El
oído humano consta de tres partes anatómicamente diferenciadas: oído externo, formado por el
pabellón de la oreja y el conducto auditivo externo; oído medio, que comprende la
membrana timpánica y la cadena de huesecillos; y oído interno, formado por la
cóclea o caracol y el nervio auditivo, encargado de transmitir los impulsos
nerviosos de la audición a la zona del cerebro correspondiente situada en la
región temporal.
Las
ondas sonoras captadas por el pabellón
aurícular penetran en el conducto
auditivo externo y producen
la vibración de la membrana
timpánica, que se comporta como la piel de un tambor. Las vibraciones se
transmiten a través de la cadena de huesecillos (martillo, yunque y estribo),
para penetrar en el oído interno a través de la ventana oval, que
comunica el pie del estribo con la cóclea
o caracol.
Merece
la pena abrir un paréntesis al hablar de los huesecillos, mejor dicho de su
origen evolutivo. Tienen apenas el tamaño de la cabeza de un alfiler, y sin
embargo proceden (¡quién lo diría!) de la mandíbula articulada de los reptiles.
En efecto, la mandíbula reptiliana, concebida con cierta movilidad que permite
tragar presas de tamaño considerable, está compuesta por cuatro huesos. Sin
embargo en sus descendientes los mamíferos, la mandíbula es de una sola pieza,
los otros tres huesos primitivos han migrado para formar parte de nuestro oído
medio. Ni más ni menos.
En
caso de exposiciones prolongadas a ruidos muy intensos, sobre todo los que
sobrepasan 80 u 85 decibelios, un número creciente de células cocleares resulta
dañado. De esta manera, en trabajadores sometidos durante largos periodos de
tiempo a ruidos de notable intensidad, se va fraguando la sordera profesional,
un clásico de la patología de origen laboral. De forma característica, la
pérdida auditiva comienza en la frecuencia de 4000 Hercios (Hz), para ir
extendiéndose más tarde a las frecuencias contiguas (3000 y 6000 Hz), y con el
tiempo a las siguientes (2000 y 8000 Hz). En una fase avanzada resultan dañadas
las frecuencias habituales de la conversación que son las que suele comprender
la voz humana (entre 500 y 2000 Hz). Es en esta fase cuando el deterioro de la
calidad de vida del paciente alcanza su verdadera dimensión.
Lo más dramático es que la sordera profesional es irreversible. Lo son incluso las pérdidas auditivas incipientes. Las células ciliadas cocleares que han resultado dañadas no se recuperarán jamás. Se trata de una sordera de percepción. A diferencia de las sorderas de transmisión, que se producen en el oído externo y el oído medio, y que son debidas por ejemplo, a un obstáculo mecánico (clásicamente un tapón de cerumen), a una infección, etc.; la sordera de percepción es propia del oído interno, en este caso de la cóclea, y afecta a la percepción del sonido, a su procesamiento neurocerebral. No existe tampoco la posibilidad de beneficiarse de un audífono. Con este aparato podrá incrementarse la intensidad de las frecuencias que aun se conservan, pero jamás volverán a oírse las frecuencias perdidas en las células ciliadas.
Por
regla general la sordera profesional es bilateral y simétrica. El trabajador de
una fábrica con ambiente ruidoso está expuesto al ruido ambiental, y ambos
oídos se dañan por igual. Sin embargo existen casos, como el de los conductores
o los operadores de cierta maquinaria industrial, en que el oído más expuesto
es el que queda cerca de la ventanilla del vehículo (en Europa continental el
izquierdo).
La prevención de la sordera profesional pasa por la reducción o atenuación de los niveles de ruido en los centros y lugares de trabajo. Lamentablemente, esta es una posibilidad muchas veces voluntarista, y más teórica que práctica. En el mundo laboral actual, la prevención del deterioro auditivo se encuentra básicamente centrada en el empleo de protectores, bien de tipo "cascos" u orejeras o bien de tipo tapón, ya sean desechables o de uso prolongado. Su uso puede en ocasiones resultar incómodo al trabajador. No obstante, si tenemos en cuenta el daño irreversible que puede evitarse con su empleo, los responsables de la prevención de riesgos aconsejarán, y en algunos casos obligarán preceptivamente su utilización.
No hay peor sordo que el que no quiere oír.
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