lunes, 22 de abril de 2024

LA EXPANSIÓN CRISTIANA EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

 


Los núcleos cristianos peninsulares que se libraron del completo dominio musulmán al comienzo del siglo VIII, estaban circunscritos a territorios agrestes y muy reducidos en las cordilleras Cantábrica y Pirenaica. Si no fueron totalmente sometidos a la obediencia, primero por los emires y después por los califas de al-Andalus, fue en gran medida, consecuencia de la presión que los carolingios franceses ejercieron sobre la Marca Hispánica. Vimos en artículos anteriores el declive político andalusí al que condujo su fragmentación en diferentes reinos de Taifas, y el declive económico y cultural que supuso la llegada de los almorávides norteafricanos. Estaba servido el escenario para que los en principio incipientes reinos cristianos del norte iniciaran una ofensiva expansionista que, como sabemos, a la postre resultaría imparable.

Pasadas aquellas segundas invasiones, y pasada la barrera un tanto terrorífica que en la cristiandad representó el año 1000, la Europa cristiana, y a su sombra también los territorios cristianos peninsulares, entraron en una fase histórica expansiva que afectó a aspectos tanto materiales como espirituales.


La España cristiana pasó de ser totalmente rural, sin apenas núcleos urbanos, o al menos muy reducidos, a contar con algunas ciudades de cierta importancia como Oviedo, Pamplona o Jaca, y sucesivamente otras como León, Burgos, Zamora… que disfrutaban una vida urbana y una economía cada vez más notables, aunque no comparables ni a las del Islam peninsular, ni a las del resto de la cristiandad europea. El primitivo reino astur-leonés, así como el condado de Castilla, aprovecharon la despoblación del valle del Duero, que se consideraba tácitamente tierra de nadie, para realizar primero invasiones militares y después asentamientos de población que curiosamente en su mayoría provenía del sur. Muchos mozárabes, judíos, e incluso muladíes, descontentos con el trato de los almorávides, cambiaron de señores asentándose en la meseta norte. Los capitanes de guerra leoneses y castellanos, un grupo minoritario, se erigieron en la aristocracia feudal de aquellos nuevos territorios conquistados. Parecidos avances, aunque de menor extensión, se produjeron por parte de navarros en el Pirineo occidental, y de aragoneses, ribagorzanos, catalanes y occitanos más hacia el Este. Se iniciaba así lo que se ha llamado la Reconquista, una expresión con una indudable carga ideológica.



En el siglo XI se produjo un notable incremento demográfico no sólo en la península Ibérica, sino en el resto de Europa. La causa de este fenómeno se debe a la introducción de mejoras en los cultivos, como el arado de vertedera y ruedas, el auge de los molinos de trigo, la adopción de métodos agrícolas como las rotaciones bienal y trienal, el perfeccionamiento de las colleras y otros aparejos de los animales. Ese aumento de los rendimientos, unido a la cada vez más notable división del trabajo que se establecía en los núcleos urbanos, contribuyó al auge de la economía de los reinos cristianos. Surgieron agrupaciones gremiales de artesanos. La fabricación de manufacturas y el intercambio mercantil, experimentaron también avances importantes. Esos progresos económicos posibilitaron la recuperación de la Europa cristiana, que antes de concluir el siglo XI, puso en marcha las cruzadas destinadas a reconquistar los Santos Lugares, objetivo espiritual que se consideró irrenunciable, y que se alentó por parte del papado y las diferentes autoridades religiosas.


También en el terreno militar se produjeron importantes innovaciones, como la definitiva consolidación de la caballería pesada. Elementos tan valiosos como estribos, espuelas o herraduras, surgieron en ese tiempo. Grandes ejércitos con una caballería temible, unas seguras, aunque pesadas, armaduras, y un orden de combate bien organizado, avanzaron hacia Oriente, barriendo a su paso a magiares en Hungría, musulmanes en los Balcanes o en Grecia, y llegando a guerrear ante las murallas de la propia Jerusalén, mítico objetivo de aquella ofensiva acaso más mística que práctica.

Naturalmente, los reinos cristianos peninsulares hicieron su propia cruzada en sus territorios. La comunicación con los demás reinos cristianos europeos se hizo cada vez más fluida y constante. A través de los Pirineos penetraron innovaciones tecnológicas, ideológicas y religiosas. Se construyeron catedrales, monasterios y abadías a imagen y semejanza de las de allende las fronteras. Floreció el comercio marítimo de lana y otros artículos a través primero de los puertos del Cantábrico, y a través del Mediterráneo unas décadas más tarde, con la expansión aragonesa. Se creó la ruta más importante de Europa: el Camino de Santiago, que supuso también un notable recurso de intercambio cultural y comercial. Un cordón umbilical que fue capaz de unir de forma definitiva las naciones hispanas con las europeas. Faltaban aún cuatro siglos para que la cristianización peninsular fuera completa, pero el camino se había iniciado. Ya no había vuelta atrás.

La mejor política consiste en decir siempre la verdad… A menos, claro está, que sea usted un mentiroso excepcionalmente bueno. Groucho Marx.


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