca. Unas formas de
repartimiento que condicionaron en los siglos posteriores la estructura
económica y social de la España meridional.
A
diferencia de lo ocurrido en amplias zonas de la Corona de Aragón, Castilla
expulsó a muchos musulmanes de sus territorios conquistados, especialmente de
las ciudades. Alguna mayor tolerancia se ejerció con los judíos que,
precisamente en las ciudades, continuaron ejerciendo el comercio, diferentes
oficios manuales, y actividades financieras. En amplias zonas, Castilla
recurrió para repoblar a gentes no exclusivamente castellanas. Además de los
aragoneses, citados arriba en el caso de Murcia, repoblaron los territorios
castellanos al sur del Tajo, por ejemplo, catalanes, navarros o franceses. En
regiones marítimas y litorales, como Cádiz, fue notable la presencia de vizcaínos,
y en algunas ciudades se asentaron como pobladores muchos genoveses.
La fuerza es la ley de las bestias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario