William
Thomson, también conocido como Lord Kelvin,
fue probablemente el científico británico más sobresaliente de la etapa
victoriana. Nacido en 1824 en Belfast, la capital norirlandesa, estudió en
Glasgow y Cambridge. Uno de sus logros científicos más precoces fue el cálculo
del llamado cero absoluto, mínima temperatura que es capaz de alcanzar la
materia, en la cual sus partículas quedan inertes y sin movimiento. Se ubica en
los -273,15º centígrados, y su hallazgo resultó un logro trascendental de la termodinámica, disciplina en la que
Thomson puede considerarse uno de sus grandes precursores. Fue también el
creador de la escala de temperaturas Kelvin, nombrada así en su honor, que se
utiliza habitualmente por la mayoría de los especialistas. Participó de forma
activa en el cálculo y el tendido del primer cable eléctrico transatlántico que
conectó Nueva York con Londres. Patentó setenta inventos y publicó más de 650
artículos científicos. Falleció en 1907, siendo enterrado en la abadía de
Westminster, donde reposan sus restos junto a la tumba de Isaac Newton.
Sobresalió
también Kelvin en ingeniería y matemáticas, y a él debemos el primer cálculo
fiable sobre la tasa de datos que pueden ser comunicados a través de un cable,
lo que llamamos modernamente ancho de banda, un concepto
científicamente revolucionario en su tiempo. Pero sin duda sus mayores logros
deben situarse en el campo de la termodinámica, siendo junto a Joule, el más
importante científico en esta materia. A medio camino entre la ciencia y la
filosofía, Kelvin especuló sobre la entropía y la muerte térmica del universo, una idea cuyas connotaciones nos
trasladan mucho más allá de la simple experiencia empírica. A Kelvin debemos el
revolucionario concepto de identificar calor con movimiento, y movimiento con
vida, una idea que aunque actualmente resulte de una evidencia incontestable,
fue en su momento de una audacia difícil de calificar.
Sus
profundas convicciones religiosas empujaron a William Thomson en sus últimos
años, a un pertinaz empeño por calcular la edad de la Tierra basando sus estimaciones
en la conducción del calor. Un empeño alimentado por su oposición a los
hallazgos de Darwin, y destinado a chocar una y otra vez con las enormes
dificultades que presentaba la empresa. Poco después de su muerte, comenzaron a
hacerse patentes muchos de sus errores en esta materia, llegando a empañar un
tanto el merecido prestigio científico que había ganado en el resto de su
trayectoria. En casa Bigotini queremos romper una lanza en homenaje y
respetuoso recuerdo del enorme talento de William Thomson, Lord Kelvin, y su
impagable contribución al progreso científico.
El adversario se vuelve invencible cuando empieza a tener razón.
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