James Dean
tiraba piedras a una casa blanca, entonces te besé,
decía la entrañable canción-poema de Luis Eduardo Aute. Y es que James Dean era
muy de tirar piedras, lo que se dice un rebelde. Esa mirada intensa suya con
los ojos entrecerrados era producto de su miopía. Se resistía a llevar gafas
como se resistió siempre a casi todo. Su prematura y trágica muerte, con sólo
veinticuatro años, le convirtió en una leyenda. Nadie hasta entonces se había
elevado al rango de estrella e ídolo de multitudes con tan solo tres películas.
Las jovencitas (y también muchas mamás) suspiraban por él. Claro, las chicas en
edad de efervescencia hormonal tienen debilidad por ese tipo de jóvenes
rebeldes. Chicos malos, cuanto más malos más atractivos, que ellas sueñan con
reformar, con conducirles por el buen camino a base de amor, para que acaben
aceptando un buen empleo, fundando una familia llena de niños rubitos y niñas
con lacitos… Vivir en una bonita casa blanca… Pero no, porque lo que hacen los
chicos malos como James Dean con las casas blancas es tirarles piedras, claro
está.
Estaba el mito, que se agrandó más tras su muerte, pero también estaba el hombre con sus gozos y sus sombras, como todos. James Dean el hombre, amó con idéntica pasión a su novia Pier Angeli y a su amigo Sal Mineo. También le apasionaban los automóviles y la velocidad. Deprisa, deprisa, que aunque sea el título de una película que no tiene nada que ver con él, le cuadra a la perfección. Para recordarle os dejamos un breve video musical con una selección de sus escenas. Bon apetit.
https://www.youtube.com/watch?v=ZKEc_jTI1fY
Próxima entrega: Natalie Wood
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