*Seguimos en este artículo las lúcidas explicaciones de Dorothy
Crawford, microbióloga escocesa autora del libro de divulgación Virus. Una breve introducción (Antoni
Bosch editor, Barcelona 2020).
Hasta
la invención de los microscopios electrónicos, los virus eran más una intuición
que una realidad tangible. Eran sin embargo, ya conocidas desde antiguo,
diversas enfermedades que más tarde se supo que estaban causadas por virus. Es
el caso de la rubeola, la viruela, la rabia, la gripe o el sarampión. En el
siglo XIX, cuando ya se conocían y se identificaban las bacterias, se pensó que
esas y otras enfermedades podían ser causadas por bacterias diminutas que
traspasaban todos los filtros, por eso se las llamó “agentes filtrables”. Quien acuñó el término virus
fue Martinus Beijerinck que estudiando la enfermedad del mosaico del tabaco que
afectaba a los cultivos, demostró que el agente causal crecía dividiendo
células y recuperaba toda su fuerza cada vez que infectaba una planta. Concluyó
que el responsable era un microbio al que aplicó el latinajo de virus,
que podría traducirse por veneno o fluido viscoso. Hubo que esperar hasta 1939,
fecha en la que gracias al microscopio electrónico, pudieron ser por fin
identificados los primeros virus.
Los
virus no son células, sino partículas. Consisten en una carcasa de proteína que
rodea y protege su material genético. El gran inmunólogo Peter Medawar los
definió como una mala noticia envuelta en
proteína. El conjunto de la estructura se denomina virión,
y la carcasa exterior recibe el nombre de cápside.
Las cápsides presentan formas y tamaños diversos y característicos de la
familia a que pertenece el virus. Están formadas por subunidades proteicas
denominadas capsómeros, y la disposición
en torno al material genético central es lo que determina la forma del virión.
Por ejemplo, los poxvirus tienen forma de ladrillo, los herpesvirus, de
icosaedro, el virus de la rabia tiene forma de bala y el del mosaico del tabaco
es como una minúscula vara alargada. Los colífagos como el bacteriófago,
presentan la forma característica de un diamante con seis patas que le sirven
para posarse en la membrana de las células, y un aguijón con el que inyectan el
material genético en el interior de su víctima bacteriana.
Casi
todos los virus son demasiado pequeños para ser vistos con un microscopio
óptico. Son en general, entre 100 y 500 veces más pequeños que una bacteria,
oscilando sus tamaños entre 20 y 300 nanómetros de diámetro. Un nanómetro (nm)
es la milmillonésima parte del metro. Dentro de la cápside viral se encuentra
el material genético o genoma del virus, formado o bien por ADN, o bien por
ARN, dependiendo del tipo de virus, pero jamás por los dos ácidos nucleicos
juntos como tenemos el resto de los seres vivos. Un virus típico puede tener
unos 200 genes, pero los hay tan simples que sólo poseen 4. Por muchos biólogos
se pone en duda que los virus sean auténticos seres vivos, ya que no poseen los
dos ácidos nucleicos y por lo tanto necesitan parasitar a otros organismos para
reproducirse; es decir, son parásitos
obligados. De lo que podemos estar bien seguros, es de que son perfectas máquinas
de replicación. Permanecen inertes hasta que infectan una célula viva. Cuando
lo hacen, se apoderan de los orgánulos de la célula para usarlos según sus
necesidades reproductivas, lo que a menudo acaba matando a la célula, sobre
todo en el caso de los virus ADN.
Los
virus que contienen ARN son bastante más sutiles. Poseen su propia maquinaria
de replicación, cuentan ya con un código genético en forma de ARN, y enzimas
capaces de copiar y traducir su ARN en proteínas. Así que no dependen tanto de
las enzimas celulares, y a menudo logran completar su ciclo vital en el
citoplasma sin causar graves daños a la célula que parasitan. Es el caso de los
retrovirus como el VIH o virus del Sida. También es el caso, por cierto, de los
coronavirus y en concreto de nuestro ya familiar Covid-19 y sus diferentes
variantes. La mala noticia pues, es que este tipo de virus vienen para quedarse
entre nosotros. La buena es que probablemente a medio y largo plazo la mutación
predominante sea aquella que dañe lo menos posible al hospedador, en este caso
a nosotros.
También
constituye una buena noticia que se hayan conseguido vacunas a base del ARN del
propio virus. Mediante esta técnica del ARN
mensajero, se consiguen títulos de anticuerpos muy elevados, mucho más
incluso que los generados tras pasar la enfermedad, así que también se consigue
una mayor y más duradera inmunidad frente a los efectos de la infección.
El verdadero amor sólo se presenta una vez en la vida. Después ya no hay quien se lo quite de encima. Groucho Marx.
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