En
la localidad granadina de Fuente Vaqueros vino al mundo Federico
García Lorca el 5 de junio de 1898. Fue hijo de un hacendado y
una maestra de escuela, que se mudaron a Granada cuando el pequeño Federico
tenía once años. Su primera pasión fue la música, a la que le aficionó su
madre, llegando a ser un aceptable intérprete de piano. En 1914 inició sus
estudios de filosofía y de derecho en la Universidad de Granada, y a partir de
1919 los prosiguió en la madrileña y emblemática Residencia de Estudiantes, a instancias de Fernando de los Ríos.
Coincidió allí con compañeros como Rafael Alberti, Salvador Dalí, Luis Buñuel o
Pepín Bello, y tuvo oportunidad de tratar a personalidades importantes de la
cultura universal que pasaron por la institución, como Albert Einstein, Marie
Curie, Juan Ramón Jiménez o John Maynard Keynes. Publicó entonces su primer
poemario, El maleficio de la mariposa.
Regresó a Granada en 1921, y allí recuperó el piano y cultivó la amistad de Juan Ramón y de Manuel de Falla en la célebre tertulia de El Rinconcillo, que se reunía en el café Alameda. Se apasionó también por el teatro, sobre todo el teatro de títeres, los infantiles títeres de cachiporra, para el que compuso varias piezas que se representaron en su casa con participación de sus hermanas, para un selecto grupo de amigos de la familia. Paralelamente surgió torrencialmente su pasión por el folklore, el flamenco, el cante jondo y el mundo de los gitanos. Escribió entonces su Poema del cante jondo, que no se publicaría hasta 1931. Colaboró también con Falla en la puesta en escena y la música de varias piezas de títeres: La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón, el Misterio de los Reyes Magos, y una opereta lírica que titularon Lola, la comedianta. En 1925 pasó en Cadaqués las vacaciones con Salvador Dalí, al que alentó a dedicarse a la pintura, correspondiéndole Dalí con animarle a escribir poesía. Es dudoso que hubiera entre ambos una relación homosexual, aunque por entonces Dalí definió en alguna carta a Lorca como su “amor erótico”. Sí parece probado que Lorca inició ese mismo año una relación con el escultor Emilio Aladrén, que duró hasta 1927, fecha en la que Aladrén se casó con Eleanor Doven.
La
expresión generación del 27 pudo acuñarse en la reunión que organizó en
Sevilla la Sociedad Económica de Amigos del País para conmemorar el
tricentenario de Góngora. Se discute siempre si la etiqueta resulta apropiada,
y cada crítico incluirá o excluirá del grupo a unos u otros, según le dicte su
criterio. En casa Bigotini optaremos por citar como miembros de la generación
en lo relativo a poesía, además de Lorca, a Rafael Alberti, Vicente Aleixandre,
Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Pedro Salinas, Gerardo Diego, Manuel
Altolaguirre, Luis Cernuda y Emilio Prados, sin olvidar a Miguel Hernández que
aun con orígenes sociales y literarios diferentes al resto, merece a nuestro
juicio figurar en aquella brillante nómina poética tanto por coincidencia
generacional como por la calidad de su obra.
