En
el célebre y viejo cuento oriental, un poderoso pero infeliz monarca mandaba
mensajeros a recorrer los confines de su reino para encontrar al más feliz de
sus súbditos. Algún oráculo le había profetizado que la camisa de ese hombre le
procuraría la felicidad que le faltaba. Los emisarios encontraron por fin al
hombre feliz, pero resultó ser tan pobre que ni siquiera tenía una camisa para
cubrirse.
Hoy
en día, en nuestro moderno y desquiciado mundo ultratecnificado, seguimos
buscando desesperadamente esa utópica felicidad que parece escaparse de entre
las manos como un pez resbaladizo. Videos tutoriales de You Tube, libros de
autoayuda, predicadores, coach, y toda clase de timadores por el estilo,
aseguran haber dado con la fórmula infalible que, naturalmente, intentan
vendernos. Hasta los genetistas persiguen la felicidad
con denuedo en busca de una respuesta a la pregunta: ¿existe
el gen de la felicidad?
Recientemente
parece haber sido descubierta una relación significativa entre la felicidad y
el gen bautizado como 5-HTT.
Se trata de un gen con un importante papel en nuestra fisiología cerebral.
Contiene las instrucciones para fabricar un transportador de la serotonina, un neurotransmisor cerebral
que se manifiesta como especialmente activo. La serotonina regula el sueño, la
temperatura corporal, el estado de ánimo, el apetito y hasta algunos elementos
relacionados con el sexo y la actividad sexual. Cada vez que una neurona
utiliza serotonina para enviar un mensaje, esta debe ser reabsorbida para poder
ser utilizada de nuevo. Es en este punto donde interviene el transportador
codificado por 5-HTT. Cuantos más transportadores posea la membrana celular,
mayor eficacia tendrá la reabsorción del neurotransmisor, por lo tanto habrá
mayor disponibilidad de serotonina.
El
gen 5-HTT o mejor dicho, su promotor
(una región de ADN adyacente capaz de activarlo), puede presentarse en el ser
humano en dos versiones: una corta (S) y una larga (L). La variante larga posee
cuarenta y cuatro nucleótidos de más, y se asocia con una mayor actividad, casi
el triple, que la variante corta. Los individuos homocigóticos que han recibido
de sus dos progenitores la versión larga (L/L), producen muchos más
transportadores que los individuos heterocigóticos (L/S), y por supuesto,
muchísimos más que los homocigóticos que han recibido las dos versiones cortas
(S/S). Diversos estudios arrojan diferencias significativas entre grupos de
individuos de cada una de las tres variantes en cuanto al grado de satisfacción
y de felicidad manifestado por los sujetos estudiados. Ya en 2003 se descubrió
que los individuos portadores de ambos alelos cortos (S/S) mostraban más
síntomas depresivos e incluso una mayor tasa de suicidios al vivir situaciones
estresantes o si habían sido víctimas de malos tratos en la infancia.
Entonces, ¿es 5-HTT el gen de la felicidad? Pues bien, lamentablemente la respuesta no puede ser más que negativa. De igual forma que en el viejo cuento no existía la camisa del hombre feliz, tampoco puede afirmarse que exista un único gen de la felicidad, y ello por una razón bien sencilla: porque no existe un único gen que se ocupe en exclusiva de un determinado aspecto concreto. Así que no hay un único gen para la felicidad del mismo modo que no hay un único gen para el color de los ojos, para el tamaño de los pies o para el grado de inteligencia de los individuos. Cuanto más se va profundizando en el genoma, más patente resulta que cualquier rasgo fenotípico depende no de uno, sino de varios genes, en ocasiones una verdadera multitud de ellos. Y no sólo eso. Aspectos y cualidades de los seres humanos tales como el comportamiento, el desarrollo intelectual, la disposición artística, deportiva, musical, gastronómica y un larguísimo etcétera en el que por supuesto, se incluye la predisposición a ser feliz, están fuertemente ligados a factores ambientales que rebasan el ámbito de la genética.
-Doctor,
estoy muy mal. Últimamente veo a mi difunto esposo en todas partes y a todas horas.
-Señora,
¿ha visto ya a un psiquiatra?
-Pues
no, ya le digo que sólo veo a mi difunto.
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