En 1928 publicó Federico su Romancero gitano, poemario que le catapultó a la fama de forma inmediata. Éxito poético sin precedentes, el Romancero rebasó los límites de las librerías, calando muy hondo en la cultura popular y sirviendo de inspiración a coplas y otras manifestaciones artísticas populares, hasta el punto de que su autor llegó a sentirse encasillado y algo molesto, según se refleja en alguna de sus cartas. Sus amigos Dalí y Buñuel tildaron el Romancero de populachero, criticas que hirieron la autoestima de Federico. En 1929 fundó Lorca la efímera revista literaria Gallo, y ese mismo año escribió la obra Amor de don Perlimpím con Belisa en su jardín, que no llegó a estrenarse porque la prohibió la censura del dictador Primo de Rivera. También aquel mismo año se embarcó con Fernando de los Ríos en el Olympic, buque hermano del naufragado Titanic, para navegar hasta Nueva York y acaso olvidar el desengaño de su ruptura con Emilio Aladrén. Para Federico el viaje resultó una experiencia vital inolvidable. Aprendió poco inglés pero descubrió los barrios de los negros y su música, que le fascinó, descubrió el capitalismo americano y descubrió la vertical inmensidad de la Gran Manzana, un lugar de alambre y muerte, geometría y angustia, como lo llegó a calificar. Fruto de aquel viaje fue su Poeta en Nueva York, otra de sus obras capitales que no llegaría a publicarse hasta después de su muerte. Completó su periplo americano con su estancia en La Habana en 1930. Todavía regresaría al nuevo continente, concretamente a Buenos Aires en 1933 de la mano de la actriz Lola Membrives que estrenó en la ciudad del Plata Bodas de sangre. También se representaron en la capital argentina Mariana Pineda, La zapatera prodigiosa, El retablillo de don Cristóbal y una adaptación de La dama boba de Lope de Vega. Conoció allí a figuras importantes de la cultura como Ricardo Molinari, Pablo Neruda o Juana de Ibarbourou, y ganó suficiente dinero como para ser independiente económicamente durante el resto de su vida que, desgraciadamente, no iba a ser muy larga.
Antes
de su viaje a la Argentina, durante los primeros años de la República, Federico
colaboró con el escritor granadino Eduardo Ugarte en la dirección del grupo de
teatro universitario La Barraca, con el que recorrieron gran parte de la
geografía rural española representando obras clásicas del siglo de Oro:
Cervantes, Lope o Calderón llegaron hasta los más apartados rincones, a veces
atravesando caminos de herradura. Fue esta una etapa emocionalmente
enriquecedora para el poeta. A la vuelta de América, entre 1934 y 36, Lorca
vivió acaso su periodo de creación más fecundo. A esta etapa pertenecen obras
como Yerma, La casa de Bernarda Alba,
Doña Rosita la soltera, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, Suites o Diván del Tamarit.
Mientras
tanto, el ambiente político y social se iba enrareciendo, comenzando a soplar
ya los vientos de una sublevación que a la postre resultaría tan terrorífica y
cruel para los vencidos como desgraciadamente conocemos. A pesar de que nunca
se afilió a ningún partido ni organización, la amistad de Federico con
destacadas figuras políticas de la izquierda, como el ministro socialista
Fernando de los Ríos o el comunista Rafael Alberti, situó al poeta en el punto
de mira de la Falange y de los sectores más reaccionarios. La prensa
conservadora le tildó de peligroso revolucionario y hasta revistas satíricas
alentadas por la derecha, se permitieron alusiones infamantes sobre su
homosexualidad. Unos días antes de la sublevación, los embajadores de Colombia
y de México le ofrecieron marchar al exilio, algo que Lorca rechazó. En julio
del 36 buscó refugio en casa de su amigo Luis Rosales, confiando en la
protección de dos de sus hermanos, destacados falangistas de Granada. Pero de
nada sirvió. El 16 de agosto de 1936 se presentó allí la guardia civil y lo
detuvo. El gobernador civil de Granada, un tal Valdés, consultó con el general
sublevado Queipo de Llano qué debía hacer con el detenido. Queipo respondió:
“dale café, mucho café”. A las 4:45 h. de la madrugada del 18 de agosto
Federico García Lorca fue asesinado sin la menor compasión en algún lugar del
camino que va de Víznar a Alfacar, junto a Dióscoro Galindo, maestro nacional,
y a Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, banderilleros anarquistas. Cuando
escribo estas líneas aún no ha sido localizado su cadáver. Tres golpes tuvo de sangre y se murió de perfil, viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Biblioteca Bigotini os ofrece una breve edición digital de su Romancero gitano. Basta con hacer clic en el enlace:
https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=ROMANCERO+GITANO.pdf
La noche se puso íntima
como
una pequeña plaza.
Guardias
civiles borrachos
en
la puerta golpeaban…
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